8. La Cena Congelada
La presión del diez por ciento de las acciones de Almonte se sentía como una correa alrededor del cuello de Isidora. No solo había perdido su libertad, sino también el último recuerdo tangible de su padre. La firma estaba programada para la mañana siguiente, y el saber que Luca Franzani, había ideado esa cláusula la dejó con una sensación de vacío aún mayor.
Esa noche, sin embargo, debía enfrentar la cena familiar con los Franzani al completo: Luca, Julieta y Matteo. Isidora se obligó a concentrarse. Se había prometido a sí misma que la humillación no la doblegaría. Su paz ahora estaba forzosamente atada a este matrimonio; si iba a ceder, lo haría con la cabeza en alto.
Se puso el mismo vestido de seda gris que había usado en el té. No buscaría otro. Su vestuario era simple, y su sencillez sería su armadura en la opulenta prisión. Caterina apareció con discreción, ofreciéndole ayuda.
—Señorita Isidora, el señor Franzani padre es un hombre de la vieja guardia. Valora la disciplina y la