Mundo de ficçãoIniciar sessão
El timbre de la Preparatoria Hamilton sonó con la misma monotonía de siempre, arrastrando consigo el murmullo de los estudiantes que se esparcían por los pasillos como un río sin rumbo. Para Sofía Dark, ese sonido no era más que el recordatorio de que otro día gris comenzaba. Uno más en la larga lista de jornadas en las que pasaría desapercibida, como una sombra más entre las paredes del edificio.
Caminaba con la cabeza gacha, el cabello oscuro cayendo sobre su rostro como una cortina protectora. No era timidez, al menos no completamente. Era autopreservación. Sofía había aprendido con el tiempo que era mejor no levantar la mirada, no buscar contacto visual, no dar motivo para ser vista. Sus pasos eran suaves, casi inaudibles, como si flotara. Había perfeccionado el arte de desaparecer, de pasar inadvertida incluso cuando estaba presente. Se sentía como un suspiro en medio del bullicio.
Entró al aula sin que nadie la notara. Como siempre.
Se sentaba en el mismo lugar: última fila, pegada a la ventana. Desde allí podía observar el mundo exterior. Las copas de los árboles se mecían con el viento, ajenas a las trivialidades humanas. A veces, Sofía se preguntaba si la naturaleza también se sentía sola. Si los árboles hablaban entre sí cuando nadie los veía.
Sus días eran un ciclo constante: clases, almuerzo sola en un rincón, más clases, caminata silenciosa de regreso a casa. No había amigos ni mensajes en su celular, ni risas compartidas. Su mundo estaba entre las páginas de sus libros, en las libretas donde dibujaba en secreto, en las frases que escribía pero nunca decía en voz alta. A sus diecisiete años, Sofía tenía un corazón inmenso, lleno de sueños, pero lo mantenía encerrado detrás de una muralla invisible que había construido ladrillo a ladrillo, con cada decepción, cada burla, cada silencio no elegido.
Y entonces, un día cualquiera, él la miró.
Max Smith.
El nombre que todas pronunciaban con una mezcla de deseo y admiración. Capitán del equipo de fútbol, hijo del dueño de una de las empresas más poderosas del país, atractivo hasta el punto de lo irreal. Tenía una sonrisa encantadora, casi programada para enamorar, y unos ojos azul profundo que parecían sacados de una historia de fantasía. Todo en él gritaba perfección, éxito, carisma. Max era de esos chicos que parecía tener el mundo rendido a sus pies. El tipo de persona que jamás, en ningún universo, se cruzaría con alguien como Sofía.
Pero aquel día, en medio del pasillo atestado de estudiantes, mientras todos reían y se empujaban con la ligereza propia de quienes no tienen cicatrices que ocultar, Max se detuvo frente a ella.
—¿Sofía, verdad?
Ella alzó la mirada con incredulidad. ¿Lo había dicho en voz alta? ¿La había confundido con otra persona? Nadie decía su nombre de esa forma. Nadie lo pronunciaba con dulzura, con ese tono curioso que parecía querer conocerla.
—S-sí —murmuró, su voz apenas audible. Su corazón golpeaba dentro de su pecho, sorprendido por el simple hecho de ser notado.
Y entonces, Max sonrió. No fue la típica sonrisa engreída con la que saludaba a sus amigos o coqueteaba con las chicas más populares. Fue una sonrisa distinta, ligera, como si él también estuviera descubriendo algo nuevo.
—¿Te gustaría venir al partido este viernes? Me encantaría que estuvieras ahí.
Sofía lo miró sin saber qué decir. Por un instante, pensó que era una broma cruel. Tal vez alguien la estaba observando desde lejos, esperando reírse de su reacción. Pero en los ojos de Max no había burla. Solo una chispa honesta, un interés desconcertante.
Una parte de ella quiso negarse, protegerse, mantenerse en la seguridad de la invisibilidad. Pero otra parte, la que llevaba años deseando ser vista, escuchada, amada… esa parte alzó la voz por ella.
—Claro —respondió, y al hacerlo, algo cambió en el aire.
Max asintió, complacido, y luego siguió su camino. Todo volvió a la normalidad en el pasillo, pero no dentro de Sofía. Porque ese instante breve, ese cruce de palabras, esa mirada inesperada, marcó el inicio de algo nuevo. De algo que aún no comprendía.
Desde ese día, Sofía dejó de ser invisible para él.
Lo que no sabía era que, a veces, los ojos más hermosos esconden tormentas. Y que las primeras miradas pueden ser tan dulces como venenosas.
Porque ese sería el inicio de su primer amor… y también de su primera gran herida.







