Cautivos del Reflejo

El silencio después de las palabras de Cristhian era espeso, casi sólido. Pamela sentía cómo el aire de su apartamento parecía haberse vuelto más denso, como si cada pared estuviera escuchando la conversación. Frente a ella, el hombre que la había envuelto en un torbellino de emociones no era el magnate impecable y seguro, sino alguien que parecía cargar con el peso de un pasado que aún no estaba dispuesto a soltar.

—¿Qué estás ocultando, Cristhian? —preguntó, con voz baja pero firme.

Él no la miró de inmediato. Sus ojos estaban fijos en un punto indeterminado de la sala, como si allí, entre las sombras, pudiese encontrar una salida.

—No puedo contártelo todo aún —murmuró—. No porque no quiera... sino porque hay cosas que, si se dicen en voz alta, pueden destruirlo todo.

—¿Destruir qué? ¿Tu reputación? ¿Mi vida?

Sus palabras cortaban, pero Pamela no podía seguir fingiendo que era una espectadora pasiva de los misterios que la rodeaban. Ella estaba dentro, demasiado dentro ya.

—A ti —respondió él al fin—. Pueden destruirte a ti.

Pamela dio un paso atrás, como si su cercanía fuera ahora peligrosa.

—Entonces ya estoy en peligro —replicó, con el corazón latiéndole como un tambor en el pecho—. Desde el momento en que te conocí, empecé a perder el equilibrio. No sé en quién confiar, recibo llamadas misteriosas, y ahora me entero de que me estás vigilando. ¿Qué clase de vida es esta, Cristhian?

Él avanzó un paso, pero se detuvo. Sus ojos oscuros brillaban con una emoción contenida.

—No entiendes… lo que hay detrás de todo esto no es un simple drama de sociedad. Hay nombres, intereses, gente muy poderosa involucrada. Cosas que comenzaron hace más de una década, cuando Lina aún era solo una promesa del ballet.

—¿Y tú qué papel juegas en esa historia?

Silencio. Su silencio decía más que cualquier palabra.

Pamela sintió cómo una lágrima le caía por la mejilla. No era de tristeza. Era de impotencia.

—No puedes seguir protegiéndome con medias verdades —le dijo con voz quebrada—. Necesito saber la verdad, toda la verdad. Porque si no, no puedo seguir viéndote.

Fue como si esas últimas palabras le hubiesen abierto una herida. Cristhian apretó los labios, y algo se rompió en su mirada. Sin decir nada más, asintió con la cabeza, giró sobre sus talones y salió del apartamento sin mirar atrás.

Pamela cerró la puerta lentamente. El eco del portazo retumbó como un disparo.

A la mañana siguiente, Pamela no fue al estudio de danza. En lugar de eso, se sentó frente a su laptop, buscando nombres relacionados con Lina Marceau. Había pocos datos. Un par de artículos sobre sus presentaciones, una entrevista breve y una nota sobre su "retiro inesperado" del escenario. Ninguna mención a escándalos, desapariciones, ni siquiera rumores.

Demasiado limpio.

Entonces, una fotografía vieja captó su atención. Era una gala benéfica, de al menos ocho años atrás. En ella, Lina aparecía con un vestido azul medianoche, rodeada por figuras de la alta sociedad neoyorquina. A su lado, casi escondido entre las sombras, un hombre que Pamela reconoció de inmediato: Cristhian Guon. Más joven, pero con la misma expresión insondable.

Y junto a él… otra figura conocida.

Pamela amplió la imagen. Su pulso se aceleró.

—No puede ser…

Era el director artístico del Centro de Danza donde ella trabajaba: Leonard Vestri.

Esa tarde, Pamela fue al centro como si nada. Caminó por los pasillos de madera encerada y espejos brillantes con paso firme, como si su corazón no estuviese desbordándose de preguntas. Al llegar a la oficina de Leonard, tocó con suavidad.

—Adelante —se escuchó desde dentro.

El hombre la recibió con una sonrisa cordial. Alto, delgado, de cabellos canosos perfectamente peinados, tenía la elegancia natural de alguien que había vivido entre arte y prestigio.

—Pamela, qué sorpresa. ¿Todo bien?

—Quería hablar sobre una posibilidad —dijo ella, sentándose—. Me ofrecieron una beca para una residencia artística en París. Pensé que antes de considerarla, debía hablar contigo.

Leonard alzó las cejas.

—¿Una beca? ¿Tan repentinamente?

—Sí, llegó por medio de una colega que trabaja en la Ópera de Lyon.

Él entrecerró los ojos apenas. Luego sonrió, pero la sonrisa no llegó a sus ojos.

—Me alegra que estés teniendo ese tipo de oportunidades —dijo finalmente—. Eres una de nuestras mejores instructoras, lo sabes.

—Gracias. Pero quería saber si esto... afectaría mi relación con el centro. No quiero dejar puertas cerradas.

—Por supuesto que no —respondió él, pero su tono era tenso ahora—. Aunque... si puedo preguntarte, ¿quién fue la persona que te contactó?

—¿Por qué lo pregunta?

Leonard sonrió con cortesía.

—Por simple curiosidad. Me gusta saber qué conexiones tienen nuestros artistas.

Pamela se puso de pie.

—No tengo muchos. Pero últimamente, parece que hay muchas cosas que no sé de la gente que me rodea.

—Eso es parte del mundo del arte, querida —dijo él, con una sonrisa fría—. Siempre hay más bajo la superficie.

Esa noche, Pamela recibió una carta en el buzón de su edificio. No tenía remitente. La abrió con manos temblorosas. Dentro, una hoja doblada con una sola línea escrita a mano:

"Deja de buscar o terminarás como Lina."

Sintió que el piso se le iba. El mundo entero pareció girar en cámara lenta.

No era paranoia. No eran suposiciones. Alguien la estaba vigilando. Y no estaban contentos con que ella estuviera escarbando en secretos enterrados.

Horas más tarde, en un ático de ventanales amplios, Cristhian miraba por la ciudad con un vaso de whisky en la mano. Su rostro era una máscara de dolor y decisión. A su lado, un hombre joven, bien vestido, revisaba algunos documentos.

—¿Qué haremos con ella, señor Guon?

Cristhian cerró los ojos.

—Nada.

—Pero ya recibió una amenaza. Si sigue investigando, podría…

—Ya te dije que no harás nada —interrumpió con voz fría—. A Pamela no se le toca. A nadie se le ocurrirá hacerle daño. O lo lamentará.

El asistente asintió, pero la tensión en la habitación era evidente.

—¿Y si llega a descubrir la verdad?

Cristhian miró la ciudad como si esperara encontrar una respuesta entre los edificios iluminados.

—Entonces tendré que elegir entre protegerla... o perderla.

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