El camino de regreso a casa fue más silencioso de lo que imaginé. Mamá caminaba rápido, como si quisiera alejarse lo antes posible de su propio taller, y yo iba a su lado en automático, mareada y con los pensamientos desordenados, luchando por no tambalearme demasiado con cada paso. El alcohol aún no me soltaba del todo, pero ya no era solo la embriaguez lo que me tenía mareada. Era todo el estrés de la situación anterior y la vibra extraña que provenía de mi madre.
Había algo en el modo en que mamá respiraba, como si contara mentalmente cada inhalación. Su cuerpo, por lo general erguido, iba un poco más encorvado. Sus manos, que normalmente se movían con seguridad, esta vez apretaban la correa de su bolso como si contuviera algo que rozaba lo ilegal.
La chaqueta que me había dado era más grande que yo, y olía a ella: a libro antiguo de biblioteca, a lavanda seca y a tinta. Me envolví en ese aroma como si fuera un refugio. Ese aroma me recordaba mi niñez. Mis dedos aún estaban fríos y