Hace tres años, Paz tomó una decisión que cambiaría su vida para siempre: obligó a su hermana Deborah a rechazar a Terry Eastwood, el hombre que quería, y ella misma se convirtió en su esposa. Ahora, como la mujer del líder del poderoso grupo Costa Azul, Paz vive atrapada en un matrimonio marcado por el desprecio y el odio de su esposo, quien nunca la ha perdonado por sus acciones. La situación se vuelve insostenible cuando Deborah, movida por el rencor, lanza una acusación devastadora, asegurando que Paz intentó matarla. Enfrentada a la ira implacable de Terry, Paz decide que ya ha soportado suficiente y pide el divorcio. Pero él no está dispuesto a liberarla, y en un acto de desesperación, Paz desaparece sin dejar rastro, dejando a Terry consumido por la rabia y la frustración. Cinco años después, el destino los reúne nuevamente. Ahora madre de gemelos, Paz deberá enfrentarse no solo al odio de un hombre peligroso y vengativo, sino también a los oscuros secretos que aún los atan, mientras lucha por proteger todo lo que ama de las sombras de su pasado.
Leer más—Yo siempre te amaré, Terry. ¿Por qué mi hermana nos impidió estar juntos? Prométeme que nunca me olvidarás —la voz de Deborah, teñida de alcohol y desesperación, resonó mientras se aferraba al micrófono en sus manos, todos creían que haría un brindis por los novios, pero su declaración fue atroz.
Paz, aun con el velo de novia colocado y el vestido blanco ajustado a su silueta, sintió que su mundo se quebraba.
Las palabras de su hermana eran como dagas, atravesando cada rincón de su ser.
Miró a su alrededor y notó las miradas inquisitivas de los invitados, los murmullos que se multiplicaban, y el peso de la humillación la abrumó.
Apretó los puños y sus ojos se llenaron de lágrimas que luchaba por contener.
Era su boda, el día en que debía comenzar una nueva vida con el hombre que amaba, y allí estaba Deborah, robándose cada fragmento de protagonismo, abrazada al hombre que ahora era su esposo.
La gente la miraba con rabia, era obvio, todos, incluso su propio esposo Terrance, creían que ella era una egoísta desalmada, que había robado el amor y lugar de su hermana, convirtiéndose en la esposa que Deborah debió ser.
Lo que nadie sabía era que Paz estaba sacrificándose, nunca quiso robar el amor de nadie, pero lo haría si eso significaba proteger al hombre que amaba, incluso de su propia hermana.
La madre de ambas se apresuró a intervenir, agarrando a Deborah por el brazo y arrastrándola lejos.
La furia en su rostro era evidente.
—Deborah, no hagas esto. ¿Qué te sucede? —le espetó entre dientes, manteniendo una falsa sonrisa para no atraer más atención.
Deborah forcejeó, pero al escuchar las siguientes palabras, su expresión cambió:
—¡Basta! ¿Quieres que muramos contigo? ¡Despierta! ¡Esto es lo mejor que podemos hacer por ahora! ¿Quieres que Terry sepa lo que has hecho?
Por un momento, el alcohol en las venas de Deborah fue reemplazado por un frío y punzante miedo.
Bajó la mirada, mordiendo su labio inferior, pero el resentimiento seguía brillando en sus ojos.
Paz, desde lejos, observaba la escena. Quiso gritar, defenderse, exigir respeto, pero no pudo.
Sus manos temblaban, y el peso de las miradas la hizo sentir diminuta.
Cuando la fiesta terminó, apenas pudo despedirse de su familia, pero vio en ellos el resentimiento en sus miradas.
Para ellos, Paz era la hija imperfecta, y Deborah la brillante estrella, pero ella cometió un error muy grave, y Paz los salvó de ser rechazados por la sociedad, sin embargo, no eran agradecidos.
***
El camino a casa fue un silencio incómodo, roto solo por el sonido del motor. Terry no dijo una palabra. No la miró, ni intentó sostener su mano.
Paz lo siguió como una sombra, intentando no derrumbarse.
Al llegar a la mansión, la empleada la guio hacia su habitación.
Aún llevaba su vestido de novia, el velo ahora colgando torcido, era como un reflejo de su estado emocional.
Buscó a Terry en el frío y amplio espacio, pero él no estaba. Se sintió abandonada, perdida en aquel lugar que ahora debía llamar "hogar".
Cuando finalmente llegó a la habitación, se detuvo en medio del lugar, él acababa de entrar ahí.
La figura imponente de Terry llenó el espacio.
Cerró la puerta detrás de él, quitándose el saco con movimientos precisos, casi mecánicos, desabrochando los botones de su camisa con calma calculada.
—¿Qué haces aquí? —dijo con voz grave, su tono era un filo que la cortó por dentro.
Paz, de pie junto a la cama, tartamudeó, su voz temblorosa.
—Yo… La empleada me dijo que...
—¡Cállate! —espetó él, interrumpiéndola, sus ojos oscuros como un pozo sin fondo. Dio un paso hacia ella, y Paz instintivamente retrocedió—. ¿Estás feliz con lo que lograste? ¿Estás feliz de ser la sustituta de tu hermana?
Las lágrimas que había estado conteniendo finalmente cayeron, rodando por sus mejillas.
Intentó responder, pero sus palabras murieron en su garganta.
Entonces, Terry la agarró por los brazos, obligándola a mirarlo.
Sus ojos estaban llenos de furia, pero también de algo más, algo que Paz no podía descifrar.
—Escúchame bien, Paz. Desde hoy, sigues mis reglas; No saldrás sola. No esperes de mi amor o ternura. No me tocarás a menos que yo lo quiera y jamás me podrás rechazar, ¿Entendido?
Paz asintió, temblando.
Quiso alejarse, pero él la sujetó con fuerza, acercándose aún más.
Sus labios estaban tan cerca de su oído que podía sentir su aliento cálido contra su piel.
—¿Querías ser mi esposa? —susurró con una mezcla de desprecio y algo perversamente sensual—. Ahora, atente a las consecuencias.
De un empujón la lanzó sobre la cama.
Paz lo miró con el corazón acelerado, sus manos apretando las sábanas mientras lo veía despojarse del resto de su ropa.
Su cuerpo era una mezcla de fuerza y poder, pero sus ojos estaban llenos de hielo.
—¡Desnúdate! —ordenó, su tono, dejando claro que no había lugar para protestas—. Eres mi esposa, ¿no? Entonces cumple con tus deberes.
Paz quiso gritar, quiso correr, pero no podía. Sus manos temblorosas comenzaron a desatar los lazos de su vestido.
Antes de que pudiera quitárselo por completo, Terry la detuvo.
Sus manos fuertes terminaron el trabajo, arrancando el vestido de forma brusca, despojándola de toda protección.
Cuando ambos cayeron sobre la cama, la mezcla de miedo y deseo la abrumó.
Sus caricias eran un torbellino entre la pasión y el control, y aunque ella lo amaba, cada movimiento de Terry era un recordatorio de que, para él, aquello no significaba nada.
Cuando todo terminó, Terry la miró con frialdad, sus palabras fueron como un golpe final:
—Esto no significa nada, Paz. Eres mi esposa, pero nunca te amaré.
Sin más, se levantó y vistió, salió de la habitación, dejando a Paz rota.
Su cuerpo aún temblaba, su pecho subía y bajaba con desesperación.
Las lágrimas volvieron, silenciosas y devastadoras.
«Te amé, Terry, ¿Cómo pudiste ser tan cruel con mi amor?», pensó, abrazándose a sí misma mientras sollozaba.
Pero en lo más profundo de su corazón, creyó que ese hombre nunca la amaría.
Los días avanzaron con una rapidez abrumadora, y al fin había llegado el gran día.Gabriel, de pie frente al espejo, acomodó su moño con manos firmes, pero con el corazón latiendo desbocado.Su madre, Paz, se acercó con una sonrisa llena de amor y orgullo. Con ternura, ajustó el botonier en su solapa, asegurándose de que todo estuviera perfecto.—Quiero que sepas que estoy orgullosa de ti —susurró, con los ojos brillantes de emoción—. Reconquistaste el amor de la mujer que te ama, y lo más importante, la has hecho feliz. Vivian te ama con todo su ser.Gabriel sonrió, sintiendo un calor inmenso en el pecho.—Gracias, mamá. Todo lo que soy se lo debo a ti y a papá. Ustedes me enseñaron que, en la vida, nada es más valioso que el amor.Paz lo abrazó con fuerza, sintiendo que su hijo estaba cumpliendo el destino que siempre había soñado para él.Mientras tanto, en otra habitación, Vivian se contemplaba en el espejo con asombro. El vestido caía sobre su silueta como si hubiese sido tejido c
El sol dorado se reflejaba sobre el océano mientras las olas murmuraban dulcemente en la orilla.La brisa cálida acariciaba los rostros de los presentes, trayendo consigo un aire de serenidad y emoción.La familia estaba reunida en la casa de Arly y Ryan, un paraíso junto al mar, para celebrar el bautizo de los gemelos de Mia y Eugenio.La ceremonia era íntima, solo la familia y el sacerdote que oficiaría la bendición.Mia sostenía con ternura a Ángel en sus brazos, mientras Eugenio tenía a Jesús. Los bebés, vestidos de blanco, parecían ángeles caídos del cielo, con sus manitas inquietas y sus ojitos curiosos.A su alrededor, el amor se manifestaba en cada mirada.Mila y Aldo sostenían a su pequeño Terrius con orgullo; Vivian cargaba a la pequeña Ely, con una sonrisa que reflejaba todo su amor maternal, y Arly acunaba a su hija Aimé, cuyo rostro reflejaba la pureza de la infancia.El sacerdote comenzó la ceremonia con palabras solemnes, evocando la importancia del amor, la protección y
Mía entró en la habitación con el corazón latiendo con fuerza. Su respiración era entrecortada, y sus manos temblaban cuando cruzó el umbral. No sabía qué encontraría al otro lado de la puerta, el miedo aún anidaba en su pecho.Pero entonces lo vio.Su hijo descansaba en la cuna, respirando con suavidad, su pequeño pecho subiendo y bajando con tranquilidad. Su piel, antes marcada por el sufrimiento, volvía a estar lozana y suave. Las ampollas que la habían atormentado se habían desvanecido, dejando solo leves cicatrices como testigos de la pesadilla vivida. Sus diminutas manos se movían con calma, su cuerpecito irradiaba paz.Mía se llevó una mano a la boca, conteniendo un sollozo que se abrió paso desde lo más profundo de su alma. Se acercó con pasos temblorosos, y cuando finalmente pudo tocar a su bebé, el llanto la desbordó.—Ay, mi amor… —susurró, acariciando su mejilla con una ternura infinita—. Al fin estás bien… gracias a Dios, estás bien.Las lágrimas rodaron por su rostro, cay
En el aeropuerto.María y su hija Leslie estaban en la sala de espera, observando el anuncio del vuelo.El aire estaba pesado, como si el destino las estuviera acechando, y María no podía dejar de mirar el reloj. Cada segundo que pasaba la llenaba de nerviosismo.No sabía por qué, pero algo en su interior le decía que algo no estaba bien.Una sensación desagradable la envolvía, un presagio de que todo lo que había planeado podría desmoronarse en un instante.De repente, un ruido en la puerta llamó su atención. Volvió la vista y vio a varios hombres vestidos con trajes oscuros, acercándose con determinación.La mirada de María se fijó en ellos con una mezcla de confusión y miedo.—Buenos días, señora María Obregón. —La voz grave de uno de los hombres cortó el aire, y al instante, María palideció. Su cuerpo se tensó, como si el suelo se abriera bajo sus pies.—¿Qué quieren? —Logró articular, pero su voz temblaba. El miedo se apoderaba de ella, y en su interior sentía que algo grave estab
Terrance no pudo evitar mirar a Eugenio con una expresión cargada de tristeza. Sus ojos reflejaban un dolor profundo, uno que no podía ocultar. Tenía que decirle la verdad, aunque le rompiera el corazón. Era lo único que podía hacer.Con un gesto firme, apartó a Eugenio de Mia, intentando ofrecerle un espacio para hablar.—¿Qué sucede? —preguntó Eugenio, su voz llena de confusión.Terrance lo miró por un largo momento, y luego sus ojos se nublaron, como si una sombra pasara por su alma.—Tengo una mala noticia, hijo —dijo, sus palabras cortadas por la gravedad de lo que estaba a punto de revelar.Eugenio lo observó con una creciente preocupación. Su corazón comenzó a latir con fuerza, golpeando contra su pecho, como un presagio de que algo terrible estaba por llegar.Tragó saliva, su cuerpo tenso, sus ojos buscaban respuestas en el rostro de su padre, pero solo encontró tristeza.—Lo que sea, dígamelo, por favor, no me oculte nada. —Su voz temblaba, aunque intentaba mantenerse firme.T
Aldo y Mila bailaban al ritmo de la suave melodía que inundaba el salón.—Señor presidente, se ve muy guapo esta noche —dijo Mila con una sonrisa traviesa, apoyando las manos en su pecho—. Tenga cuidado con esas asistentes y mujeres que querrán robarlo de mí, ¿eh?Aldo soltó una carcajada baja y la atrajo más hacia él, pegándola completamente a su cuerpo.—Eso nunca pasará, ¿acaso no lo sabes, Mila? —susurró, acariciando con su pulgar la curva de su espalda—. Yo solo pertenezco a ti, solo puedo amarte a ti.Ella sintió un vuelco en el corazón cuando él la besó con dulzura. Por un momento, se olvidó de todo y solo se dejó llevar por la sensación de sus labios sobre los suyos. Era feliz. Muy feliz.A unos metros de ellos, Vivian y Gabriel también bailaban. Él la miró con intensidad antes de besarla con ternura.—Pronto vas a ser mi esposa. No vas a escapar de mí nunca más.Vivian río suavemente y apoyó la cabeza en su pecho.—Falta muy poco, ¿estás listo?Gabriel asintió, su mirada refle
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