Corrí a buscar a Lucien. Lo necesitaba. Por más que quisiera mantenerlo lejos, era el único que podía ayudarme.
Y lo hizo.
Aún no sé si por mí, o por lo que soy.
Pero entonces llegó.
—¿Hacia dónde se fueron? —preguntó mientras sus ojos se encendían en un rojo incandescente.
Le señalé la ruta mientras subíamos a su auto.
En un callejón, el gritó de Andy retumbaba en mis oídos cuando la sombra del primer Heka saltó sobre Lucien con una velocidad abismal. No era un movimiento humano, era una descarga animal, una furia desatada que parecía haber esperado siglos para derramarse.
Lucien lo interceptó a mitad del aire con un giro limpio, y el estruendo de su puño contra el rostro del vampiro fue como el chasquido de una roca rompiéndose. El cráneo del atacante giró con un sonido húmedo, pero no cayó. Se aferró al brazo de Lucien como una serpiente con colmillos largos y ojos inyectados de veneno.
—¡Atrás! —bramó Lucien, y lo estrelló contra el suelo con tal fuerza que el pavimento se