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Capítulo 3 – La apuesta cruel

El almuerzo en la terraza exclusiva del edificio de arte no era un simple descanso. Era una exhibición. Un desfile de marcas, risas falsas y conversaciones tan vacías como costosas. Aquel espacio, con sus sillones de diseño y vista privilegiada al campo de deportes, era reservado solo para los privilegiados. Hijos de empresarios, políticos y celebridades. Allí, cada mirada era un juicio, cada gesto tenía peso, y la popularidad se medía en seguidores, ropa y conexiones.

Max Smith era el centro de ese universo.

Su sola presencia bastaba para silenciar murmullos y atraer sonrisas. Todos lo observaban, lo imitaban, lo seguían. Pero él, aún envuelto en ese trono invisible, se sentía fuera de lugar. Había empezado como un juego, una apuesta absurda entre bocados de comida gourmet y egos inflados. Pero algo, en lo más profundo de su pecho, se resistía.

—¿Y bien? —preguntó Tyler, su mejor amigo, dándole una mordida exagerada a su sándwich de focaccia con salmón ahumado—. ¿Hablaste con la chica invisible?

Max lo miró sin mucho entusiasmo.

—Sofía —corrigió, frunciendo levemente el ceño.

Usar su nombre le parecía lo mínimo.

Los demás soltaron carcajadas como si acabara de contar un chiste.

—Míralo, ya se sabe el nombre —rió Emma, la reina de las porristas, sentándose demasiado cerca, entrelazando su brazo al de Max—. Vas en serio con esta apuesta, ¿eh?

Max se apartó sutilmente. El contacto de Emma le resultaba tan vacío como su sonrisa. La conocía desde hacía años, pero nunca la había sentido auténtica. Solo era otra pieza más del decorado perfecto que lo rodeaba.

—Solo estoy calentando motores —respondió con una sonrisa falsa, esa que dominaba a la perfección—. Me invitó a su mundo silencioso. Es más interesante de lo que parece.

—¿Así que sí la vas a enamorar? —insistió Tyler, con los ojos brillando de emoción—. Ya sabes las reglas. Tienes un mes para que caiga rendida. Queremos pruebas. Un beso frente a todos. Después… ya sabes lo que sigue.

—Corazón roto —dijo Emma como si recitara el final de una historia conocida, bebiendo de su botella de agua como una actriz de drama juvenil.

Max dudó por un segundo. Algo se removió dentro de él, como una incomodidad que no lograba sacudirse. Pero la escondió bajo una sonrisa arrogante.

—Trato hecho —dijo con firmeza.

La risa estalló en la mesa como fuegos artificiales. A nadie le importaba realmente Sofía. Para ellos, era solo una rareza más del colegio, una nota al pie en un anuario. Pero para Max, esa sonrisa de victoria sabía agria.

No sabía si era culpa o una intuición que le gritaba que estaba a punto de cruzar una línea que no podría deshacer.

Esa noche, recostado en su cama, con la luz del celular iluminando su rostro, Max buscó su perfil en redes sociales.
Sofía Dark.

El perfil era privado. La imagen de portada mostraba una flor desenfocada, de colores suaves. Nada de selfies, nada de frases motivacionales, ni publicaciones llamativas.

Nada que buscara aprobación.

Max deslizó el dedo sobre la pantalla con lentitud. En un mundo donde todos competían por atención, ella era un enigma. ¿Quién era esa chica que no necesitaba ser vista para existir?
“Quizás no sea tan fácil como todos piensan”, pensó.

Al día siguiente, la buscó. No en los pasillos, ni en la cafetería. Sabía que no estaría allí. Fue a la biblioteca, un lugar que la mayoría evitaba. Y ahí estaba ella, en una mesa del rincón, rodeada de libros. Un cuaderno de dibujo reposaba entre sus manos, y sus dedos se movían con concentración. Sus lentes descansaban en la punta de su nariz, y sus ojos oscuros, grandes y profundos, lo vieron antes de que pudiera saludarla.

—Hola —dijo él, con voz más suave de lo habitual.

Sofía lo miró, claramente confundida.

—¿Otra vez tú?

—¿Te molesto?

Ella cerró el cuaderno con lentitud.

—Solo me sorprende. Nunca antes me hablaste —dijo con honestidad, sin ironía ni reproche.

Max sonrió, genuinamente. Esa franqueza… lo desarmaba más que cualquier sonrisa fingida.

—Quizás me estaba perdiendo de algo importante.

Sofía lo miró con desconfianza. No parecía convencida. Pero tampoco lo rechazó. Y eso bastó.

Max se sentó a su lado, como quien se instala en un lugar nuevo sin saber cuánto se quedará.

No lo sabía, pero acababa de abrir una puerta que cambiaría todo.

Una apuesta que empezó como un juego, y que terminaría por hacerlos caer.

A ambos.

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