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Capítulo 2 – El heredero popular


Max Smith no caminaba por los pasillos de la Preparatoria Hamilton. Desfilaba.

Su andar tenía la confianza de quien lo tiene todo asegurado. No necesitaba alardear: su sola presencia bastaba para captar miradas, despertar suspiros y provocar envidias. Cada paso parecía calculado, como si supiera que estaba siendo observado por un público invisible que lo admiraba en silencio.

Estudiantes, profesores e incluso algunos padres conocían su nombre. No solo era el capitán del equipo de fútbol americano, el chico del cuerpo atlético y sonrisa blanca; era el hijo de Richard Smith, magnate de bienes raíces y tecnología, cuyas empresas aparecían en portadas de revistas, cuyas donaciones financiaban media ciudad.

La vida de Max era lo que muchos soñaban: carros de lujo, ropa de diseñador, relojes que valían más que el sueldo anual de un maestro, y viajes de fin de semana en jets privados. Sus redes sociales eran una galería de lujos: playas paradisíacas, fiestas en mansiones, chicas perfectas aferradas a su brazo. El mundo lo adoraba, y él lo sabía.

Pero Max estaba aburrido.

Muy aburrido.

Detrás de su sonrisa encantadora y el aura de perfección, había un vacío. Un cansancio que no podía sacudirse, como si repitiera el mismo guion cada día. Las mismas personas que decían quererlo pero solo buscaban una parte de su fama. Las mismas conversaciones superficiales, los mismos halagos vacíos, las mismas chicas que se le lanzaban encima sin conocer realmente quién era.

Y fue entonces cuando la vio.

Sofía Dark.

Claro que la había notado antes. Era imposible no hacerlo. Siempre estaba allí, al fondo del salón, junto a la ventana, con su cabello negro como tinta escondiéndole el rostro. Silenciosa, ausente, como una figura que pertenecía a otra historia. Pero hasta ese día, Max no se había detenido a mirarla de verdad.

Y todo cambió gracias a una apuesta.

—Vamos, Max —dijo Tyler, su mejor amigo, con una sonrisa burlona mientras comían en la cafetería—. Eres el rey de esta escuela. Puedes tener a cualquier chica… incluso a esa rara del fondo.

—¿Sofía? —repitió Max, levantando una ceja.

—Exacto —intervino Jordan, otro del grupo, conteniendo la risa—. Te damos una semana para que salgas con ella. Y un mes para que se enamore. ¿Aceptas?

Max sonrió. De esas sonrisas lentas, sin prisa, como si estuviera considerando una jugada en el ajedrez. Al principio, la idea le pareció absurda. No porque Sofía le resultara desagradable, sino porque jamás había pensado en ella de esa manera. No estaba en su radar. No formaba parte de su mundo.

Pero algo en la propuesta lo detuvo.

Algo dentro de él… se activó.

Sofía no era como las otras. No buscaba su atención, no le sonreía al pasar, no fingía reír de sus bromas. Era como un misterio sin resolver. Y Max, que estaba harto de lo predecible, sintió cómo la intriga le picaba bajo la piel.

—Hecho —respondió con voz segura, mirando a Tyler a los ojos.

La apuesta estaba sellada.

Los chicos celebraron con golpes de puños y risas ruidosas, como si hubieran lanzado un reto deportivo. Para ellos, era un juego. Para Max, al principio, también. Una distracción. Un experimento social.

Pero desde el momento en que pronunció su nombre en el pasillo, algo cambió.

—¿Sofía, verdad?

Ella lo miró como si no entendiera que él existía. Como si verlo frente a ella fuera una distorsión de la realidad. No reaccionó como las otras. No se sonrojó, no se mordió el labio, no batió las pestañas. Parecía… asustada.

Y eso lo desconcertó.

Por primera vez, alguien no lo trataba como una estrella.

Por primera vez, se sintió humano.

Esa noche, ya en su habitación, Max se recostó en su enorme cama mientras la ciudad titilaba más allá de sus ventanales. Podía tener cualquier cosa con solo extender la mano… pero pensaba en ella.

Sofía.

—Sofía —murmuró en voz baja, probando el sonido de su nombre en sus labios.

Había algo en su mirada esquiva, en su forma de esconderse del mundo, que lo intrigaba más que cualquier chica perfecta en su lista de conquistas.

Tal vez era su soledad. Tal vez su silencio.

No lo sabía. Solo sabía que quería volver a verla.

Y lo que Max aún no comprendía era que ese juego inocente —esa apuesta tonta nacida del aburrimiento— no solo cambiaría la vida de Sofía.

Cambiaría la suya también.

Porque, sin quererlo, en su intento por conquistarla, él sería el primero en caer.

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