[Perspectiva de Lucien]
Las fiestas humanas son todas iguales. Luces intermitentes, música tan fuerte que ni siquiera puedo escuchar mis propios pensamientos, tantas feromonas flotando en el aire que prácticamente puedo verlas y mucho alcohol derramado, provocando decisiones absurdas. Pero yo iba porque todo era más fácil. El deseo, la vulnerabilidad... se sienten como campanas de cristal vibrando como una alerta para los de mi tipo. No necesito hacer más que sonreír, mirar fijamente, acercarme un poco más de lo normal y el resto es biología pura. Aunque esta noche yo no iba buscando placer. Iba de caza. Mi instinto me llevó a ese lugar. Lleno de jóvenes. Risas. Euforia. Caos. Y calor humano. Me abrí paso entre ellos como si flotara. Ellos nunca me notan, no realmente. Soy un misterio que se devela solo cuando yo así lo deseo. El tipo que nadie recuerda del todo pero del que todos quieren hablar después. Ya había elegido a una. Una chica pelirroja, con una risa chillona y un collar de perlas sintéticas algo anticuado. Estaba sola. Fácil. Predecible. Se encontraba sola, buscando algo que no sabía nombrar. Algo que yo podía ofrecerle. Me acerqué sin apuro. No necesitaba apurarme. La cacería no era solo por sustento, era arte. —¿Estás perdida? —le susurré al oído, apenas rozando su cuello con mi voz. La chica se sobresaltó, pero sonrió al verme. Siempre lo hacen. Las pupilas se agrandan, el aliento se entrecorta. Es una reacción química tan precisa como la sed. —No… creo que no —respondió, aunque su tono decía lo contrario. Me incliné un poco, como si compartiéramos un secreto. —Estás sola. Te noté hace rato. Ella rió, nerviosa, jugueteando con la copa en su mano. Un trago rosado y dulce que apenas disfrazaba su necesidad de sentirse deseada. —¿Y tú también estás solo? —preguntó, arqueando una ceja. —Siempre. —Mis ojos encontraron los suyos. No mentía. No del todo. Me tomó del brazo sin pensarlo, guiándome hacia una esquina más oscura, donde las luces se desdibujaban y el bullicio era un eco lejano. Su perfume era ligero, afrutado, y palpitaba en sus venas con cada latido que podía escuchar. —Tienes algo en la mirada —me dijo, delineando mi mandíbula con la punta de los dedos. Me acerqué más. Nuestras respiraciones se rozaban. Ella cerró los ojos, esperando un beso. Pero yo no la besé. Incliné mi rostro hacia su cuello, tan suave, tan expuesto. —Puedo mostrarte cosas que nadie más puede —murmuré contra su piel—. ¿Quieres verlas? Un pequeño gemido escapó de sus labios. Ella no entendía mis palabras. Pero su cuerpo sí. Mis colmillos se alargaron apenas un poco. Lo justo. Solo un roce, como una promesa de algo que no se concretaría. Y entonces… la vi. Ella estaba al otro lado de la sala. No bailaba. No se reía como las otras. Estaba con tres chicas más, pero su cuerpo parecía habitar otro tiempo, otro espacio. Vi su rostro y algo dentro de mí... crujió. Como si una cuerda muy antigua se tensara. He vivido más de doscientos años. He visto mujeres hermosas. Inteligentes. Peligrosas. He matado a algunas, salvado a otras. Pero nunca antes sentí lo que sentí al verla. Una atracción intensa. Dolorosa. Y al mismo tiempo, un rechazo visceral. Dí un paso hacia ella. Electricidad. Una corriente me atravesó el pecho causándome dolor. Me detuve. Cualquier movimiento me hacía sentir otra punzada profunda que iba directo al pecho. Mi respiración se aceleró, y eso es decir mucho para alguien como yo. —¿Quién eres? —susurré. Nadie me oyó. Pero el aire cambió. Ella giró levemente la cabeza, como si pudiera sentirme. Nuestros ojos se cruzaron. Por un instante, el tiempo pareció detenerse. Todo a mi alrededor desapareció. Solo estaba ella. Y esa energía. Hermosa. Frágil. Peligrosa. Y entonces mi instinto habló: "Aléjate." Y así lo hice. Desaparecí entre la multitud solo porque no podía acercarme más. No todavía. Algo me decía que si lo hacía... iba a salir herido. Pero en algún momento volveré. Preparado para enfrentar lo que sea. [Perspectiva de Ángela] —Te dije que te verías hermosa —dijo Andy, ajustándome una hebra de cabello detrás de la oreja—. Te juro que si no rompes corazones esta noche, yo misma me ofrezco como voluntaria. —No seas dramática —reí, aunque sabía que lo decía medio en serio. El vestido no era mío. Era uno de Jenny. Negro, ajustado, con una caída asimétrica que dejaba ver más pierna de la que jamás había mostrado. Me sentía como otra persona, pero de algún modo… bien. La fiesta estaba en pleno apogeo. Música, risas, luces de neón. El sitio era una de esas casas enormes que parecen pensadas exclusivamente para ser destruidas en noches como esta. —¿Qué tomas? —me preguntó Sol, empujándome una copa plástica medio llena. —No lo sé. Tiene burbujas —respondí con una sonrisa—. Y sabe a dulce con aguarrás. Las chicas rieron, y brindamos. Yo solo tomé un sorbo, pero sentí el efecto casi de inmediato. No estaba acostumbrada. Todo parecía vibrar un poco más de lo normal. Las luces dejaban rastros, como si la estela de un cometa se paseara frente a mis pestañas. Y entonces ocurrió el primer destello. Un pasillo largo, empedrado, antiguo. Como un castillo. Mi madre corriendo. Yo tras ella… pero no era yo. Era alguien más. ¿Un recuerdo? ¿Una proyección? Sacudí la cabeza. Jenny me llamó desde la pista de baile. —¡Ángela, ven! ¡Esta es nuestra canción! —Ya voy… —mentí. Fui al jardín. Necesitaba aire. Allí, el frío me abrazó como un viejo amigo. Me apoyé contra un muro. Orión me haría una cara de desaprobación si pudiera verme. Con ese vestido, ese peinado. Con burbujas en la cabeza. Un poco esponjosa. Y entonces... otra imagen. Una mirada profunda. Un chico. No lo conocía. Pero al mismo tiempo… lo reconocía. Como si su alma rozara la mía desde un rincón lejano del tiempo. Mi respiración se volvió errática. —¿Qué me pasa…? —murmuré. Me volví instintivamente, regresé a la casa de inmediato y caminé por un pasillo un poco solitario, sintiendo como si alguien me observara desde el otro extremo de la habitación. Y entonces sentí un escalofrío, como si hubiera electricidad en el aire. Algo estaba allí. Algo que no podía ver… pero que me veía a mí. No era miedo. Era otra cosa. Una alerta interior. Un aviso que aún no sabía cómo leer. Volví con las chicas. Pero una parte de mí… se quedó allá atrás. Buscando unos ojos que no había visto del todo, pero que ya vivían dentro de mí.