Hace tres años, Paz tomó una decisión que cambiaría su vida para siempre: obligó a su hermana Deborah a rechazar a Terry Eastwood, el hombre que quería, y ella misma se convirtió en su esposa. Ahora, como la mujer del líder del poderoso grupo Costa Azul, Paz vive atrapada en un matrimonio marcado por el desprecio y el odio de su esposo, quien nunca la ha perdonado por sus acciones. La situación se vuelve insostenible cuando Deborah, movida por el rencor, lanza una acusación devastadora, asegurando que Paz intentó matarla. Enfrentada a la ira implacable de Terry, Paz decide que ya ha soportado suficiente y pide el divorcio. Pero él no está dispuesto a liberarla, y en un acto de desesperación, Paz desaparece sin dejar rastro, dejando a Terry consumido por la rabia y la frustración. Cinco años después, el destino los reúne nuevamente. Ahora madre de gemelos, Paz deberá enfrentarse no solo al odio de un hombre peligroso y vengativo, sino también a los oscuros secretos que aún los atan, mientras lucha por proteger todo lo que ama de las sombras de su pasado.
Leer másEugenio llegó a la empresa, y al cruzar la puerta de Costa Coleman, una sensación indescriptible lo invadió.Todo ahí le parecía un sueño, como si el lugar fuera un reflejo de todo lo que había perdido y aún deseaba.El recuerdo de su padre se apoderó de él con una mezcla de nostalgia y frustración.Este lugar, esta oportunidad, era lo que siempre había querido, pero también era la representación del vacío dejado por sus decisiones pasadas.Respiró hondo, intentando calmar los nervios que lo recorrían.Terrance ya lo esperaba. Sentado detrás de un enorme escritorio de madera, su mirada fija como un juez, aguardando a que Eugenio se acercara.—Si hubieses sido un mejor yerno —dijo Terrance con una sonrisa algo amarga—, no dudaría ni un segundo en tenerte como nuestro científico principal. Gabriel es obligado a ser el CEO, pero tiene su propia empresa. Aldo, por parte de los Coleman, trabaja aquí como CEO, pero... si tan solo hubiera sabido que eras tan capaz, tal vez habrías sido el re
Los secuestradores desviaron sus miradas hacia Eugenio con una amenaza latente en sus ojos.El aire estaba tenso, el peso de la situación abrumaba a Terrance, pero en ese momento, algo cambió.Eugenio, con una rapidez inesperada, aprovechó la oportunidad para lanzar un golpe certero contra uno de los hombres.Sin dudar, Terrance se lanzó contra el otro, su cuerpo y mente actuando como uno solo. La lucha fue feroz.Los golpes resonaban en el silencio de la noche, y la tensión del momento parecía interminable.Ambos recibieron algunos golpes, pero con cada uno, su determinación se hacía más fuerte.Los secuestradores, sorprendidos por la resistencia de los dos hombres, comenzaron a retroceder. Terrance y Eugenio estaban exhaustos, pero no iban a ceder. En un último esfuerzo, casi logran derribar a los atacantes, cuando de repente, un sonido ensordecedor cortó la atmósfera.Las sirenas de la policía comenzaron a sonar a lo lejos, acercándose rápidamente.Los secuestradores, al ver que no
—Lo vas a pagar, caro, Francisco —dijo Ryan con una mirada que destilaba furia contenida.La rabia lo quemaba por dentro, pero no podía permitir que se viera débil.Cada palabra que salía de su boca era una promesa de venganza.Francisco, por su parte, solo sonrió. Esa sonrisa arrogante que siempre había llevado en el rostro.Un gesto que encendía aún más la ira de Ryan, pero lo que más le dolía era saber que ese hombre había herido a lo que más amaba en este mundo.Sin decir nada más, Francisco dio media vuelta y comenzó a alejarse, sus pasos resonando con una frialdad que hacía eco en el alma de Ryan.Cada paso de Francisco parecía un recordatorio de la impotencia que sentía en ese momento, pero algo dentro de él sabía que esto no quedaría así.***Cuando Ryan llegó a casa, la quietud del lugar le dio una sensación de vacío.La casa estaba demasiado silenciosa, y lo primero que notó al entrar fue la luz tenue que salía de la habitación.Su esposa, Arly, aún descansaba. La habían dad
—¡Mia! ¿Qué dices? —La voz de su padre retumbó en la habitación, impregnada de incredulidad y furia—. No voy a permitir esto. ¿Olvidaste cómo este hombre te hirió? ¿Olvidaste cómo te abandonó?Las palabras cayeron sobre ella como un peso insoportable.Mia bajó la vista, incapaz de sostener la mirada de su padre. Su corazón latía con fuerza, enredado en la confusión de sus propios sentimientos.Paz, quien hasta ese momento se había mantenido al margen, dio un paso al frente y posó una mano en el hombro de Terrance.—Espera… si ella lo quiere…—¡No, Paz! —Terrance negó con la cabeza, su rostro crispado por la angustia—. Mia, si te vas con él… me perderás…Su voz se quebró, como si el solo hecho de pronunciar esas palabras le desgarrara el alma.—¡Terrance, basta! —dijo Paz con firmeza, tratando de calmarlo, aunque sus propios ojos reflejaban la preocupación que sentía.Mia no pudo soportarlo más.Las lágrimas, ardientes e imparables, comenzaron a rodar por sus mejillas. Su pecho subía y
—¿Realmente quieres volver con él? ¿Ahora que es un hombre libre? —su voz se rompió, llena de tristeza y resentimiento. La rabia comenzaba a brotar desde lo más profundo de su ser—. ¡Estás completamente fuera de ti si piensas que puedes escapar de mí! —Su furia explotó en un grito que quedó ahogado en un beso abrupto y feroz, sus labios chocaron con los de ella con tal intensidad que Mila apenas tuvo tiempo de reaccionar.Intentó apartarse, sus manos se levantaron con fuerza, rechazando el contacto, pero Aldo no permitió que se alejara.En un abrir y cerrar de ojos, sus labios fueron a buscar la suavidad de su cuello, y mientras lo hacía, la sensación de su virilidad contra el cuerpo de Mila la dejó sin aliento.Él, imparable, se aferró a su cintura, atrayéndola hacia él, sus caricias se volvían cada vez más demandantes, más exigentes.Ella se resistía, y lo hacía con toda su fuerza. Estaba furiosa, dolida por las palabras crueles de Aldo.A pesar de la creciente presión, se movió, in
Aldo y Mila viajaron en silencio durante todo el trayecto. El sonido del motor del coche era lo único que acompañaba la quietud del momento, como si el aire estuviera cargado de electricidad estática. Aldo no miraba a Mila. Su rostro estaba tenso, casi impenetrable, mientras que Mila, sumida en la oscuridad del miedo, sentía cada kilómetro como un suspiro más pesado que el anterior. Quería que le hablara, que rompiera el silencio que la estaba ahogando, pero él no decía nada. Ni una palabra, solo el sonido constante del volante y los ruidos que parecían retumbar dentro de su mente.Cuando llegaron a la casa, Aldo bajó del coche con un golpe tan fuerte en la puerta que resonó en la calle vacía. Mila, sorprendida por la explosión de rabia, no podía comprender el furor que se desbordaba en su esposo.—¿Por qué estás tan furioso? —su voz temblaba, sin saber si esperaba respuesta o si, en el fondo, ya lo sabía.Aldo se giró, sus ojos brillando con una furia que Mila jamás había visto. Cami
Mila sintió un sudor frío recorrer su espalda, su mente trataba de hallar una salida, pero las palabras de Aldo y su padre la envolvían, presionándola.Las miradas de ambos, llenas de firmeza y desesperación, esperaban que ella negara lo que acababa de decir. No podía soportarlo más, el peso de la verdad la ahogaba, y el miedo se apoderaba de ella con cada segundo que pasaba.—¡No es así! —su voz tembló, y el pánico comenzó a invadir cada rincón de su ser—. Es cierto que vi a este hombre, pero lo vi por un momento, en la salida de un supermercado. Él me rogó perdón, solo fue un instante, y luego me fui de allí. ¡Hay cámaras en la zona! ¡Pueden comprobarlo! Yo no sé si él estuvo antes ahí, o si pagó a alguien para cometer ese crimen…Las palabras de Mila salían atropelladas, desesperadas, como si tratara de convencerse a sí misma de que estaba haciendo lo correcto. Pero el aire a su alrededor se volvió denso, casi irrespirable, y la mirada de Francisco se volvió aún más fría, más sever
El hombre salió corriendo, el miedo reflejado en cada uno de sus movimientos torpes y desesperados. Pero Eugenio no se fijó en él. Su atención estaba fija en su madre.Los ojos de Eugenio se encendieron con furia. Sus manos temblaban, no de miedo, sino de rabia contenida.—¿Cómo pudiste hacer esto? —su voz se quebró por un instante, pero no permitió que su madre viera su dolor—. ¡No te voy a perdonar! Vine aquí con la intención de ayudarte… Pero ahora… Ahora no quiero volver a verte nunca más.Estaba a punto de girarse y marcharse para siempre, cuando sintió un tirón en su pantalón.—¡Hijo! —María cayó de rodillas ante él, sus manos temblorosas se aferraban a su pierna como si su vida dependiera de ello—. ¡Soy tu madre! ¡No lo olvides, por favor!Eugenio bajó la mirada. Su madre siempre había sido una figura imponente, alguien que lo había hecho sentir insignificante en incontables ocasiones. Pero en ese momento, no era más que una sombra, una mujer vencida que solo sabía suplicar cua
Cuando Aldo llegó a casa, el aroma a especias y carne asada inundó sus sentidos. Sobre la mesa, un festín digno de un banquete lo esperaba: pasta al pesto, una botella de vino tinto abierta, y un postre que se derretía suavemente bajo la luz tenue de las velas.—¿Lo hiciste para mí? —preguntó con una sonrisa, sintiendo el calor del hogar envolviéndolo.Mila se acercó despacio, rodeándolo con sus brazos.—Quiero consentirte.Aldo entrecerró los ojos, disfrutando del roce de su piel contra la suya.La atrajo hacia él y la besó con ternura, paladeando el dulzor de sus labios, como si el momento pudiera durar para siempre.Pero el hechizo se rompió cuando el teléfono de Aldo vibró con insistencia.Al principio, pensó en ignorarlo, pero la sensación en su pecho le dijo que algo estaba mal.—Dame un segundo, amor —murmuró, deslizando el dedo por la pantalla—. ¿Ryan?Del otro lado, un grito de desesperación le heló la sangre.—¡Aldo, por favor! —la voz de Ryan estaba rota, llena de angustia—