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Un chico misterioso - Parte 1

—¡Ángela! ¿Vas a venir o te vas a esconder en la biblioteca otra vez? —gritó Andy, colgando de mi brazo con esa energía de Golden Retriever imposible de ignorar.

Estábamos en la cafetería del campus, un lugar que yo solía evitar porque el bullicio me ponía de mal humor. Pero desde que ayudé a Andy, Jenny y Sol con su proyecto de arte, parecía haber firmado sin querer un contrato vitalicio e intransferible con el club de las chicas populares.

—Yo no me escondo —le dije con voz tranquila, tomando un sorbo de mi café que, para ese momento, ya estaba tan frío como mis ánimos.

Nancy se dejó caer en la silla frente a mí con un suspiro teatral, llevándose el dorso de la mano hacia la frente, como si su vida fuera una telenovela y ella la protagonista incomprendida.

—Necesitamos hablar del viernes —dijo con tono urgente.

—¿Qué hay el viernes? —pregunté sin pensar, aunque ya presentía que la respuesta no me iba a gustar en absoluto.

—¡Fiesta! En casa de Sol. Va todo el mundo —respondió Andy como si fuera obvio—. Y tú vienes con nosotras.

—Paso —respondí con naturalidad, como quien rechaza una cucharada de un remedio medicinal.

—No, no, no. Nada de eso —intervino Sol con su voz suave pero firme—. Ya dijiste que no querías ser popular, lo aceptamos. Pero esto no es por popularidad. Es por amistad. Nuestra primera noche juntas como grupo. Y ya imprimimos tu boleto para el rincón VIP.

La miré, confundida.

—¿Qué rincón VIP?

—Bueno, todavía no existe. Pero la idea está —respondió Andy, sonriendo como una niña que acaba de cometer una travesura.

Suspiré. Llevaba años evitando este tipo de situaciones. Ropa llamativa, música fuerte, conversaciones banales, selfies... ¿cómo había terminado aquí?

—No tengo ropa para eso —intenté una excusa barata.

—Nosotras te conseguimos algo —dijo Jenny, sacando su celular y mostrándome un conjunto demasiado brillante para mi gusto.

—Eso parece sacado de un anime de idols —murmuré.

—¡Exacto! ¡Es totalmente tú! —dijeron las tres al unísono.

Tragué saliva. Lo que me daba miedo no era la ropa, ni la fiesta, ni siquiera la gente. Lo que me asustaba un poco era... disfrutarlo. ¿Y si empezaba a gustarme todo esto? ¿Y si el personaje secundario que formé en mi cabeza estaba empezando a robar cámara?

—Está bien —dije al fin, dejando el café sobre la mesa con resignación—. Pero si alguien intenta emparejarme con algún tipo de esos musculosos sin cerebro, me voy.

—Trato hecho —rió Sol—. Pero prométenos que si encuentras uno que lea cómics y toque la guitarra, te emparejarás con él.

Las tres se echaron a reír.

Y yo... yo sonreí. Muy poco, pero genuinamente.

Esa noche, en casa, cuando mamá regresó, yo ya había cenado sola y estaba de nuevo sentada con Orión en mi cama. La fotografía seguía guardada, pero mi cabeza la repasaba cada vez que cerraba los ojos.

—Hoy me invitaron a una fiesta —le dije al gato, como quien confiesa un gusto culposo.

Él bostezó y estiró las patas, indiferente.

—Lo sé, lo sé. ¿Qué pasó con la Ángela que prefería ver Jujutsu Kaisen antes que salir con humanos? Yo tampoco la reconozco.

Silencio.

—Pero... son buenas chicas. Y creo que me quieren como soy. Bueno, no exactamente como soy, pero cerca.

Orión me miró y luego se dio vuelta, mostrándome su espalda como si dijera “haz lo que quieras, humana boba”.

Me tumbé sobre la cama, abrazando la almohada.

Tal vez, por una vez, debía dejarme llevar. No para complacer a nadie. Sino para descubrir si esa parte de mí que evitaba tanto el mundo... también podía encontrar algo bonito fuera de las páginas de un manga.

Y con esa idea dando vueltas en mi cabeza, me quedé dormida.

Soñé con luces de colores, música suave, y con alguien de ojos oscuros que no paraba de mirarme, como si pudiera escudriñar en mi alma solo con verme. A la mañana siguiente desperté con un cansancio inexplicable, pero ya era momento de ir a la escuela.

Las chicas —Andy, Jenny y Sol— comenzaron a arrastrarme a su rutina diaria con una naturalidad que me desconcertaba. Me esperaban en la entrada del edificio, me guardaban sitio en clase y hasta me mandaban memes a las dos de la madrugada con comentarios como “¿No te recuerda al profesor de artes?” (y sí, casi siempre sí).

Me gustaba estar con ellas. Aunque no lo diría en voz alta. Me hacían reír, me hablaban de cosas a las que nunca había prestado atención: outfits, playlists, secretos del campus, y sí, chicos. Demasiado sobre chicos. Yo simplemente asentía, a veces aportaba algo sarcástico, y otras veces solo sonreía, con esa timidez que parecía hacerlas quererme más.

Pero en paralelo a esa nueva rutina, mi mente no dejaba de darle vueltas a la fotografía que había encontrado.

Cada noche, cuando mamá dormía y Orión trepaba a mis pies, yo la sacaba de su escondite y la contemplaba en silencio. Había algo más en esa imagen... una sensación difícil de explicar. Como si la foto intentara decirme algo, como si pudiera oír ecos lejanos a través de ella. La forma en que el hombre miraba a mamá... no era solo afecto. Había pasión, pero también algo melancólico. ¿Pérdida, quizá?

No sabía cómo preguntarle. ¿"Oye, mamá, por cierto, ¿quién es este tipo que se parece más a mí que yo misma?"? No funcionaría. Cada vez que la tenía cerca, mi garganta se apretaba y las palabras se quedaban atrapadas en las telarañas de mi boca.

Y entonces empezaron los deja vús.

El primero fue leve. Estaba en la biblioteca con Andy, scrolleando en su celular para buscar ideas del outfit que me pondrían para la fiesta. De repente, tuve una visión fugaz, como un destello. En esa imagen repentina vi a mi madre llorando en un pasillo oscuro, sujetando esa misma fotografía.

En segundos parpadeé y todo volvió a la normalidad. Andy ni lo notó.

El segundo fue más intenso. Caminaba hacia casa cuando, al cruzar por el parque, vi la figura de un hombre. No era real. No podía serlo. Pero allí estaba, entre los árboles, con los mismos ojos que yo. Me miraba. No decía nada. Y luego, desapareció como si el aire lo hubiera borrado.

—No puede ser —murmuré. Me temblaban las manos.

Pero lo más extraño vino una noche antes de la fiesta. Estaba en mi habitación, escuchando música, cuando tuve otra proyección. Cerré los ojos por un instante y vi... a alguien más. No a mi madre. No a mi supuesto padre. Era un chico. Alto, delgado, piel pálida, ojos intensamente oscuros, como si contuvieran un planeta lejano en ellos. Me miraba como si me conociera. Como si... me buscara.

Me levanté, alterada. Orión me siguió con la mirada, en silencio.

—¿Qué está pasando conmigo, Orión? —susurré—. Esto no es normal, ¿cierto? No me estoy volviendo loca… ¿verdad?

Él solo parpadeó.

Había una energía rara en mí. Como si algo se estuviera despertando.

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