La ciudad de Sira huele a lluvia incluso cuando no está lloviendo. Tiene ese aroma a tierra mojada, a viento limpio que acaricia los árboles con una suavidad casi nostálgica. Mi madre dice que es porque está rodeada de montañas y bosques, pero yo creo que hay algo más, algo mágico y con un toque de misterio. Tiene un aire místico que todos pasan inadvertido, algo que se esconde entre los rincones silenciosos de las casas antiguas y los adoquines húmedos de las calles.
Yo no quería mudarme. Pero tampoco puse demasiada resistencia. Lo cierto es que ya estaba acostumbrada a cambiar de lugar cada cierto tiempo dejando todo atrás. Casas, escuelas, amigos y cualquier tipo de vínculo. Nada lograba ser demasiado profundo. Mamá dice que es por su trabajo, pero creo que en el fondo también le gusta comenzar de cero, una y otra vez. Supongo que el cambio le genera algún tipo de emoción. Porque la vida al parecer le resulta un poco aburrida. Yo, por otro lado, siempre quise tener un lugar fijo donde almacenar mi colección de mangas y el montón de dvds con mis series favoritas de anime, para poder presumirle a mis amigos y sentarnos durante horas a leer o adentrarnos en aquel mundo de colores vibrantes a través de la televisión. Al menos, aquellas historias serían más emocionantes que la vida real, donde las personas ni siquiera parecen tener un propósito. Mi nombre es Ángela Celestine. Tengo veinte años, estudio en la Universidad Nacional de Sira y, según me han dicho toda mi vida, soy una chica muy rara, digna de ser llamada nerd. Una nerd bonita, inteligente, callada... y un cero a la izquierda. No me molesta. De hecho, me gusta. No me interesa destacar. Me gusta pasar desapercibida, como un personaje secundario que todos olvidan pero que vive feliz en su mundo privado. Un mundo VIP lo llamaría yo, donde no cualquiera puede entrar. Vine a Sira con mamá y Orión, mi gato negro. Un gato silencioso, observador y un poco arisco, como yo. Siempre parece saber más de lo que deja ver y su compañía es uno de los pocos consuelos constantes que tengo. El primer día de clases fue exactamente como lo imaginé: incómodo. Entré al aula con un manga de Attack on Titan entre las manos, fingiendo que estaba demasiado interesada en la trama como para notar las miradas que me lanzaban. Algunas eran curiosas. Otras... no tanto. —¿Quién es la nueva? —escuché murmurar a una chica de cabello rubio anaranjado y visiblemente maltratado por el proceso, mientras yo me sentaba en la última fila. —No sé, pero mírala, parece una engreída —respondió otra, masticando un chicle con demasiado mal gusto. No dije nada. Ni siquiera las miré. No me molesté en sonreír o negar tal acusación. Me daba igual que pensaran lo que quisieran. Esa es una de las libertades de ser invisible por elección. No tener que dar explicaciones. Con el pasar de los días, la novedad de mi llegada se desinfló tan rápido como un globo reventado. Dejaron de prestar tanta atención pero empezaron a llamarme “la nerd solitaria”. Algunos incluso intentaron hacer bromas a mis espaldas, pero pronto se cansaron. Mi indiferencia fue como un muro inquebrantable. Y en el fondo, yo estaba bien así. Hasta que llegaron ellas. Andy, Jenny y Sol. Tres nombres que sonaban como las integrantes de una banda de k-pop. Las tres eran super populares, hablaban fuerte y se reían aún más fuerte. Era imposible no notarlas. Siempre estaban rodeadas de gente y un par de reflectores imaginarios las seguían a todas partes, por lo que nunca pensé que se fijarían en mí, y mucho menos que se acercarían a hablarme. Fue un viernes, justo después de la clase de arte. —¡Oye! —dijo una voz firme pero muy dulce. Era Andy, con su chaqueta blanca que simulaba el pelo de un zorro ártico, y su cabello castaño y largo atado en una coleta de caballo—. ¿Tú eres Ángela, verdad? Levanté la vista de mi cuaderno. Estaba dibujando un fanart de Levi, por lo que no respondí de inmediato. —Sí —dije, haciendo una pausa y sin soltar el lápiz. —Te hemos estado viendo. Digo... a ti y tus dibujos. Son increíbles —intervino Jenny, que llevaba un peto de mezclilla perfectamente ajustado como si estuviera modelando para una sesión de fotos y su cabello rojizo perfectamente ondulado. Sol, con ese cabello rubio y hermoso que le hacía honor a su nombre por asemejarse a los rayos de la mañana, se adelantó con una sonrisa dulce. —Tenemos un proyecto de arte y... bueno, estamos en aprietos. Creímos que podrías ayudarnos. Parpadeé. ¿Era una broma? ¿Una especie de experimento social? —No prometo nada —murmuré—. No queda mucho tiempo. Pero puedo intentarlo. Los ojos de las tres se iluminaron como si hubiera aceptado pintar la Capilla Sixtina. Trabajamos juntas ese fin de semana. Yo hice todo el arte, ellas pusieron las ideas, los colores, algunas palabras bonitas de aliento y los snacks. Al final, el proyecto quedó... bastante decente. Lo suficiente para alcanzar una nota promedio. Y ellas, para mi sorpresa, estaban tan encantadas que me abrazaron. Sí, literalmente. —¡Eres increíble! —dijo Andy, dándome un apretón que casi me rompe los huesos. —¿Cómo es que no habíamos hablado antes? —Jenny sonreía de oreja a oreja. —Definitivamente te unes a nuestro grupo. Sin discusión —sentenció Sol, como si fuera la reina de Sira y acabara de decretar mi destino. —No quiero ser popular —les advertí de inmediato—. Ni me interesa gustarle a nadie. No tengo tiempo para chicos ni dramas. Solo... quiero dibujar, leer, y estar tranquila. —¡Trato hecho! —dijeron casi al unísono. Y así, sin quererlo y sin entender del todo cómo... pasé de ser la nerd solitaria a una pieza curiosa y un poco desencajada dentro del grupo más popular del campus. Pero eso... eso solo fue el principio. Yo apenas comenzaba a acostumbrarme a la ciudad y había muchas otras cosas que requerían mi atención. Como mi madre y sus misterios.