Ecos del Pasado

La lluvia empezó a caer con suavidad sobre la ciudad, como si Nueva York susurrara secretos entre las gotas que resbalaban por los ventanales. Pamela observaba las luces temblorosas de los taxis desde su apartamento, sentada en el alfeizar de la ventana con una manta enredada sobre los hombros. A su lado, la carpeta que Matías le había entregado descansaba abierta como una herida recién expuesta.

Cada hoja era un eco. Cada recorte, una advertencia.

Había fotos antiguas de Lina Marceau en eventos benéficos, en entrevistas con revistas de danza, incluso una donde aparecía entrando al mismo hotel donde Pamela había bailado la noche anterior. Pero había una imagen en particular que no podía apartar de su mente: Lina, en pose de arabesque, con el rostro vuelto hacia el cielo, envuelta en un tutú blanco casi idéntico al suyo.

No era solo parecido físico. Había algo más inquietante. Algo en la expresión de Lina, en la mirada perdida, que le resultaba dolorosamente familiar. Pamela cerró los ojos un momento. ¿Estaba viendo lo que quería ver? ¿O había realmente un patrón, una historia que se repetía?

El sonido del timbre la sacó de sus pensamientos.

Miró el reloj. Eran casi las once de la noche.

Se acercó a la puerta con cautela. En su edificio no solían hacer visitas a esa hora. Miró por la mirilla.

Nadie.

Frunció el ceño. Abrió con cuidado, pero el pasillo estaba vacío. Solo una caja negra sobre el felpudo.

La recogió con desconfianza. No tenía etiquetas, ni remitente.

Entró de nuevo, cerró con seguro, y se sentó frente a la mesa de su pequeña sala. Abrió la caja.

Adentro, un sobre de papel grueso y… una rosa blanca.

Pamela sintió un nudo formarse en su garganta. Tomó el sobre. Dentro había una tarjeta con letras doradas, escritas a mano con una caligrafía elegante:

“Porque algunas rosas florecen solo de noche.

–C.G.”

Pamela sostuvo la tarjeta entre los dedos, temblorosa. Su mente se llenó de preguntas. ¿Por qué le enviaba eso Cristhian? ¿Por qué una rosa blanca? ¿Qué significaba?

Y sobre todo… ¿cómo sabía dónde vivía?

Al día siguiente, llegó al centro cultural donde trabajaba desde hacía tres años. Era un edificio modesto, con muros pintados por los niños del barrio y carteles de cartulina que anunciaban talleres de danza, teatro y pintura. Allí, Pamela se sentía libre. Allí nadie la medía por su apellido ni por el precio de sus zapatos.

Las niñas la recibieron con abrazos y risas. Algunas le entregaron dibujos de bailarinas; otras querían mostrarle lo que habían practicado en casa. Pamela sonrió con ternura. Esos pequeños momentos eran su refugio.

Durante la clase, mientras dirigía los movimientos desde el espejo, su mente volvió una y otra vez a la tarjeta. A la rosa. A Lina. Sentía que estaba siendo empujada hacia una historia que no había elegido, pero que, de alguna manera, la estaba reclamando.

Al finalizar, se acercó a su casillero para guardar sus cosas. Al abrirlo, encontró otro sobre. Blanco, sin marcas.

Lo abrió de inmediato.

Dentro, una nota escrita a máquina:

“Te están observando. No confíes en nadie. Ni siquiera en él.”

Pamela sintió cómo la sangre se le helaba. Miró a su alrededor, pero el pasillo estaba vacío. El centro no tenía cámaras, y los empleados confiaban los unos en los otros. Pero alguien había estado ahí. Alguien que sabía que ella trabajaba allí. Alguien que la vigilaba de cerca.

Apresuradamente tomó su bolso y salió.

Esa noche, no pudo dormir. Se giraba una y otra vez en la cama, como si las sábanas pesaran más de lo normal. Volvió a mirar la carpeta de Matías. Una de las notas hablaba de un evento que Lina Marceau había organizado poco antes de desaparecer: un recital íntimo en un teatro pequeño de Manhattan. Según el recorte, fue su última aparición pública.

Pamela se levantó y buscó el nombre del teatro en su celular: Teatro LeClair.

Aún existía. Aún ofrecía espectáculos de danza contemporánea. Pero no tenía gran financiamiento. Apenas sobrevivía con fondos privados… entre ellos, uno en particular: Fundación Guon para el Arte y la Juventud.

Todo volvía a él.

Pamela sintió que necesitaba respuestas. No podía seguir adivinando, sospechando. Si Cristhian tenía algo que ver con Lina, debía saberlo de su boca.

Marcó el número de la tarjeta que él le había dejado semanas atrás tras un evento en el que coincidieron, pero nunca se atrevió a llamarlo. Sonó tres veces. Luego una voz.

—Duarte —dijo él. No era una pregunta. Era una afirmación, casi una caricia.

—Tenemos que hablar —dijo ella, sin rodeos.

Un breve silencio.

—Estoy en mi penthouse. Puedes venir. Te enviaré la dirección.

—No —lo interrumpió—. No en tu terreno. Quiero que hablemos donde yo elija. Donde tú no controles el espacio.

Una pausa más larga.

—Acepto. Dime el lugar.

Pamela pensó rápido. Necesitaba un sitio donde se sintiera segura, donde pudiera observarlo con claridad. Donde el poder no estuviera inclinado hacia él.

—Café Lirio. Calle 49 con Lexington. Mañana. Ocho en punto.

—Estaré allí —respondió sin más.

Y colgó.

A la mañana siguiente, el Café Lirio olía a café recién molido y pan tostado. Era un local pequeño, con mesas de madera y flores frescas en cada rincón. Pamela llegó temprano, se sentó junto a la ventana y pidió un capuchino. Llevaba un suéter beige y jeans. Nada llamativo. Nada que dijera “bailarina de gala”. Era solo ella.

A las ocho en punto, la campanita de la puerta sonó.

Cristhian Guon entró.

Vestía informalmente, con una chaqueta de cuero oscuro y una bufanda gris. Su presencia, sin embargo, era tan dominante como siempre. Al verla, sus ojos se suavizaron apenas.

—Buenos días —dijo, sentándose frente a ella.

—¿Por qué me mandaste una rosa? —fue lo primero que preguntó.

Él sonrió, pero sin burla.

—Porque pensé que lo necesitabas. A veces, los gestos sencillos son más sinceros que mil palabras.

—¿Y la nota? —preguntó, sacando la tarjeta—. “Algunas rosas florecen solo de noche”. ¿Qué querías decir?

—Que hay belleza incluso en lo oculto. En lo que vive en la oscuridad. Como tú —dijo, mirándola con intensidad.

Pamela sostuvo su mirada.

—¿Quién era Lina Marceau?

El ambiente cambió. Su rostro se endureció apenas. Sus labios se cerraron. Pero sus ojos... sus ojos se nublaron por un instante.

—¿Por qué preguntas eso?

—Porque yo también soy bailarina. Porque ella desapareció. Porque me parezco a ella. Porque todos los caminos me llevan a ti, Cristhian.

Él apoyó las manos sobre la mesa.

—No fui yo quien la hizo desaparecer.

—¿Pero sabías que iba a pasar?

Él la miró en silencio.

—Lina era… especial. Como tú. Demasiado brillante para un mundo como este. Quiso escapar, pero no supo cómo. Y yo no supe protegerla.

Pamela no supo si creerle.

—¿Y Luciana? ¿Qué papel juega en todo esto?

Él apretó los labios.

—Luciana… es otra historia. Una historia que aún no ha terminado.

Pamela se estremeció.

Sabía, en lo más profundo de su ser, que estaba entrando en un laberinto. Y que en el centro no solo estaba Cristhian, sino una verdad que podía romperle el alma.

Pero ya no había vuelta atrás.

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