El almuerzo en la terraza exclusiva del edificio de arte no era un simple descanso. Era una exhibición. Un desfile de marcas, risas falsas y conversaciones tan vacías como costosas. Aquel espacio, con sus sillones de diseño y vista privilegiada al campo de deportes, era reservado solo para los privilegiados. Hijos de empresarios, políticos y celebridades. Allí, cada mirada era un juicio, cada gesto tenía peso, y la popularidad se medía en seguidores, ropa y conexiones.Max Smith era el centro de ese universo.Su sola presencia bastaba para silenciar murmullos y atraer sonrisas. Todos lo observaban, lo imitaban, lo seguían. Pero él, aún envuelto en ese trono invisible, se sentía fuera de lugar. Había empezado como un juego, una apuesta absurda entre bocados de comida gourmet y egos inflados. Pero algo, en lo más profundo de su pecho, se resistía.—¿Y bien? —preguntó Tyler, su mejor amigo, dándole una mordida exagerada a su sándwich de focaccia con salmón ahumado—. ¿Hablaste con la chic
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