A la mañana siguiente, fingir que todo era normal fue como llevar puesta una máscara que no encajaba del todo.
Dormí poco. No porque estuviera nerviosa por Lucien, sino por… eso. Ese rayo púrpura que desgarró el cielo como si fuera papel mojado. Que salió de mí. De nosotros.
Todavía podía sentir su energía residual en mis labios, un zumbido eléctrico que recorría mi columna vertebral cada vez que lo recordaba. El beso. El segundo intento. El estallido. Su mirada de asombro. Su respiración entrecortada como si estuviera al borde de perder el control.
Pero aquí estaba yo, sentada en la cafetería de la universidad, revolviendo el café frío con una pajilla, con la mirada en el horizonte, absorta en mis pensamientos mientras mis amigas me miraban como si fuera una bomba de tiempo a punto de explotar.
—¿Y bien? —Jenny fue la primera en romper el silencio. Su sonrisa era tan amplia que parecía haberle dolido contenerla hasta ahora—. ¿Qué pasó anoche? ¡Queremos detalles jugosos!
Andy, con su