Mundo ficciónIniciar sesiónEl susurro de Clara golpeó a Isidora con la fuerza de un rayo, revelando la fragilidad de su última esperanza. Era una amenaza concreta sobre el convento. El miedo ya no era por ella, era por la idea de la paz que el convento representaba, una paz que Clara juraba destruir. Sor Mercedes y la comunidad no estaban a salvo si ella fallaba.
Isidora no reaccionó. Su rostro permaneció intacto, pero el temblor casi imperceptible en la punta de sus dedos no pasó desapercido para Matteo, que la observaba con una curiosidad renovada. Ella no lloraba, no gritaba; solo se endurecía. La única forma de sobrevivir al fuego era convertirse en hielo. Clara se alejó con una sonrisa venenosa, dejando a Isidora sola bajo la metralla de flashes de los periodistas.
Matteo se acercó de nuevo, su mano ahora en su cintura. Era un gesto posesivo y público, la declaración de un dueño. Su palma, grande y caliente, se sentía como una marca de propiedad. Él la obligó a girar levemente para una foto, el contacto físico un choque de voluntades y una sutil humillación ante el mundo.
—Sonríe, Isidora —susurró Matteo, su aliento en su cabello—. Te acaban de hacer la mujer más envidiada de la ciudad. Compórtate como tal, o te arrepentirás de tu teatro.
Isidora se obligó a levantar la cabeza, enfrentando sus ojos verdes. En ellos no había calidez, solo el triunfo del cazador y un profundo aburrimiento por el juego que acababa de ganar.
—Usted me humilló —dijo Isidora, con la voz apenas audible, pero cargada de rencor.
—Yo salvé a tu familia. Y me compré un desafío. —Matteo apretó ligeramente su cintura, un contacto que ella odió y que, para su sorpresa, le produjo un escalofrío traicionero, la primera señal de esa atracción química que negaba—. Es un trato justo.
—No es un trato. Es coerción. Usted es un depredador.
—Llama al precio como quieras. —Matteo elevó el tono para la prensa, regalándoles una media sonrisa falsa—. Mi prometida y yo estamos encantados de iniciar este nuevo capítulo. Ahora somos un bloque inquebrantable.
Luca Franzani se acercó, estrechando la mano de Isidora con una formalidad fría, pero con un respeto recién nacido por su compostura. No era la novia que esperaban, pero era una Almonte digna. —Bienvenida, Isidora. Harás bien en no decepcionar a mi hijo. La estabilidad es nuestro único objetivo.
—No tengo intenciones de decepcionar a nadie, Señor Franzani. Solo de cumplir mi palabra.
Matteo, a su lado, frunció el ceño. Esa frialdad le molestaba más que la histeria. Ella era demasiado controlada, demasiado pura. Un reto que se volvía cada vez más personal.
Rafael se acercó, intentando parecer el hermano protector, sus ojos llenos de culpa. —Tenemos que irnos, Isidora. Tienes que empacar.
—De eso me encargo yo, Rafael. —Matteo lo cortó, su mano aún firme en la cintura de Isidora—. Ella es mi responsabilidad ahora. Y no regresará a esta casa. Su mudanza es inmediata.
Rafael se encogió. El control de Matteo era total y se lo cobraba públicamente.
—Clara te está esperando. —Matteo le ofreció a Rafael una sonrisa falsa y cruel.
Rafael se fue. La fiesta se dispersó.
Matteo guió a Isidora hacia las escaleras, ignorando a Charles, que observaba la escena con una impotencia visible. Charles se acercó a Isidora, y antes de que Matteo pudiera reaccionar, le tocó brevemente la mano.
—Cuídate, niña —susurró Charles.
Isidora asintió, su garganta anudada. Era el final de la única calidez que conocía en esa casa.
—No vas a despedirte de tu mayordomo. —Matteo la jaló suavemente, forzándola a moverse.
—No. Charles es leal. Un adiós sería demasiado honesto para este lugar. Y la honestidad es lo que usted castiga, ¿no es así?
—La honestidad es un lujo que no te puedes permitir en mi mundo, Isidora. Es una debilidad que otros explotarán. —Matteo la detuvo a los pies de las escaleras, donde la luz era más tenue—. Y quiero que sepas algo antes de subir al coche.
Isidora lo miró fijamente, sintiendo que su corazón latía con furia. La tensión entre ellos era física, palpable.
—No te elegí por ser fácil. Te elegí porque eres la única mujer que no me ha mirado con deseo. —Matteo se acercó, su voz bajando a un nivel íntimo y peligroso—. Eso es un desafío que mi orgullo no puede ignorar. Eres el único trofeo que me ha costado trabajo conseguir.
—Mi desinterés no es un desafío. Es genuino. No me interesa su orgullo ni su dinero. Mi única meta es la paz.
—Lo sé. Y por eso vas a sentir. Vas a desearme. Y cuando lo hagas, tu paz se desmoronará. Es el precio que pagarás por esa mirada de repulsión. Yo destruiré tu muro de hielo con fuego. Y lo haré pacientemente, centímetro a centímetro.
Se quedaron así, él invadiendo su espacio, ella luchando contra el pulso acelerado en su pecho. El tira y afloja había comenzado en el único lugar que importaba: la distancia entre sus cuerpos.
Charles apareció con su maleta y la pequeña mochila de cuero. —Aquí está, señor. Lo esencial. Sus diseños.
Matteo tomó la maleta grande. —Perfecto.
—Mi mochila no va en el maletero. —Isidora abrazó la pequeña mochila contra su pecho, protegiendo sus diseños—. Es personal. No la toque.
Matteo la miró, un destello de curiosidad en sus ojos. Ella estaba protegiendo algo. Su secreto, lo único que le quedaba.
—De acuerdo. Sube.
Matteo la condujo a su coche, un deportivo negro que gritaba dinero y velocidad. Él abrió la puerta del pasajero con un gesto frío y autoritario.
Una vez dentro, el silencio en la cabina era opresivo, cortado solo por el rugido bajo del motor. Matteo condujo sin una palabra, su rostro inexpresivo, pero Isidora notó la tensión en sus nudillos, blancos sobre el volante de cuero.
Isidora miró por la ventana, viendo la Mansión Almonte desaparecer. El convento se había esfumado. Su vida era ese hombre, y el chantaje era la única regla.
Intentó recuperar el control, el único lujo que le quedaba.
—Matteo. El acuerdo de matrimonio. Quiero una cláusula de divorcio clara a los dos años, y autonomía en mis finanzas personales. O haré un escándalo que avergonzará a su familia.
Matteo rio, un sonido áspero, que llenó la cabina. —Estás llena de exigencias para alguien que no tiene opciones. No hay cláusula de divorcio hasta que yo lo decida. Y tus finanzas serán administradas por mi equipo. No estás aquí para gastar, estás aquí para ser una fachada estable. Un escándalo es lo que mi padre quiere evitar, pero un escándalo tuyo solo te hará daño. Serás la esposa fugitiva que arruinó a su propia familia.
—No haré nada. No firmaré el contrato de matrimonio. Me iré.
Matteo desaceleró y se detuvo en un semáforo. Se giró hacia ella, sus ojos verdes como dos esmeraldas frías, su rostro a unos centímetros del suyo. La cercanía era abrumadora y peligrosa. —Puedes no firmar. Pero tu hermano ya firmó el documento de la alianza. Si te niegas a casarte, la alianza se rompe. Y mañana, la Casa Almonte está en bancarrota. ¿Y qué pasa con tu refugio, Isidora? ¿Recuerdas lo que dijo Clara? Ella te lo quemará. Destruirá tu única esperanza de paz. ¿Vale tu capricho dos años de esclavitud? No.
Isidora sintió que su estómago se encogía. El pulso en su garganta era un tambor. El chantaje era perfecto. El peso de la culpa por la quiebra y la amenaza a Sor Mercedes se hicieron insoportables.
—Usted no tiene honor.
—El honor no paga deudas. —Matteo sonrió, un gesto que no alcanzó sus ojos—. Quiero que me des lo que nadie más me da. Frustración. Desafío. Y un día, deseo. Quiero que luches, para que tu rendición valga la pena. Y quiero control absoluto. Tu cuerpo es parte de la fachada.
El teléfono de Matteo vibró en el soporte. Un mensaje. Isidora, sin querer, vio el nombre en la pantalla: Lucía. La amante. La prueba de que el matrimonio era solo un negocio.
—Ahora entiendo. —Isidora respiró hondo, su voz recuperó la frialdad—. Necesita una fachada para ocultar su vida. Yo soy su escudo.
Matteo guardó el teléfono rápidamente, su expresión se oscureció. Ese golpe había dolido.
—Soy el esposo, Isidora. Yo decido las reglas. Y la primera es que confíes en mí en público y me obedezcas en privado. ¿Entendido?
—Entendido. Pero no confío en usted.
Matteo pisó el acelerador, el motor rugiendo. El coche se lanzó hacia adelante—. No te pedí confianza. Te pedí obediencia.
Llegaron a un portón de hierro forjado que se abrió silenciosamente. La Mansión Franzani. Una fortaleza moderna de cristal y acero. Su nueva jaula. El lujo gritaba poder, pero también soledad.
Matteo aparcó el coche bajo un dosel. Se bajó, ignorando a Isidora. Abrió la puerta del pasajero.
—Bienvenida a casa, prometida. Tu nueva vida empieza ahora.
Un hombre esperaba en la entrada. No era Charles, el familiar mayordomo Almonte. Era James, el mayordomo de los Franzani, pero vestía un traje más rígido, menos afectuoso. Junto a él, una mujer alta y elegante, vestida de rojo intenso. Julieta Bastidas, la madre de Matteo.
Julieta la miró de arriba abajo con un desdén apenas disimulado, como si viera suciedad en su impecable mansión.
—Así que tú eres la otra Almonte —dijo Julieta, sin rodeos. Su tono no era de bienvenida, sino de interrogación social.
Isidora sintió la primera ola de hostilidad familiar. El infierno acababa de empezar, y su futura suegra era el guardián de la puerta. —Sí, soy yo. —Isidora levantó la barbilla, recuperando su coraza—. La que se casará con su hijo.







