En la opulenta ciudad de Nueva York, donde los rascacielos besan las estrellas y los secretos se esconden en cada esquina, la vida de Pamela, una profesora de ballet de origen humilde, está a punto de cambiar para siempre. Una noche, mientras trabaja en un exclusivo evento, sus ojos se cruzan con los de Cristhian Guon, un magnate enigmático y seductor, cuya fortuna es tan vasta como los misterios que lo rodean. Atrapados en un torbellino de deseo y peligro, Pamela y Cristhian descubrirán que los secretos de medianoche pueden ser tanto una maldición como una promesa de amor eterno.
Leer másLa música suave del cuarteto de cuerdas flotaba por el salón de mármol como un susurro elegante, envolviendo cada rincón del Grand Manhattan Hotel. Lámparas de cristal colgaban del techo alto como estrellas congeladas, lanzando destellos sobre vestidos de seda, relojes de oro y sonrisas ensayadas. La alta sociedad de Nueva York se había reunido para una gala benéfica, una de esas noches en que los ricos lavaban su conciencia a fuerza de cheques millonarios, champán y caridad.
En medio de ese universo de opulencia, Pamela Duarte giraba sobre sus puntas, deslizándose con la gracia que solo los años de disciplina podían esculpir. Su tutú blanco, decorado con cristales que brillaban como escarcha, atrapaba la luz con cada movimiento. Su rostro, sereno, ocultaba la tormenta que siempre la acompañaba cuando bailaba: una mezcla de miedo, pasión, fuerza y libertad. Ella no pertenecía a ese mundo. No tenía apellidos ilustres, ni cuentas bancarias llenas. Había crecido en un pequeño apartamento del Bronx, donde aprendió a danzar con más hambre que privilegio. Pero esa noche, aunque fuera solo por unos minutos, era la estrella en un cielo ajeno. El último acorde sonó, y Pamela terminó con una reverencia impecable. El aplauso fue educado, discreto, propio de quienes aplauden más por costumbre que por emoción. Ella sonrió con suavidad, disimulando la tensión en sus piernas, y bajó la mirada... hasta que lo sintió. Una mirada. Intensa. Cargada de una energía imposible de ignorar. Al alzar los ojos, lo vio. Un hombre de pie cerca del fondo del salón, con un traje negro hecho a la medida que parecía fundirse con su piel. Era alto, de hombros anchos y rostro severo. Su cabello oscuro, peinado hacia atrás con precisión milimétrica, brillaba bajo la luz. Pero lo que atrapaba eran sus ojos: oscuros, hipnóticos, fijos en ella como si la conociera desde antes de nacer. Pamela sintió un escalofrío, una corriente eléctrica que recorrió su espalda y se ancló en el estómago. Nunca nadie la había mirado así. Con hambre, sí. Con admiración, también. Pero con esa intensidad cargada de secretos... jamás. —Ese es Cristhian Guon —susurró Clara, otra bailarina, a su lado—. El dueño del hotel. Y de muchas otras cosas más. Dicen que su fortuna es tan grande como sus misterios. Pamela no contestó. No podía apartar la mirada. Y él tampoco lo hacía. Ese cruce duró apenas unos segundos, pero fue suficiente. Como si una hebra invisible se tensara entre ellos, un hilo que ni el tiempo ni la lógica podrían cortar. Cuando Pamela se retiró al camerino, su corazón seguía latiendo con fuerza. No era miedo. Era algo más peligroso. Una promesa muda. Una advertencia. Cristhian Guon no era simplemente un hombre rico. Era un misterio vestido de Armani. Y aunque no lo sabía aún, esa noche no solo había bailado para entretener a una élite aburrida. Había sido elegida. Nueva York tenía muchos secretos. Pero solo algunos eran capaces de cambiarlo todo. Y Pamela Duarte acababa de mirar directo al corazón de uno de ellos.La noche había caído como una cubeta de agua fría, mientras Cristhian trabajaba en el estudio de la casa, se sentía un silencio totalmente abrumador, como si la naturaleza misma quisiera ocultar lo que estaba a punto de suceder. El jardín de la casa donde ahora residían Pamela, Cristhian, la pequeña Abigail y Miriam parecía ajeno al peligro, pero el aire estaba impregnado de un silencio inquietante.Cristhian apenas había dormido en los últimos días. Desde la boda interrumpida y los ataques constantes de Lina y Luciana, la tensión se había vuelto parte de su rutina. Se sentó en el escritorio de su estudio, repasando documentos, cuando un sobre deslizado por debajo de la puerta lo hizo estremecerse. Lo recogió con manos tensas: no había sido entregado por correo, alguien había entrado hasta allí.El sobre estaba cerrado con un sello rojo, y en el reverso una letra estilizada, reconocible para él como una marca de guerra: la de Lina Marceau.Con el corazón latiendo como un tambor, rasgó
El amanecer en la ciudad parecía traer un aire fresco, pero en el corazón de Pamela, ese día nacía cargado de tormenta. Había pasado apenas unas semanas desde la boda truncada en el jardín privado de Étoile, donde Lina había irrumpido como sombra para arruinar lo que debía ser el día más luminoso de sus vidas. Aunque la herida de Pamela había comenzado a sanar, tanto física como emocionalmente, la sensación de que la amenaza estaba lejos de desaparecer la mantenía alerta.Cristhian había redoblado la seguridad en la casa, Santiago se mantenía siempre alerta, y Axel vigilaba cada movimiento desde el mundo digital. Sin embargo, Pamela no pudo ignorar el presentimiento que le estremeció el alma cuando, esa mañana, escuchó a dos empleados hablar entre susurros sobre un rumor inquietante: Lina y Luciana estaban planeando secuestrar a Abigail.Su primera reacción fue de incredulidad. ¿Cómo podían atreverse a tocar lo más sagrado, a una niña inocente que ya había sufrido demasiado? Pero pron
El silencio de la noche caía como un manto pesado sobre la casa Guon-Duarte. La ciudad aún respiraba con luces titilantes, pero en el corazón de Pamela no había más que un nudo de incertidumbre. Habían pasado apenas unas semanas desde el ataque en el jardín privado de Étoile, una herida que todavía ardía en su piel y, sobre todo, en su alma. Lina había intentado arrancarle la vida, y aunque había sobrevivido, Pamela llevaba la sensación de que algo dentro de ella también había sido lacerado.Aquel dolor se transformaba en sombras cada vez que cruzaba la mirada con Cristhian. Él estaba allí, siempre atento, protector, incapaz de dejar que una ráfaga de viento la rozara sin reaccionar. Y, sin embargo, Pamela lo percibía distante, ocultando algo. Era un instinto, esa aguda percepción que la había acompañado desde el principio de su historia con él: un presentimiento que no le daba tregua.Esa noche, Pamela se levantó del sofá, descalza, con un libro olvidado sobre la mesa de cristal. Se
Los días habían pasado con la lentitud de un reloj detenido en la penumbra. Desde aquella tarde en el jardín privado de Étoile, donde la sangre de Pamela manchó las rosas recién florecidas, la atmósfera se había cargado de un silencio contenido, como si la ciudad misma aguardara el desenlace de una tragedia escrita con tinta invisible.Pamela aún convalecía en la habitación principal de la casan. La herida había sanado lo suficiente para permitirle caminar, pero el dolor se manifestaba como un recordatorio punzante de que la sombra de Lina y Luciana todavía rondaba cerca, acechando cada respiro, cada caricia, cada latido compartido. Cristhian apenas la dejaba sola; su vigilancia era férrea, como si en cualquier descuido la oscuridad pudiera arrebatársela de nuevo.—Luz… —susurró él una noche, mientras la abrazaba con un fervor casi desesperado—. No voy a permitir que nadie vuelva a tocarte. Si tengo que arrasar con todo su mundo, lo haré.Pamela, agotada, apoyó la cabeza en su pecho.
El jardín privado de Étoile se había convertido en el refugio favorito de Pamela desde la boda. Las flores recién plantadas desplegaban colores vivos que contrastaban con la calma aparente de su espíritu. El eco de aquella ceremonia interrumpida aún se grababa en cada pétalo, como si la tierra misma recordara la irrupción violenta de Lina, el momento en que la esperanza de un día perfecto fue teñida por el peligro. Cristhian, desde entonces, no había permitido que Pamela diera un solo paso sin vigilancia. Incluso en ese rincón que ella había soñado como espacio de paz, había guardias discretamente apostados, y aun así, Pamela sentía la vulnerabilidad rozarle la piel como un viento helado.Los días posteriores habían sido una mezcla de ternura y tormenta. Cristhian, decidido a resguardar su felicidad, buscaba cada oportunidad para demostrarle que nada, ni siquiera el veneno del pasado, podría quebrar lo que los unía. Y sin embargo, Pamela sabía que la amenaza no se había desvanecido. L
El jardín de Ètoile en donde se celebraba la íntima boda parecía suspendido en un sueño de cristal y susurros. La ceremonia había sido sencilla, casi secreta, como ambos lo habían deseado. No había multitudes ni fotógrafos, solo un círculo reducido de amistades fieles y algunas miradas cómplices que compartían con ellos la magia de ese instante.Pamela, con un vestido de encaje suave y un velo que caía ligero sobre su espalda, parecía flotar en cada paso. Su mirada brillaba como un fuego sereno, una mezcla de nervios y certeza absoluta. Frente a ella, Cristhian la observaba como si cada palabra de sus votos hubiera grabado un pacto eterno en su alma.El altar, decorado con jasmines blancos y candelabros de plata, se alzó como testigo de un amor que había resistido tormentas, traiciones y sombras. Y, al pronunciarse el “sí” entrelazado con la fuerza de sus manos, un silencio reverente se extendió, como si incluso el universo hubiera contenido la respiración para escucharlos.Los aplaus
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