Mundo ficciónIniciar sesiónCon el alma destrozada, tomé el bus para buscar lo único que me estaba dando paz. No me importaba que ese día fuera muy temprano; decidí ir a buscar a Edward a la escuela. Cuando me vio, se dirigió corriendo hacia mí, dándome un fuerte abrazo.
—Mami, hoy viniste temprano —se acurrucaba en mi brazo. —Sí, quería ir a la playa contigo. ¿Quieres ir? —¡Sí, mami, vayamos! Era viernes, y al día siguiente se suponía que tendría un descanso… Qué irónico. Tomada de la mano de mi pequeño, que me daba la fuerza para seguir, emocionalmente era la sensación de ahogarse sin tener nada de donde aferrarse. El sonido de júbilo de mi pequeño me decía indirectamente que él era la razón por la que debía pelear y enfrentarme contra todo.El calor del sol pegaba en mi cuerpo. Mi hijo, emocionado, se quitó los zapatos y comenzó a correr por la playa. Hice lo mismo. Miraba a Edward correr alegre, sin la más mínima pista de lo que estaba pasando, y eso provocó que mis lágrimas comenzaran a caer de nuevo mientras recordaba cada momento que había vivido hasta ahora…
Agachando la cabeza buscando en mi teléfono trabajos que contrataran de manera urgente. Mientras mi hijo, ajeno a mi falta de empleo, corría y hacía castillos de arena, me encontré aplicando a todo lo que pude. Terminando el día de regreso a casa, donde ambos habíamos conseguido un ligero bronceado.
Tomados de las manos, cuando estuve a punto de entrar, mi cuerpo se paralizó. Un olor amaderado mezclado con un aroma masculino me provocó helarme. Edward, sin comprender, me jaló un poco la mano.
—Mami, ¿estás bien? —Sí, sí… lo estoy, mi pequeño Ed. Le mostraba mi sonrisa más calmada, aunque sabía que no lo estaba. Con pausa coloque la mano en la perilla. Quemaba. La sensación de peligro se intensificaba. Tragué de manera forzada la piedra en mi garganta girando la perilla. Mientras la luz del atardecer entraba conmigo, el lugar que consideraba mi hogar estaba cubierto de sombras.La luz dorada tocaba cada esquina, cada mueble, cada decorativo, donde primero mi madre estaba sentada en un lado del sofá… y al frente de ella estaba el demonio de mis emociones. Él movió su cabeza con detenimiento. Tragaba en seco; él solo mantuvo una sutil sonrisa. Apreté la mano de Edward de manera inconsciente, quien me miró con curiosidad.
—¿Mami? —murmuró con levedad. —¿Sí, cariño? —¿Todo está bien? —preguntó con su tono infantil. —Sí, cariño, todo lo está, mi pequeño Ed.Comencé a caminar con él tomado de la mano, como si fuera yendo a mi verdugo. Estuve a punto de enfurecer, de gritarle que se fuera de mi casa, pero me contuve por Edward, quien lo miraba con curiosidad. No podía negarse: era su vivo retrato. Ambos tenían el color del sol en su cabellera y los ojos tan coloridos. Los tres nos quedamos mirando por un largo tiempo, hasta que Dante fue el primero en hablar. No tenía su característico tono agrio; había algo… era un tono que buscaba persuadir, y con eso dijo:
—Cara mia(querida), ¿acaso no piensas presentarnos?Miré a mi madre, quien tenía el rostro pálido y un gesto de “te explico luego”. Era viernes; se suponía que hoy empezaría una visita supervisada, pero pensé que lo olvidaría… al parecer no. Edward jalaba con más fuerza mi brazo susurrando:
—Mami, ¿quién es ese hombre? Quería decirle que era el peor hombre del planeta, ese del que debía alejarse. Mis ojos estaban llenos de ira, los de él llenos de ironía y una risa mordaz. A pesar de que lo quería fuera, mi abogado me había recomendado llevar la fiesta en paz, pues él podría utilizar mi hostilidad si llegara a inculcársela a Edward. Dante levantó una ceja; sabía que me tenía atrapada, por lo que tarde o temprano tendría que ceder.Lo ignoré, dándome la vuelta y mirando fijamente a Edward, quien me observaba con esa curiosidad infantil que podía derribar cualquier defensa.
—Ed, ¿recuerdas lo que te dije hace poco? Que alguien vendría a visitarte. Él asintió. Me dediqué a acariciarle la carita cuando miró de reojo a Dante. Mis dedos temblaron. Él solo acarició mis dedos con ternura, como si eso me ayudara a recuperar todo lo que había perdido. —Mami… ¿es él…? —Así es, cariño. Él es tu padre.Edward me soltó con lentitud, dirigiéndose hacia su padre. Cada paso era acercarse a su pasado, ese que mi hermana parecía afanada en enterrar. Dante lo observó con curiosidad. Entre ellos hubo un silencio largo. Edward frunció el ceño, lo cual le arrancó una sonrisa a Dante.
—¿Eres mi papá? —Así es —sus ojos brillaron con una luz diferente—, soy tu padre, Edward.Al escuchar que lo llamaba por su nombre, sus ojos se iluminaron con un brillo distinto.
—¿Sabes mi nombre? —preguntó con jovialidad infantil. —Claro, he investigado todo sobre ti —dejó escapar una sutil sonrisa—. Sé que estuviste en un equipo de fútbol, ¿te gusta? —¡Sí! Pero mi mami me dijo que tendría que esperar un poco más para poder volver al equipo porque no podía comprarme el uniforme.Dante me miro de reojo, y sin quererlo me sentí juzgada. Era la sensación de haber cometido el peor pecado del mundo. Durante esa época, tuve que explicarle a Edward que por un tiempo no tomaría clases porque no podía costearlo… porque usaba el dinero en mi madre.
Edward, con curiosidad, comenzó a tocar la silla de ruedas. James intentó detenerlo, pero la mirada de Dante lo hizo quedarse quieto. Mi pequeño, curioso, miró aquel objeto con fascinación y luego a su padre.
—¿No puedes caminar? —preguntó con su inocencia nata. —Podré, solo necesito terapias —dijo con calma—. Tu padre tuvo un accidente hace unos años, pero estoy bien ¿Te molesta que tenga silla de ruedas? Ladeó la cabeza con calma. —No, mi mami y mi abuela me enseñaron que debo ser amable con todos. Mientras cuides a mi mami, estaré bien.Sus ojos se posaron en los míos. Pude ver un fuego desconocido en ellos.
—Claro, Il mio campioncino (mi campeoncito), prometo que no le haré nada a tu madre —acarició con ternura su cabeza.Tragaba en seco, sintiendo un terror palpitante… y sí, él deseaba más a Dante que a mí. El terror me invadió. No lo permitiría. Él se acercó un poco a Edward y le dijo con calma:
—Ve a prepararte, piccolo (pequeño), iremos al acuario. —¿Al acuario? —gritó emocionado—. ¿Podemos? ¡Ya será de noche! —Lo sé. Tranquilo, yo he alquilado el acuario para que estemos nosotros. —¿Incluso mami? Hubo un largo silencio y, tras eso, Dante dejó escapar una media sonrisa. —Claro, incluso tu mami. ¿Listo para irnos? —¡Sí! ¡Mami, vámonos! —Espera, Ed, vamos a prepararte —me acerqué, tomando la mano de Edward—. Vamos, pequeño.Él se despidió emocionado, mientras mi mirada a mi madre decía: “ven a hablar antes de que me dé un paro cardíaco”. Ella comprendió y fue conmigo a la habitación de Edward. Comencé a buscar entre sus “mejores” ropas, las que no había usado. Mientras lo cambiaba, susurré en voz baja:
—Mamá, ¿por qué ese hombre está aquí? —murmuré con molestia. —Dijo que llamaría a la policía si no lo dejaban entrar, pues tenía derecho de verlo según la corte. —Mamá… —farfullé—, no debiste abrirle la puerta. —Tuve miedo de que te afectara en esto, cariño. Lo siento. —No, para nada —suspiré—. Esto pasaría tarde o temprano —miré su rostro, que estaba más pálido de lo normal—. Mamá, ¿estás tomando tu medicina? Ella asintió, buscando un suéter para Edward y sonriendo. —Sí, estoy bien, tranquila. Lo importante es que tú y Edward estén bien.Dejé escapar un largo suspiro y, tras eso, preparé a mi pequeño. Cada vez que lo miraba, tenía más preguntas que respuestas. Tras peinar su cabello, que a veces era rebelde, bajamos a la sala, donde Dante tenía en la mano una de nuestras fotos familiares. Una donde mi madre aún tenía cabello, mi hermana estaba viva, yo me encontraba en una “buena relación” y Edward apenas aprendía a vivir. Al bajar las escaleras, él bajó el marco de la foto con detenimiento, colocándola en la mesa. Sus ojos brillaban con curiosidad, posándose en Edward por unos momentos:
—¿Listo, piccolo (pequeño)? —Sí, papá, vamos —sonrió con ligereza, jalándome de las manos para acercarse a tomar la mano de su padre.Una escena que para muchos parecería tierna, para mí solo era una condena. Salíamos dirigiéndonos al auto, que comenzó a desplegar uno de los asientos delanteros para que él se acomodara. Con tranquilidad movió su mano usando fuerza para entrar, mientras James tomaba su silla y la colocaba en la parte trasera. Sin quererlo, quise saber por qué estaba así. Un viaje que se suponía tranquilo. James había puesto música infantil; Edward estaba distraído cantando, pero Dante me miraba a mí por el retrovisor. Con un tono casi endemoniado, en una voz que solo nosotros pudimos escuchar, dijo:
—Vaya, sé que pronto será el concierto de ese grupo infantil. Sería una lástima que tu mami no tenga dinero para llevarte, Edward. ¿No lo crees?Eso me cayó como un balde de agua fría. ¡Me despidió para tener más oportunidad de quedarse con Edward!
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