Inicio / Romance / Tengo al hijo del cruel ceo paralitico / 6. ¿Comprendes lo que significa?
6. ¿Comprendes lo que significa?

Las miradas de las trabajadoras que no habían ido a trabajar todavía se posaron en mí. No fue necesario que dijeran completamente lo que necesitaban; con solo su mirada sabía que estaba en problemas. Quien entró fue el gerente del hotel.

Su mirada, de esas que se sabe cargan malas noticias, vislumbraba un simple pensamiento: no sabía ni siquiera cómo empezar. Con su mano me hizo una señal para que saliéramos fuera de la habitación donde nos preparábamos las encargadas de limpieza.

Con incertidumbre lo seguí. Él me pidió ir a su oficina, pues —según me comunicó— teníamos que conversar algo importante. No me comentó nada, pero sabía que no era algo bueno. Al llegar a la oficina, que se erguía como un guardián listo para revelar los secretos del universo, ni siquiera pude apreciar el arte de los cuadros que tenía ni los muebles. Los nervios afloraban en mi cuerpo, por lo que apenas noté el color de ella. Blanca, aunque en muchos lugares representaba “pureza”, en este momento la sentía como “frialdad”.

El gerente, con un tono educado y formal, me pidió sentarme en el asiento delante de su escritorio, lo cual hice. Al hacerlo, indirectamente me sentía como una criminal en una silla eléctrica donde mi destino era fallecer. Con una lentitud casi teatral, él se sentó en su asiento mientras revisaba una carpeta que estaba sobre su escritorio. Su aire, normalmente profesional y correcto, en ese instante se sentía como el de un verdugo.

Me observó a través de sus anteojos, y supe que algo no andaba bien. La desesperación por saber provocaba que mis oídos se agudizaran de tal forma que podía escuchar el tic-tac del reloj que estaba situado a la derecha de su oficina.

—Señorita, usted sabe que ha sido una muy buena empleada durante estos últimos años.

Comenzó hablando con una voz mecánica, de esas que se utilizan solo para no parecer insensible sobre un tema. Tenía el rostro endurecido, sin sentimientos, de esos que dan a entender que no saben por qué están obligados a decir lo que están a punto de anunciar. No había dicho nada y mi cuerpo ya se estaba preparando para lo peor. Su vista se tornó pausible, juntó las manos encima de la carpeta y, tras esto, me dedicó una triste sonrisa antes de decir:

—Nuestra compañía ha decidido hacer un par de recortes —lanzó sin más.

Tragué en seco, pues intuía lo que eso significaba. En mi interior tenía la esperanza de que solo me recortaran las horas; tal vez eso me permitiría buscar un segundo trabajo. El gerente mantuvo la mirada en mí, la cual se tornó seria.

—Debo aclararle que esto no tiene nada que ver con usted —dio un largo exhalo y, tras liberarlo, continuó—, pero hoy vamos a tener que despedir alrededor de cien personas y usted es una de las seleccionadas.

¿Despedir?

Sí, él había dicho despedir.

Tragué con dificultad mientras, como podía, limpiaba mis oídos esperando que eso me ayudara a escuchar mejor.

—¿Comprendes lo que significa? —dijo con tono apenado—. Vamos a tener que prescindir desde este momento de sus servicios. Le agradecemos el arduo trabajo que ha hecho, pero puede retirar sus cosas hoy.

Mi corazón comenzó a correr a una velocidad desbocada. El gerente continuaba hablando, pero solo podía escuchar objetos rompiéndose a mi alrededor. El piso bajo mis pies temblaba, dándome la sensación de estar atrapada en un terremoto. Parpadeé velozmente, jurándome que esta era una pesadilla, por lo que con mi mano derecha pellizqué mi muslo —con disimulo— para obligarme a despertar… pero no funcionó.

A pesar de que el gerente seguía hablando, mi cuerpo no lo procesaba. Era la misma sensación de estar bajo el mar: los sonidos se apagaban y no comprendía si había hecho algo mal.

—No… no lo entiendo… —fueron las primeras palabras que dije, interrumpiendo su discurso de despido “amable” sobre que fui una buena trabajadora—. Y-y-yo he trabajado perfectamente y no pueden despedirme de la noche a la mañana —tartamudeaba con voz repleta de dolor—. ¡Esto es imposible! No es ético. Yo no hice nada.

El miedo al futuro comenzó a apoderarse de mi voz. Él lo notó. En ese momento no había futuro para mí. A pesar de que pareció ser “frío”, pude ver a través de sus anteojos un leve gesto de tristeza. Conocía un poco mi situación con mi hijo, como madre soltera. Noté que quería decir algo, pero su rostro era el de alguien con las manos atadas. Su mirada seria se mantuvo en mí, intentando aligerar lo más que podía la mala noticia.

—Este despido fue enviado esta mañana a las siete —su voz sonaba apenada, con un ligero aire de dolor, vislumbrando que también estaba afectado por mi despido—. No la quise llamar porque estaba intentando convencer al jefe de mantenerla por ser una buena empleada.

Sonaba sincero. Por el rabillo del ojo notaba que apenas eran las nueve. Comencé a reír de manera irónica: él ya tenía planeado mi despido incluso antes de entrar en su oficina. Por dentro me seguía riendo, él se había tomado muy a pecho eso de hacerme sufrir atacándome donde más me dolía primero. El gerente bajó la vista hacia la carpeta delante de mí mientras proseguía:

—Usted me parece una muy buena trabajadora y, a pesar de que le comenté al dueño que no consideraba apropiado dejar ir a alguien de su calibre, —hizo una larga pausa— no puedo hacer nada. Lo siento.

La sensación de que todos mis dedos se enfriaban me recorrió. Intenté moverlos, pero estaban paralizados. Quise mantener la compostura, pero fue imposible; comencé a reír de manera errática. Llevé una de mis manos a mi rostro, apretando mi frente para calmar el dolor de cabeza que empezaba a darme.

—No pueden despedirme así —mis labios temblaban—. ¿Acaso no hay alguna manera que me proteja? —dije con apenas voz, entrecortada por todas las emociones que estaba sintiendo.

Él me observó a través de sus anteojos. Sabía que era un despido injustificado. Dejó escapar un largo suspiro y, tras eso, dijo:

—Como tú bien sabes, no estás contratada bajo ningún contrato —comenzó con pesar, como si cada palabra le quemara al decirla—. Cuando te dieron el trabajo, firmaste un papel que decía que podrías ser despedida sin necesidad de justificación. ¿Lo recuerdas?

Esas palabras me dieron una cachetada. Evocaba el momento en que firmé, pues necesitaba trabajar. En la entrevista me explicaron que tampoco teníamos un comité para defendernos. Muchas personas vivían con el miedo constante de ser despedidas. En mi caso, aguanté meses de maltratos, gritos y decepciones solo para conservar este trabajo. Mis lágrimas comenzaron a provocarme ardor al sentir que estaba viviendo una injusticia y no podía hacer mucho.

—Cuando fui a buscarte esta mañana, escuché que estabas con el jefe, así que pensé que detendría la orden, pero no fue así —prosiguió, su voz sonaba seca—. Hablé con tu supervisora para buscar ayuda y ella solo dijo que no le importaba si te despedíamos.

La emoción de derrota me abrazó; no veía la luz. Con el dorso de mi mano limpié mis lágrimas, miré directamente al gerente y, con la voz más rota que tenía, murmuré apenas:

—No pueden despedirme, tengo una familia que mantener. Por favor, dígame en qué me equivoqué y yo prometo hacerlo mejor —mis lágrimas se convirtieron en un clamor de desesperación—. Yo… yo prometo que haré lo que quieran, pero no me despidan. Si quieren, cámbienme de área, haré lo que sea, pero necesito este trabajo, por favor. Usted sabe mi situación.

El gerente me miró fijamente y, con una lentitud casi teatral, me pasó una caja de pañuelos. No pude evitarlo: tomé uno para limpiar mis lágrimas.

—Yo sé cuál es su situación, y por ende lo único que pude conseguirle fue un bono de despido —sus ojos se desviaron de un lado al otro—. Es de las pocas en su área que ha conseguido este bono, y fue porque lo pedí para usted. Sé que no es mucho, pero al menos tendrá alrededor de un mes y medio de pago.

Como si mi vida valiera solo un mes y medio de salario, el gerente deslizó con lentitud el sobre de dinero colocándolo frente a mí. Lo vi como si fuese algo monstruoso. No quería mirarlo ni tomarlo, pero sabía que si no lo hacía, me arrepentiría.

Levanté la mirada hacia él y me di cuenta de que tanto él como yo estábamos atrapados por el sistema. Una jerarquía de poder que, aunque quisiera defenderme, no le permitía hacerlo. Sabía que aunque me quejara con recursos humanos, me dirían lo mismo: no tenía un contrato que me protegiera y, como mucho, podrían quitarme el bono.

Con el dolor de mi alma tomé el sobre, me dirigí a mi área para limpiarla y, tras eso, salí del hotel que me vio luchar durante estos dos años. Levanté la vista hacia la punta del edificio, con el presentimiento de ser observada por Dante. Derrotada, sí, pero en ese momento tenía la obligación de levantarme… o él se aprovecharía de eso.

J.M.Rose

Hola :D no se olviden de comentar y puntuar si le va gustando. Agréguenla a sus bibliotecas

| 13
Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP