Mundo de ficçãoIniciar sessãoMax Smith no caminaba por los pasillos de la Preparatoria Hamilton. Desfilaba.
La vida de Max era lo que muchos soñaban: carros de lujo, ropa de diseñador, relojes que valían más que el sueldo anual de un maestro, y viajes de fin de semana en jets privados. Sus redes sociales eran una galería de lujos: playas paradisíacas, fiestas en mansiones, chicas perfectas aferradas a su brazo. El mundo lo adoraba, y él lo sabía.
Detrás de su sonrisa encantadora y el aura de perfección, había un vacío. Un cansancio que no podía sacudirse, como si repitiera el mismo guion cada día. Las mismas personas que decían quererlo pero solo buscaban una parte de su fama. Las mismas conversaciones superficiales, los mismos halagos vacíos, las mismas chicas que se le lanzaban encima sin conocer realmente quién era.
Y fue entonces cuando la vio.
Sofía Dark.
—Vamos, Max —dijo Tyler, su mejor amigo, con una sonrisa burlona mientras comían en la cafetería—. Eres el rey de esta escuela. Puedes tener a cualquier chica… incluso a esa rara del fondo.
Max sonrió. De esas sonrisas lentas, sin prisa, como si estuviera considerando una jugada en el ajedrez. Al principio, la idea le pareció absurda. No porque Sofía le resultara desagradable, sino porque jamás había pensado en ella de esa manera. No estaba en su radar. No formaba parte de su mundo.
Pero algo en la propuesta lo detuvo.
Sofía no era como las otras. No buscaba su atención, no le sonreía al pasar, no fingía reír de sus bromas. Era como un misterio sin resolver. Y Max, que estaba harto de lo predecible, sintió cómo la intriga le picaba bajo la piel.
—Hecho —respondió con voz segura, mirando a Tyler a los ojos.
Los chicos celebraron con golpes de puños y risas ruidosas, como si hubieran lanzado un reto deportivo. Para ellos, era un juego. Para Max, al principio, también. Una distracción. Un experimento social.
Pero desde el momento en que pronunció su nombre en el pasillo, algo cambió.
—¿Sofía, verdad?
Ella lo miró como si no entendiera que él existía. Como si verlo frente a ella fuera una distorsión de la realidad. No reaccionó como las otras. No se sonrojó, no se mordió el labio, no batió las pestañas. Parecía… asustada.
Esa noche, ya en su habitación, Max se recostó en su enorme cama mientras la ciudad titilaba más allá de sus ventanales. Podía tener cualquier cosa con solo extender la mano… pero pensaba en ella.
—Sofía —murmuró en voz baja, probando el sonido de su nombre en sus labios.
No lo sabía. Solo sabía que quería volver a verla.
Y lo que Max aún no comprendía era que ese juego inocente —esa apuesta tonta nacida del aburrimiento— no solo cambiaría la vida de Sofía.
Porque, sin quererlo, en su intento por conquistarla, él sería el primero en caer.







