Ángela nunca ha sido una chica que llame la atención. Silenciosa, tímida y amante de los libros, lleva una vida tranquila entre sus estudios y sus pensamientos. Pero todo cambia la noche en que sus ojos se cruzan con los de Lucien Ravenmort, un hombre de mirada impasible, tan atractivo como inquietante, que parece sacado de otra época… y de sus peores —o mejores— pesadillas. Lucien ha vivido siglos alimentándose del deseo y la sangre de los humanos. Jamás ha dudado, jamás ha sentido culpa. Hasta que la conoce a ella. Por alguna razón que no puede entender, Ángela despierta en él algo que no es hambre, sino necesidad. Y por primera vez, el cazador no quiere morder… quiere descubrir sus más profundos secretos. Pero para un vampiro, amar a otro ser que no sea de los suyos es casi como un delito. Convertir a una humana, un sacrilegio. Pero resistirse a su sed, es una condena lenta y dolorosa. Cuando Lucien descubre que su deseo por Ángela puede aplacarse no con sangre, sino con un tipo diferente de vínculo —uno que roza lo prohibido y lo carnal—, se desata un deseo peligroso que los arrastrará a ambos a un mundo de secretos, clanes en guerra, y pasiones que podrían ser su salvación… o su perdición.
Leer másNunca me sentí como las demás chicas. Y no me malinterpretes, no estoy diciendo que sea especial. Para nada. Solo creo que soy… un poco diferente. Quizás sea la forma en la que a veces veo el mundo, como si fuera un rompecabezas que todo el tiempo espera ser resuelto por mi. Desde pequeña, mi mente ha funcionado de una manera que ni yo misma termino de entender. Es como si pudiera ver más allá de lo obvio, como si todo tuviera una lógica oculta que no se le escapa a mis ojos, aunque los demás no puedan verlo. Aunque por esa razón a veces la gente piense que soy un poco rara.
Las personas suelen decir que soy muy madura para mi edad, y eso siempre me ha parecido curioso. Quizás porque no tengo el más mínimo interés en cosas como las fiestas, los chismes y el drama que predomina en la universidad. Mis pasatiempos favoritos son los libros, los mangas y sobre todo, los momentos a solas con mis pensamientos. Al principio, me sentí completamente cómoda con eso, con ser tan solo una espectadora de mi propia vida, una observadora silenciosa a la que nadie nota. A mi no me importaba que la mayoría de las personas me encasillaran en la imagen de la típica nerd. Para mi era una ventaja no tener que socializar con nadie y que nadie quisiera hablar conmigo. Estaba bien. Nadie esperaba nada de mí, y yo prefería que así fuera. Hasta que un día, ocurrió algo muy extraño. Fue algo tan tonto que nunca creí que sería la razón por la que entraría en el radar de las chicas más populares de la universidad. Me metí en un lío, pero no era nada que no pudiera resolver. Era algo tan simple como ayudar a un grupo de chicas con un trabajo grupal que estaba a punto de desmoronarse por completo. Ellas no eran malas personas, pero no se les daba muy bien trabajar juntas. El caso es que, al final, gracias a mi ayuda —que realmente no fue para tanto— lograron entregar el trabajo a tiempo y con una calificación bastante decente. Desde ese momento, me adoptaron. Literalmente. Como si de alguna manera yo hubiera sido la pieza faltante en su rompecabezas social. Lo gracioso es que, aunque no me consideraba parte de su mundo, algo de mí empezó a cambiar. De alguna forma, me sentí incluida, protegida, incluso un poco más confiada. Claro, todavía me sentía como una intrusa en ese círculo lleno de risas, conversaciones sobre chicos atractivos y un montón de temas triviales, pero lo cierto es que me había ganado un lugar en aquel grupo, y ya no estaba tan sola. Desde ese momento, las cosas empezaron a complicarse. Por un lado, mis amigas, que me empujaban hacia el centro de atención, me presionaban para “salir del cascarón” asegurando que era por mi bien. Por otro lado, el resto de los chicos de la universidad empezaron a notarme. No sabían mucho de mí, pero mi belleza e intelecto parecían atraerlos de una manera que no entendía del todo. Casi como un insecto es atraído a la luz sin una razón aparente, dispuesto a morir cual kamikaze. Primero por curiosidad, luego con la absurda idea de conquistarme, como si yo fuera algún tipo de trofeo. No es que me molestara, pero la verdad, nunca me interesó la idea del amor y me parecía absurda la competencia entre los chicos. Lo irónico es que, cuanto más distante me mantenía de ellos, más inalcanzable les parecía. Y eso solo hacía que algunos quisieran acercarse aún más. En la superficie, la imagen que tenían de mí era distinta: la chica linda, inteligente y con un toque ideal de rareza. Perfecta. Pero por dentro yo me sentía como un faro en medio de una tormenta de expectativas ajenas. Nunca supe que este aparente aislamiento iba a ser la calma antes de la tormenta. Tampoco imaginé que esa tormenta llevaría el nombre de Lucien Ravenmort. Mi vida tranquila de universitaria, alejada del caos social, cambió cuando mis amigas decidieron que era hora de "hacerme socializar". No entendía por qué insistían tanto. Después de todo, yo era feliz en mi mundo de libros, mangas y largas noches frente a la pantalla de mi computadora viendo “monos chinos”, como ellas solían llamarlo. Pero para ellas no era suficiente. “Tienes que interactuar con gente real Ángela”, me decían antes de comenzar a sermonearme sobre no poder vivir en una burbuja y que la vida social era "esencial" para mi crecimiento y desarrollo personal. Al final no pude escapar de sus insistentes invitaciones, por lo que ahí estaba yo, a las 11 de la noche, en un bar lleno de gente, música a todo volumen y luces neón que cegaban más de lo que iluminaban. —¡Ángela, ya es hora! —dijo Jenny, la más extrovertida de todas, mientras me empujaba ligeramente en dirección a la barra lanzándome una sonrisa traviesa—. Tienes que hablar con alguien. El resto de mis amigas me miró como si todo se tratara de una comedia romántica, donde la nerd captaba la atención del chico más guapo del instituto y entonces el patito feo se convertía en un cisne. Aunque la cara de Andy me hacía creer que era más un experimento científico que ellas creían fervientemente que cambiaría el rumbo de la humanidad. Lo peor, es que de alguna forma, yo sabía lo que eso significaba. Hacía semanas que Andy me insistía en que era hora de dejar de ser la "nerd solterona". Y de hecho, ya habíamos hablado sobre eso anteriormente llegado al punto en que me lanzó un reto: —Tienes que hablar con el primer chico que se acerque. Y, lo más importante, debes pedirle el número. ¡No hay excusas! De lo contrario, tomaré tu laptop y no habrá más “monos chinos” para ti. Mi respuesta fue la típica de siempre, una mirada de resignación acompañada de un suspiro. Pero lo peor de todo fue que, en lugar de reírse, todas se pusieron completamente serias, como si de alguna forma, esto fuera más que un simple juego. ¿Realmente estaban tan preocupadas por mi y mi nula capacidad para socializar? De alguna manera, me sentí atrapada, no podía escapar. Así que esperé, como siempre, observando a la gente a mi alrededor con más curiosidad que con un deseo genuino de interactuar. Y fue ahí cuando lo vi. Un muchacho alto, de cabello negro y la piel tan blanca como la de un armiño de nieve. Sus ojos pequeños y alargados. Pestañas tupidas, cejas abundantes y una nariz perfecta. Vestía todo de negro, manga larga y cuello alto. No fue un impacto inmediato, sino algo gradual, como si un velo se hubiera levantado para revelar algo que hasta ese momento había permanecido oculto. Me di cuenta de que, aunque el bar estaba lleno de chicos atractivos y llenos de confianza, Lucien tenía algo diferente. Un imán invisible que me obligó a mirarlo por algunos segundos. Él estaba sentado en una mesa junto a un grupo de personas. La manera en que se movía y la forma en que las chicas no podían dejar de mirarlo me hizo darme cuenta de algo: él sabía que su presencia era imponente y aunque no estaba ni cerca de ser el chico más ruidoso o el que más llamaba la atención, había algo en su mirada, algo oscuro y cautivador, que hacía que todos los demás se desvanecieran a su alrededor. Por supuesto, ese no era el tipo de chico que se acercaría a mi. ¿Qué interés podría tener en alguien como yo, la chica callada que miraba su celular consultando la hora constantemente durante una noche de fiesta? Pero mis amigas, como siempre, no me dejaron tiempo para reflexionar demasiado. No pasó mucho antes de que escuchara una voz masculina cerca de mí. Un par de chicos en la mesa de al lado comentaban, a medio reír, sobre lo "inalcanzable" que parecía ser yo. Ambos comentaban con malicia, convencidos de que mi belleza era solo una fachada. Y entonces uno de ellos hizo una especie de apuesta: “A que puedo acercarme a la chica que está ahí sentada y hacerla aceptar un trago de mi parte”. El otro chico respondió entre carcajadas: "Veremos si eres capaz. Esa nerd no va a dejar que la saques de su zona de confort". Sin embargo, antes de que pudiera siquiera hacer el intento, una sombra apareció a mi lado. Con paso firme y una presencia imponente. Era Lucien. Lo primero que noté fue su rostro. Era como si hubiera salido de una pintura. Con una expresión tan calculada que parecía que todo a su alrededor era parte de su plan, un escenario propio donde todos los demás eran tan solo extras. Su mirada fría, pero intensa, se posó en mí como si no hubiera nadie más en el bar. —¿Cuál es tu nombre? —dijo con voz baja, casi como si hablara para sí mismo. No había una sonrisa en sus labios, pero algo en la curva de su boca parecía indicar que lo que estaba ocurriendo le causaba gran satisfacción. Mis amigas se quedaron mudas, probablemente sorprendidas por la forma en que un chico tan atractivo se había acercado tan naturalmente a mi. Incluso ellas, que estaban acostumbradas a interactuar con chicos guapos en todos lados, parecían impresionadas. Yo, por supuesto, no supe qué hacer. Estaba completamente desconcertada, atrapada entre el desafío de cumplir con el reto de mis amigas y la sensación incómoda de que esta situación era, de alguna manera, demasiado extraña. Ni siquiera fui capaz de decirle mi nombre. — ¿Te gustaría un trago? —insistió, y su tono, aunque cordial, parecía contener algo más, aunque no supe distinguir que era. Al principio, no estaba segura de qué hacer. Pero algo en el ambiente, en su presencia, me empujó a no dejar pasar esta oportunidad. ¿Qué más da? Si esto era lo que me ofrecía el universo, iba a tomarlo, no podía echarme para atrás justo ahora. —Sí, claro. —Mi respuesta salió casi como un suspiro. Entonces, como si fuera parte del trato, lo miré fijamente—. ¿Te parece si intercambiamos números? Lucien arqueó una ceja, sorprendido. Sacó su teléfono móvil y sin perder la compostura, me lo dió. No sonrió, ni siquiera hubo una mueca en su rostro. Ningún indicio de nada. Guardé su número y apenas lo hice, algo en el aire cambió. La noche, que hasta ese momento parecía una más, se convirtió en el primer capítulo de una historia que jamás imaginé que viviría. Y así, sin más, mi vida dio un vuelco hacia algo mucho más peligroso, emocionante y apasionante de lo que jamás habría imaginado.[Perspectiva de Lucien]Las fiestas humanas son todas iguales. Luces intermitentes, música tan fuerte que ni siquiera puedo escuchar mis propios pensamientos, tantas feromonas flotando en el aire que prácticamente puedo verlas y mucho alcohol derramado, provocando decisiones absurdas.Pero yo iba porque todo era más fácil.El deseo, la vulnerabilidad... se sienten como campanas de cristal vibrando como una alerta para los de mi tipo. No necesito hacer más que sonreír, mirar fijamente, acercarme un poco más de lo normal y el resto es biología pura.Aunque esta noche yo no iba buscando placer. Iba de caza.Mi instinto me llevó a ese lugar. Lleno de jóvenes. Risas. Euforia. Caos. Y calor humano.Me abrí paso entre ellos como si flotara. Ellos nunca me notan, no realmente. Soy un misterio que se devela solo cuando yo así lo deseo. El tipo que nadie recuerda del todo pero del que todos quieren hablar después.Ya había elegido a una. Una chica pelirroja, con una risa chillona y un collar de
—¡Ángela! ¿Vas a venir o te vas a esconder en la biblioteca otra vez? —gritó Andy, colgando de mi brazo con esa energía de Golden Retriever imposible de ignorar.Estábamos en la cafetería del campus, un lugar que yo solía evitar porque el bullicio me ponía de mal humor. Pero desde que ayudé a Andy, Jenny y Sol con su proyecto de arte, parecía haber firmado sin querer un contrato vitalicio e intransferible con el club de las chicas populares.—Yo no me escondo —le dije con voz tranquila, tomando un sorbo de mi café que, para ese momento, ya estaba tan frío como mis ánimos.Nancy se dejó caer en la silla frente a mí con un suspiro teatral, llevándose el dorso de la mano hacia la frente, como si su vida fuera una telenovela y ella la protagonista incomprendida.—Necesitamos hablar del viernes —dijo con tono urgente.—¿Qué hay el viernes? —pregunté sin pensar, aunque ya presentía que la respuesta no me iba a gustar en absoluto.—¡Fiesta! En casa de Sol. Va todo el mundo —respondió Andy c
A veces creo que mamá es como un libro antiguo, es muy hermosa, llena de sabiduría, pero pareciera que tiene algunas páginas arrancadas que no me permite leer. Vivimos juntas desde siempre y más allá de ser madre e hija, creo que somos buenas amigas. De esas que pueden pasar horas sin hablar, simplemente compartiendo el mismo espacio con una taza de té, un libro y el ronroneo suave de Orión. Y para mi es más que suficiente. Desde que llegamos a Sira, hemos pasado más tiempo juntas que nunca. Hacer una mudanza entre dos no es tarea sencilla y eso nos obligó a coordinarnos, empacar recuerdos y también… desempolvar viejos silencios. Y entre todos esos silencios, hay uno que siempre ha estado ahí. El de mi padre. Nunca he sabido su nombre. Ni siquiera cómo era. Tampoco si alguna vez él supo de mi existencia. Es como si fuera un fantasma, uno que mamá se niega a invocar, pero que parece recorrer cada rincón de la casa. A veces me he detenido a pensar, que incluso, el tema de las mudanza
La ciudad de Sira huele a lluvia incluso cuando no está lloviendo. Tiene ese aroma a tierra mojada, a viento limpio que acaricia los árboles con una suavidad casi nostálgica. Mi madre dice que es porque está rodeada de montañas y bosques, pero yo creo que hay algo más, algo mágico y con un toque de misterio. Tiene un aire místico que todos pasan inadvertido, algo que se esconde entre los rincones silenciosos de las casas antiguas y los adoquines húmedos de las calles. Yo no quería mudarme. Pero tampoco puse demasiada resistencia. Lo cierto es que ya estaba acostumbrada a cambiar de lugar cada cierto tiempo dejando todo atrás. Casas, escuelas, amigos y cualquier tipo de vínculo. Nada lograba ser demasiado profundo. Mamá dice que es por su trabajo, pero creo que en el fondo también le gusta comenzar de cero, una y otra vez. Supongo que el cambio le genera algún tipo de emoción. Porque la vida al parecer le resulta un poco aburrida. Yo, por otro lado, siempre quise tener un lugar fijo d
Nunca me sentí como las demás chicas. Y no me malinterpretes, no estoy diciendo que sea especial. Para nada. Solo creo que soy… un poco diferente. Quizás sea la forma en la que a veces veo el mundo, como si fuera un rompecabezas que todo el tiempo espera ser resuelto por mi. Desde pequeña, mi mente ha funcionado de una manera que ni yo misma termino de entender. Es como si pudiera ver más allá de lo obvio, como si todo tuviera una lógica oculta que no se le escapa a mis ojos, aunque los demás no puedan verlo. Aunque por esa razón a veces la gente piense que soy un poco rara. Las personas suelen decir que soy muy madura para mi edad, y eso siempre me ha parecido curioso. Quizás porque no tengo el más mínimo interés en cosas como las fiestas, los chismes y el drama que predomina en la universidad. Mis pasatiempos favoritos son los libros, los mangas y sobre todo, los momentos a solas con mis pensamientos. Al principio, me sentí completamente cómoda con eso, con ser tan solo una es
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