Inicio / Romance / Secretos de Medianoche / Huellas en la Oscuridad
Huellas en la Oscuridad

El eco de sus pasos se mezclaba con el de su respiración agitada mientras Pamela bajaba las escaleras de servicio del Grand Manhattan Hotel. Cada peldaño que descendía parecía alejarla un poco más del invernadero, de Cristhian, de esa mirada que aún le temblaba en el pecho… y de aquella figura misteriosa que los había estado observando desde la penumbra.

¿Quién era? ¿Qué hacía allí? ¿Por qué la expresión de Cristhian se había vuelto tan tensa cuando la vio?

Una parte de Pamela le decía que debía marcharse, que era mejor cortar ese hilo invisible que había empezado a atarla a un mundo ajeno, oscuro. Pero otra parte —la más inquieta, la que la había impulsado desde niña a bailar sin escenario, a soñar sin promesas— le pedía no soltarlo todavía.

Ya en el vestíbulo de servicio, esperó el ascensor, tratando de calmarse. Se frotó las manos, frías, nerviosas. El brillo del evento no alcanzaba ese pasillo gris, donde empleados y proveedores cruzaban sin levantar la mirada. A Pamela le gustaba ese anonimato. Era su zona segura.

Pero esa noche, nada parecía seguro.

El ascensor se abrió y entró con rapidez. Marcó el piso del estacionamiento, donde esperaba que aún estuviera el pequeño auto que había pedido prestado a Matías. Mientras bajaba, repasó mentalmente lo vivido: la presentación, la mirada de Cristhian, su inesperada invitación, el invernadero, la tensión… y esa figura, silenciosa como un mal presagio.

El ascensor se detuvo. Salió apresurada.

El aparcamiento era amplio, frío, iluminado solo por lámparas automáticas que se encendían al detectar movimiento. Caminó entre los vehículos con el corazón acelerado. Su auto estaba al fondo, junto a una columna.

Cuando lo alcanzó, buscó las llaves en su mochila. Pero entonces, sintió algo.

Una presencia.

Se giró lentamente.

Nada.

Solo autos estacionados, columnas y silencio.

Suspiró. Estaba paranoica.

Abrió la puerta, entró al vehículo y se sentó. Pero cuando fue a cerrar, un brazo fuerte se interpuso, sujetando la puerta desde afuera.

—¡No te asustes! —dijo una voz masculina—. ¡Soy yo!

Pamela soltó un grito ahogado y alzó la mirada.

—¡Matías! —exclamó, confundida— ¿Qué haces aquí?

Matías Rivera, su mejor amigo desde la universidad y confidente incondicional, la miró con los ojos abiertos por la preocupación. Vestía jeans, una chaqueta de cuero y una mochila cruzada sobre el hombro.

—Tenía que hablar contigo —dijo él, entrando al auto con rapidez y cerrando la puerta—. Pamela… tenemos que hablar de Cristhian Guon.

Ella lo miró sin entender.

—¿Cómo supiste que estaba con él?

—Porque estoy siguiendo a Guon desde hace semanas —respondió con tono serio—. Es el centro de una investigación en la que estoy trabajando para el periódico.

—¿Una investigación?

—Sí —Matías la miró fijamente—. Hay muchas cosas oscuras en sus negocios, Pamela. Fondos desviados, empresas fantasma, contratos con políticos corruptos… y desapariciones.

—¿Desapariciones? —repitió Pamela, sintiendo cómo se le erizaba la piel.

—Una de las últimas personas que tuvo contacto con Cristhian fue una bailarina. Se llamaba Lina Marceau. Desapareció hace cinco años. Nadie volvió a saber de ella.

Pamela sintió que el mundo se le detenía por un momento. El corazón latía con fuerza en su pecho. ¿Una bailarina? ¿Otra como ella?

—¿Estás diciendo que… que él tiene algo que ver?

—No lo sé. No hay pruebas directas. Solo indicios. Pero suficientes para mantenerme alerta.

Pamela apretó las manos sobre el volante.

—Matías… estuve con él esta noche. Hablamos. Me invitó al invernadero. Dijo cosas… personales. No parecía un criminal.

—Los monstruos no siempre tienen colmillos —susurró Matías—. Algunos visten trajes de diseñador.

Pamela lo miró, pero en su interior, una lucha se desataba. No podía negar que había algo oscuro en Cristhian, algo que se sentía… peligroso. Pero también había percibido algo más: dolor. Soledad. Un anhelo sincero. Como si él estuviera atrapado en una jaula invisible.

—Hay algo más —añadió Matías—. Esa figura que viste… en el jardín. ¿Era una mujer?

Pamela asintió lentamente.

—Alta. Pelo claro. Desapareció entre las sombras.

—Luciana Devereux —dijo Matías con firmeza—. Ex prometida de Guon. Hija de un político europeo muy influyente. Hubo rumores de que ella también desapareció por un tiempo. Ahora ha regresado. Nadie sabe por qué.

Pamela sintió una punzada en el pecho. ¿Luciana? ¿Estaba relacionada con esa mirada entre los arbustos? ¿Era ella la amenaza silenciosa que parecía acecharlo?

—Pamela, prométeme que tendrás cuidado —dijo Matías, tocándole el brazo—. No te metas demasiado con él. Este mundo… no es el nuestro.

Ella no respondió de inmediato. Miró al frente. Las luces del estacionamiento parpadeaban como si advirtieran de un peligro cercano.

—No quiero dejarlo así —dijo finalmente—. No aún. Quiero saber la verdad. Sobre Lina Marceau. Sobre Luciana. Sobre él.

Matías la miró con frustración, pero también con resignación.

—Sabía que dirías eso. Por eso te traje esto —abrió su mochila y le entregó una carpeta delgada—. Aquí hay recortes de periódicos, fotografías, documentos. Léelo. Y después… decide si quieres seguir en esto.

Pamela tomó la carpeta y la apoyó en su regazo. Estaba más fría de lo que imaginaba. Como si ya pesara con la verdad.

—Gracias, Matías —susurró.

Él asintió. Luego bajó del auto y desapareció entre los vehículos. Pamela encendió el motor, pero no se fue. Abrió la carpeta y sacó la primera foto.

Era una imagen en blanco y negro. Una joven de cabello oscuro, en plena pose de ballet. Sonriente. Hermosa.

Lina Marceau.

Pamela tragó saliva.

El parecido con ella era... inquietante.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP