10. Ninguna escapatoria

POV Dante Ferrari

Mis ojos afilados se mantenían en esa puerta como si pudiera usar rayos X. Solo de imaginar la expresión que habría puesto, una sutil sonrisa se escapó de mis labios. ¡Ella era una mujer imposible! Nunca había tenido a alguien que me desafiara, pero sobre todo que me alejara. Tras guardar mi teléfono en el bolsillo, giré mi silla y me dirigí al auto donde me esperaba James.

Esperaba que la silla saliera para acomodarme mientras él se encargaba de guardar mi silla y, tras esto, se acomodaba para conducir. Había sido un proceso difícil; hace alrededor de dos años había tenido un accidente.

—Señor Ferrari, ¿algo le ha agradado? —preguntó.

Observaba con detenimiento a James Armani. Había sido mi asistente desde el comienzo de esta lucha de poder. Su familia siempre había sido fiel a la mía con simples mayordomos, pero James y yo habíamos pasado por algo más. No era un simple empleado; era casi mi amigo. Criados en la misma casa, yendo a la misma escuela, pues mis padres ofrecieron colegiaturas a los hijos de todos sus empleados. Un hermano no sanguíneo. Mejor que lo que tenía en mi propia familia, que era un costal de víboras.

—Para nada, James —dije, acomodándome el cinturón—. ¿Por qué lo preguntas?

—Desde que conoció a la señorita, cada vez que ella volteaba lo notaba sonreír —comentó con calma mientras colocaba la llave en el auto—. No lo había visto sonreírle a una mujer desde... bueno —hizo una leve pausa— desde Isabella.

Mis ojos fieros hicieron que él agachara la cabeza. Ese nombre, para mí, nunca debía ser mencionado en mi presencia. Ya no me interesaba ella; por ahora tenía otras prioridades. James condujo con calma mientras las luces de la ciudad daban destellos dorados dentro del auto. A pesar de que no quisiera admitirlo, Nueva York, lleno de sus edificios, me hacía extrañar mi país.

Todo era como un caparazón vacío, al igual que yo me encontraba.

A través del espejo del auto miraba mi rostro. Era el reflejo del hombre que era. Pasar de ser un hombre atlético, deseado, con una vida que se movía solo por el trabajo, a dar un salto del cielo a la tierra cuando por primera vez perdí el control de mi vida, que sostenía como podía por terquedad.

Un accidente en uno de mis viajes vacacionales que, de solo recordarlo, me llenaba de ira. Alguien tan precavido como yo cayó de una motonieve que, aun a día de hoy, juro que fallaba. Ya las había utilizado y nunca había experimentado algo tan extraño como eso… pero no… según ellos fue un simple accidente.

Dejé escapar un fuerte suspiro. Despertar en un hospital dándote cuenta de que no podías mover las piernas a pesar de que las golpeabas. Ese momento en que tu cuerpo deja de obedecerte, y entre la impotencia y la rabia solo debes aceptarlo. Era injusto; había sido el pilar más fuerte para competir por la herencia y ahora apenas sobrevivía.

Apoyé la cabeza contra el vidrio; mi vida se había deformado de tantas maneras tras el accidente que parecía una burla. Estuve a punto de perder las ganas de vivir; lo único que me sostuvo fue el poder. Era lo único que me importaba; los sentimentalismos eran emociones para hacernos débiles. Un Ferrari no se arrastra, solo arrebata lo que quiere y lo controla… pero, sobre todo, nunca es ni será plato de segunda mesa de nadie.

Mi familia era un caos. Mi abuelo, por coincidencia, murió por la época de mi accidente, y la guinda del pastel fue este estúpido testamento. Nuestros abuelos nos criaron, pues mi madre falleció dando a luz a mi hermana menor y mi padre murió por la tristeza y el alcohol. Actualmente éramos dos Ferrari peleando por todo el poder: mi hermano menor y yo, con una única cláusula: “el primero que traiga un primogénito varón a la casa y viva por un año bajo nuestro techo se quedaría con todo”. Había sido una maldita carrera toda mi vida para demostrarle que yo merecía todo, que incluso aun muerto nos mantenía compitiendo.

Una carrera que terminé ganando yo sin saberlo, ya que mi hermano tenía dificultad para dejar embarazadas a sus parejas por su bajo conteo de esperma. Solo por eso… le llevé ventaja. Mientras investigaba mis donaciones de esperma antes de mi accidente descubrí que Estrella… una joven empleada de nuestra empresa que terminó ganando un sorteo pagado por uno de nuestros hoteles principales. Por casualidad estaba con toda mi familia y mi abuelo junto a mi hermana; “le gustó” cómo me veía con ella al ayudarle con el idioma.

Un plan siniestro entre ellos dos para “juntarme” con ella, donde nos vimos obligados a cenar juntos. Una copa que terminó con la lucidez de ambos y una cama fue suficiente para que ella quedara embarazada. Le grité; pensé al principio que había sido su plan y, tras lanzarle un fajón de billetes, desaparecí.

No supe de ella hasta que insinuó que estaba embarazada y, en una llamada, le dije que le pagaría lo que fuera si se deshacía de ese niño. Según ella, eso hizo. Un par de años después pasó este trágico accidente donde, al final, terminé dejando las terapias. Me cansaba ese discurso “motivacional” de que podría caminar en tres meses… luego en seis… luego nueve… y tras la invitación a la boda de Isabella supe que no merecía la pena, así que me rendí.

Lo que parecía ser un simple daño a los nervios periféricos, donde me operaron asegurándome que volvería a caminar… terminó en nada.

Durante los últimos años terminé enredado en una lucha de poder enfermiza contra mi hermano y ahora tendría que arrancarle a esa mujer a mi hijo para poder reclamar mi herencia. Qué irónica la vida. El niño que no quería años atrás se convirtió en mi pase para poder mantenerme como la cabeza de los Ferrari. Por ahora solo debía llevármelo antes de un mes, pues escuché que Alessandro, mi hermano menor, por fin había embarazado a una mujer y no sabían el sexo… así que tenía el tiempo en mi contra.

—James —lo llamé con calma, viendo la majestuosidad de Nueva York transformarse en más edificio.

—Sí, señor Ferrari.

—Quiero que te comuniques con Matthew para que el nombre de esa mujer sea baneado de cualquier lugar donde puedan pagarle bien. Necesito que no tenga otra opción.

No tuve necesidad de verlo para saber que me observaba de manera reprobatoria por el rabillo del ojo.

—Señor, esa mujer tiene a su hijo —hizo una leve pausa—. ¿No considera que existen mejores formas de pedírselo?

—¿Tú crees que ella me lo dará por las buenas? —comencé a reír irónicamente—. Esa mujer es orgullosa, cabeza dura, respondona y, sobre todo, no entiende su posición; ella es… es…

Hice una pausa mientras mi cerebro la recordó mirando las medusas. Se veía tan pacifista, celestial; una manera insana de querer acariciarle su rostro me invadió. La recordé reír con mi hijo, una sonrisa tan viva que me desarmó por unos segundos. Fruncí el ceño al notar que estaba pensando de una manera diferente a destruir a la mujer que estaba siendo la piedra en mi zapato.

—Solo necesito que la mandes a las listas de trabajo para que no consiga nada. Presionaré para que no pueda tomar préstamos, ya que tengo buena relación con varios banqueros aquí en Nueva York —miré por la ventana.

—Señor, yo creo que eso la obligará a buscar otro trabajo por fuera.

—¿Y tú crees que encontrará un mejor lugar que le pague por ser mucama? —reí con ironía—. Nosotros pagamos casi el doble de lo que pagan en otros lugares. Además, pronto la veré rogando a mis pies por dinero.

James se detuvo en una luz roja y pude verle una sonrisa de media luna.

—Señor, yo no creo que ella se ponga a sus pies por dinero. La señorita no parece ser de ese tipo y, aunque no la conozco, pongo mis manos al fuego por ella —volvió a conducir cuando la luz cambió—. Su hijo tiene inocencia; además, es muy educado.

Sí lo era. Recosté la cabeza intentando aligerar el dolor de cabeza que había tenido momentáneamente. Pensé que mi lucha sería con la tranquila Estrella, pero su hermana menor era puro fuego. Era la sensación de que una chica de un metro cincuenta y cinco se sintiera como algo mayor. Su mano era delicada, pequeña; por un momento me imaginé tomándola. Volví a fruncir el ceño; algo estaba mal en mí. Por ahora solo necesitaba quitarle a mi hijo e irme antes de que Alessandro supiera el sexo de su bebé.

Perdido en mis pensamientos, mi teléfono sonó. Pensé que era Aurora, mi hermana pequeña, pero lo que recibí fue un mensaje de Louisa. Al verlo, junté las cejas y dejé escapar una leve risa; esa chica era un caso:

***Louisa***Si vuelves a mandarme un mensaje te voy a llamar a la policía por acoso. Aléjate de mí.

Llevé el teléfono a mis labios sonriendo. Haré que esa chica caiga an mis pies sin ninguna escapatoria.

J.M.Rose

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