Mundo de ficçãoIniciar sessãoSofía Dacrk solía ser una chica tímida y reservada en la preparatoria, invisible para muchos… excepto para Max Smith, el chico más popular y heredero de una poderosa fortuna. Lo que Sofía nunca imaginó fue que Max solo se acercó a ella por una cruel apuesta. Lo que él no imaginó… es que terminaría enamorándose de verdad. Cuando Sofía descubrió la verdad, su corazón se rompió, pero también nació en ella una promesa: algún día, él pagaría por jugar con sus sentimientos. Siete años después, Sofía ha dejado atrás a la joven inocente que fue. Ahora es una mujer fuerte, implacable y exitosa en los negocios, capaz de aplastar a cualquiera que se interponga en su camino especialmente si se trata de Max Smith.
Ler maisEl timbre de la Preparatoria Hamilton sonó con la misma monotonía de siempre, arrastrando consigo el murmullo de los estudiantes que se esparcían por los pasillos como un río sin rumbo. Para Sofía Dark, ese sonido no era más que el recordatorio de que otro día gris comenzaba. Uno más en la larga lista de jornadas en las que pasaría desapercibida, como una sombra más entre las paredes del edificio.
Caminaba con la cabeza gacha, el cabello oscuro cayendo sobre su rostro como una cortina protectora. No era timidez, al menos no completamente. Era autopreservación. Sofía había aprendido con el tiempo que era mejor no levantar la mirada, no buscar contacto visual, no dar motivo para ser vista. Sus pasos eran suaves, casi inaudibles, como si flotara. Había perfeccionado el arte de desaparecer, de pasar inadvertida incluso cuando estaba presente. Se sentía como un suspiro en medio del bullicio.
Entró al aula sin que nadie la notara. Como siempre.
Se sentaba en el mismo lugar: última fila, pegada a la ventana. Desde allí podía observar el mundo exterior. Las copas de los árboles se mecían con el viento, ajenas a las trivialidades humanas. A veces, Sofía se preguntaba si la naturaleza también se sentía sola. Si los árboles hablaban entre sí cuando nadie los veía.
Sus días eran un ciclo constante: clases, almuerzo sola en un rincón, más clases, caminata silenciosa de regreso a casa. No había amigos ni mensajes en su celular, ni risas compartidas. Su mundo estaba entre las páginas de sus libros, en las libretas donde dibujaba en secreto, en las frases que escribía pero nunca decía en voz alta. A sus diecisiete años, Sofía tenía un corazón inmenso, lleno de sueños, pero lo mantenía encerrado detrás de una muralla invisible que había construido ladrillo a ladrillo, con cada decepción, cada burla, cada silencio no elegido.
Y entonces, un día cualquiera, él la miró.
Max Smith.
El nombre que todas pronunciaban con una mezcla de deseo y admiración. Capitán del equipo de fútbol, hijo del dueño de una de las empresas más poderosas del país, atractivo hasta el punto de lo irreal. Tenía una sonrisa encantadora, casi programada para enamorar, y unos ojos azul profundo que parecían sacados de una historia de fantasía. Todo en él gritaba perfección, éxito, carisma. Max era de esos chicos que parecía tener el mundo rendido a sus pies. El tipo de persona que jamás, en ningún universo, se cruzaría con alguien como Sofía.
Pero aquel día, en medio del pasillo atestado de estudiantes, mientras todos reían y se empujaban con la ligereza propia de quienes no tienen cicatrices que ocultar, Max se detuvo frente a ella.
—¿Sofía, verdad?
Ella alzó la mirada con incredulidad. ¿Lo había dicho en voz alta? ¿La había confundido con otra persona? Nadie decía su nombre de esa forma. Nadie lo pronunciaba con dulzura, con ese tono curioso que parecía querer conocerla.
—S-sí —murmuró, su voz apenas audible. Su corazón golpeaba dentro de su pecho, sorprendido por el simple hecho de ser notado.
Y entonces, Max sonrió. No fue la típica sonrisa engreída con la que saludaba a sus amigos o coqueteaba con las chicas más populares. Fue una sonrisa distinta, ligera, como si él también estuviera descubriendo algo nuevo.
—¿Te gustaría venir al partido este viernes? Me encantaría que estuvieras ahí.
Sofía lo miró sin saber qué decir. Por un instante, pensó que era una broma cruel. Tal vez alguien la estaba observando desde lejos, esperando reírse de su reacción. Pero en los ojos de Max no había burla. Solo una chispa honesta, un interés desconcertante.
Una parte de ella quiso negarse, protegerse, mantenerse en la seguridad de la invisibilidad. Pero otra parte, la que llevaba años deseando ser vista, escuchada, amada… esa parte alzó la voz por ella.
—Claro —respondió, y al hacerlo, algo cambió en el aire.
Max asintió, complacido, y luego siguió su camino. Todo volvió a la normalidad en el pasillo, pero no dentro de Sofía. Porque ese instante breve, ese cruce de palabras, esa mirada inesperada, marcó el inicio de algo nuevo. De algo que aún no comprendía.
Desde ese día, Sofía dejó de ser invisible para él.
Lo que no sabía era que, a veces, los ojos más hermosos esconden tormentas. Y que las primeras miradas pueden ser tan dulces como venenosas.
Porque ese sería el inicio de su primer amor… y también de su primera gran herida.
La mañana siguiente amaneció fría, pero dentro de la sala de juntas la tensión era un horno. Sofía no había dormido; la noche se la había pasado organizando piezas, llamando a abogados y trazando una lista de prioridades que parecía interminable. Afuera, la ciudad avanzaba como si nada; adentro, su mundo estaba en llamas.Raúl permanecía de pie frente a la mesa, con la mirada clavada en los documentos que ella le había entregado. No era un hombre dramático, pero el temblor en su voz al hablar del patrón de transferencias dejó claro que la situación era grave.—Han usado empresas pantalla —dijo—. Las trazas fiscales llevan a intermediarios que, a su vez, apuntan a cuentas vinculadas con varias de las inversiones que Max ha hecho recientemente. No es algo improvisado: esto se planeó con tiempo.Sofía cerró los ojos un segundo, como si quisiera que el polvo del asombro dejara de arder. Cuando los abrió, su expresión era una máscara de cuarzo.—Poner candado inmediato a las cuentas vulner
La tarde había caído y con ella una sensación de incertidumbre tan densa que parecía impregnarlo todo. El cielo gris reflejaba el caos que Sofía sentía por dentro. Caminaba sin rumbo fijo, con las manos escondidas en los bolsillos de su abrigo, mientras el viento helado golpeaba su rostro. A su alrededor, la ciudad seguía su curso: autos, luces, gente apurada… pero nada lograba arrancarla del torbellino de pensamientos que la consumía.Max.El simple hecho de pensar en su nombre le provocaba un nudo en el estómago. Cada palabra de Adrian Wright resonaba en su cabeza una y otra vez: “Él tiene intenciones más allá de las que puede imaginar.” Lo había negado al principio, convencida de que todo era una confusión, una mala interpretación. Pero las pruebas estaban ahí. Max había movido piezas dentro de su empresa, había usado información que solo alguien con acceso directo a ella podría tener.¿De verdad la había estado manipulando todo este tiempo? ¿Otra vez?Sofía cerró los ojos por un i
El viento frío de la mañana golpeaba los ventanales de la oficina con una insistencia que parecía reflejar el caos en el interior de Sofía. Caminaba por los pasillos de su empresa con paso firme, pero por dentro se sentía tambaleante. Cada palabra que Max le había dicho la noche anterior seguía resonando en su mente, como un eco imposible de apagar: “Lo que siento por ti es real.” “Estoy dispuesto a luchar por ti.”Palabras. Solo eso. Y sin embargo, por más que intentara ignorarlas, algo en ellas había calado demasiado hondo. ¿Y si era verdad? ¿Y si, por primera vez, Max estaba siendo sincero?Sacudió la cabeza con fuerza. No podía permitirse esa debilidad. En el mundo de los negocios, las emociones eran un lujo que se pagaba caro. Y ella no iba a ser la mujer que perdiera todo por culpa de un hombre, mucho menos por culpa de él.Se encerró en su oficina y se concentró en los documentos que tenía sobre el escritorio. La reunión de ese día era crucial: una propuesta de expansión intern
El sol apenas lograba filtrarse entre las cortinas, tiñendo la habitación de un tono dorado suave, casi melancólico. Sofía abrió los ojos lentamente, sintiendo el calor en su piel, un calor que no provenía del amanecer sino del recuerdo ardiente de la noche anterior. Por unos segundos, todo parecía perfecto: el silencio, la calma, la sensación del cuerpo de Max aún tibio a su lado. Pero esa ilusión duró poco. En cuanto su mente volvió a conectar con la realidad, una punzada amarga le atravesó el pecho.No fue solo deseo lo que había ocurrido entre ellos. Había sido más. Una rendición, un salto al vacío que ella juró no volver a dar jamás. Y, sin embargo, lo había hecho.Giró la cabeza lentamente. Max dormía a su lado, con el rostro sereno, ajeno al torbellino que la consumía. Sus pestañas oscuras descansaban sobre su piel bronceada, y su respiración tranquila contrastaba con la agitación que sentía Sofía por dentro. Durante un instante, quiso creer en esa imagen. Quiso creer que él ha
La oficina de Sofía se había convertido en su santuario. Era el único lugar donde podía refugiarse del caos que la perseguía desde aquella noche. Entre los cristales fríos y las luces blancas del edificio, se sentía protegida. Allí era invencible, la jefa implacable, la mujer que nadie podía tocar. O al menos, eso quería creer.El sonido del teclado de su computadora era su única compañía. Cada golpe de tecla era un intento desesperado por acallar los pensamientos que la atormentaban. Pero por más que se concentrara en los números, en los contratos, en los correos pendientes, una imagen regresaba una y otra vez a su mente: Max.Su rostro aparecía con una nitidez que la desarmaba. Esa mirada firme, intensa, que siempre había tenido el poder de atravesarla. La forma en que pronunciaba su nombre, la calidez de su voz grave… y, sobre todo, el recuerdo de la pasión desbordante que los había envuelto la noche anterior. Podía sentirlo aún, como si su piel guardara la memoria exacta de cada c
La mañana siguiente amaneció con una calma engañosa. Los primeros rayos del sol se filtraban entre las cortinas del dormitorio, dibujando líneas doradas sobre las sábanas revueltas. Sofía abrió los ojos lentamente, como si temiera enfrentarse a la realidad. El silencio era absoluto, solo interrumpido por el sonido lejano del tráfico y su propia respiración irregular.Max dormía a su lado, con el rostro relajado, sin rastros del deseo y la intensidad que la noche anterior habían marcado cada beso, cada caricia. Sofía lo observó unos segundos, intentando entender cómo había llegado hasta allí. Había pasado años construyendo muros a su alrededor, años jurándose que nunca más volvería a ser vulnerable ante él, y sin embargo, una sola noche había bastado para derrumbar todo.Se levantó sin hacer ruido. Caminó descalza hasta el baño, y al mirarse en el espejo, apenas se reconoció. Su piel aún conservaba las marcas del contacto, los rastros de una pasión que había desatado tanto placer como





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