Inicio / Romance / Tengo al hijo del cruel ceo paralitico / 4. ¿Estás lista para hablar conmigo?
4. ¿Estás lista para hablar conmigo?

Dicen que en la vida todo está escrito desde que nacemos; no importa cuánto cambies o hagas, hay eventos que pasarán aunque intentes evitarlos.

Regresé a mi hogar donde me esperaban mi hijo y mi madre. Al verme llegar, mi madre se levantó y se dirigió a la cocina para darme algo de comer; Edward, por otra parte, me abrazó. Ese gesto lleno de cariño me arrastró a lo que más deseaba: una familiaridad que era imposible no necesitar.

Él era mi todo; mi mundo podía estar cayéndose y con solo una sonrisa suya mi mundo volvía a brillar.

—Mami, te extrañé mucho —se acurrucó en mí—. Me he portado muy bien en la escuela, y le dije a mi maestra cuando los chicos me molestaban, como me dijiste.

Lo cargaba, haciéndolo volar, y él solo dejó escapar una sonrisa. Lo bajé y, agachándome, él acarició mi cabello lentamente.

—Mami, me gusta tu cabello —dejó escapar una leve sonrisa.

—¿Ah, sí? Muy pronto me lo arreglaré cuando tenga tiempo.

—¿Así vendrás para el día del papá a traerme a la escuela? —preguntó leve.

Asentí dándole un suave beso. La escuela de mi hijo cada tres meses hacía la actividad de “lleva a tu hijo a la escuela” para motivar a los padres; en mi caso siempre lo llevaba yo. No me importaba ser madre soltera, solo que era un poco gracioso que la gente me mirara curiosa cuando les comentaba que apenas tenía veintidós.

—Así es, pediré llegar un poco más tarde ese día —acaricié suavemente su mejilla y me senté junto a él en el sofá—. Ed, ¿podemos hablar?

Edward se acercó en el sofá acurrucándose conmigo en un abrazo. Sus ojos temblaron levemente, como si hubiera hecho una travesura y temiera perder su juguete preferido, su coche de carreras.

—Mami —me llamó con voz tierna—, ¿por qué me miras así? Yo me porté muy bien en la escuela.

—Lo sé, cariño —acaricié su cabello, riendo con suavidad y dejando escapar un leve suspiro—. Es que quiero hablar de una cosa muy importante. —Ladeé la cabeza un poco—. ¿Tú sabes que tienes personas que te quieren mucho, ¿no?

—Uju —asintió con aire infantil—. Están mi abuelita, y tú, y mi amiga Sonia, y la maestra… ¡y la tía Victoria! ¡Me gusta que venga la tía Victoria para comer helado!

Mientras hablaba balanceaba sus piernas. Sabía que debía informarle a mi pequeño para que al conocer a su padre no fuese una sorpresa. Acaricié mi mano con suavidad, nerviosa sin saber cómo reaccionaría.

—Así es, todos nosotros somos muy importantes… pero dentro de poco vendrá alguien a conocerte.

—¿Santa Claus?

Aquello me arrancó una risa nerviosa y lo miré con ternura.

—No es Santa Claus, pero es alguien que puede ser importante para ti. Tu papá vendrá a verte muy pronto, ¿entiendes?

Sus ojos coloridos me miraron con confusión, frunciendo un ligero gesto que no sabías si era molestia o desconcierto. Por un segundo me recordó a Dante cuando hizo la misma mueca al ver la casa; parecía que esa mueca la había heredado de su padre.

—¿Papá? —murmuró bajito—. Pero tú me dijiste que mi papá no vendría por mí porque se fue de viaje largo.

—Así es —asentí con pesar, tragando saliva—. Pero al parecer tu papá volvió y quiere conocerte.

—¿Es decir que mi papá ya no está perdido? —se levantó emocionado—. ¡Voy a salir con mi papá! Así mis amigos verán que yo también tengo un papá —comenzó a saltar.

—Así es… —dije con suavidad.

—Mami, ¿tú estarás conmigo, no?

—Sí, mi pequeño Ed, yo estaré contigo todo el tiempo —sonreí con pesar.

—Pero, mami, y si mi papá se vuelve a ir… ¿me quedaré solo? —preguntó con voz desgarrada.

—Jamás estarás solo, mi pequeño; eres el niño más increíble del mundo y pase lo que pase, estaré contigo.

—Yo también me quedaré contigo, mami —se acurrucó en mi regazo—. Mami, no importa lo que pase, te voy a querer mucho y si mi papi intenta hacerte daño, yo te defenderé… ¡como Superman!

Ambos nos hundimos en un abrazo; rozamos nuestras narices en un gesto maternal que terminó en risas. Mi madre nos ayudó bañándolo y le contamos una historia antes de dormir. Al bajar a la cocina noté a mi madre sosteniendo, como podía, una taza de té. Me miró con esos ojos tan inquisidores y desarmadores; su cabello caía más fino y a veces se cubría con una pañoleta.

—Esa conversación que tuviste con Edward —comenzó, esperando que dijera algo—, ¿tiene que ver con un auto que lleva todo el día dando vueltas por la casa?

La miré y dejé escapar un leve suspiro.

—Puede ser. No vi el auto para corroborarlo, pero su padre vino ayer a reclamar la custodia de su hijo.

Hubo un silencio letal que me pudo destruir.

—No dejes que se lo lleve, Estrella lloró tanto.

—Lo sé, mamá; se lo llevarán de mis dedos muertos. Pelearé por mi hijo con uñas y dientes —me acerqué a tomar una taza para servirme té—. Nuestro Edward es un alma inocente; su padre parece de esos que te venderían por conseguir su objetivo.

Guardamos silencio un momento y añadí para romperlo:

—¿Sabías que… Estrella le dijo que no tuvo a Edward? ¿Lo sabías?

Mi madre negó suavemente, dando un sorbo a su té y mirando al techo.

—No, no lo sabía —dijo mirando su taza—. Solo sé que Estrella me contó que ese hombre quería que abortara. Dijo que no quería hijos; me parece curioso que ahora sí quiera al suyo.

—Eso también me lo dijo ella —miré por la ventana la oscuridad de la noche—. No sé qué pasó entre ellos dos, pero parece que hubo tantos secretos que Edward resultó fruto de una locura.

—Pobre criatura —añadió mi madre—. Un pequeño tan inocente y no tenemos la versión de Estrella para saber qué ocurrió de verdad.

—Por ahora solo velaré por el bienestar de nuestro pequeño —la miré de reojo—. Mamá, necesito que me apoyes en cada decisión que tome. No importa si parece una locura; necesito que me entiendas.

Ella asintió. No le había dicho, pero mi plan era pelear contra todo y contra todos para que mi hijo no se fuera. Esa noche pasé investigando la probabilidad de perder la custodia; era casi nula. Si podía demostrar que mi hijo estaba bien conmigo, que podía mantenerlo y que estaba a salvo, no habría manera de que me lo quitaran.

Nada… absolutamente nada…

Terminé tan cansada que no supe cuándo me dormí. El cansancio fue más fuerte que mi propia fortaleza y me rendí a los brazos de Morfeo. El día siguiente fue el de siempre: ducharme, desayunar, desearle buen día a Edward y prepararlo para la escuela.

Ese día pareció que la dama de la fortuna estaba de mi lado. El autobús no iba repleto y no tuve que correr para alcanzarlo. Tuve tiempo para desayunar y no había tráfico. Al llegar a mi área de trabajo, donde ya varias se cambiaban el uniforme —que ya me había puesto en casa— me miraban con curiosidad. Era demasiado obvio que algo había pasado, pero se negaban a decirme qué.

—¡Ahí estás!

Levanté la mirada y noté a mi tía acercarse; me recibió con una cachetada. Mis lágrimas quisieron caer; mi corazón se quebró con fuerza; el sonido de la bofetada hizo eco en toda la oficina y las demás trabajadoras salieron corriendo despavoridas. Llevé la mano a mi mejilla; el golpe me escocía.

«No lo hagas.»

«Necesitas este trabajo.»

«No digas nada que le moleste.»

Apreté la mano contra mi mejilla, acariciando el golpe que aún temblaba. Miré a mi tía; tenía ganas de romperle la cara, pero solo apreté el puño con la mano libre.

—¡¿Por qué me pegas?! —chillé, a punto de explotar de rabia.

—¡Tú… eres una maldita! ¿¡Qué hiciste!? —ladró ella—. ¡No solo hiciste que me llamaran por tu culpa! ¡También me amenazaron con quitarme mis bonos si no aceptas! —rugió—. No sé qué hiciste ni me interesa, pero lo que te pida el dueño, ¡lo haces!

Confundida, solo la miré; ella me señaló para que fuera a la sala de juntas. Entré en el ascensor que solo era para ejecutivos; mi tía presionó unos botones. El elevador subió como un monstruo metálico llevándome a un destino claro… muy seguramente mi despido. Llegamos al piso setenta y tres. Al salir, el aire se sentía diferente, refinado. Caminé por el largo pasillo donde había un par de oficinas; varios me miraban con curiosidad. Como si me hubieran estado esperando, un hombre de aspecto algo canoso abrió la puerta al fondo del pasillo y, al entrar, lo vi. No necesitó presentarse; el aire a su alrededor era su presentación. El olor amaderado y el poder eran su carta de presentación. Dejé escapar un largo exhalo de sorpresa; Dante solo volvió a reír mirándome fijamente.

—Te dije que te vería hoy, mi pequeña Louisa. ¿Estás lista para hablar conmigo?

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP