Mundo ficciónIniciar sesiónEl salón de baile de la Mansión Almonte era un infierno de luces. Candelabros de cristal, mármol pulido, y cien invitados de la alta costura. El aire olía a champagne caro y ambición.
Clara Almonte era la reina de la noche. Llevaba un vestido de seda crema que simulaba un brillo plateado con cada movimiento. Su risa era alta, demasiado alta, mientras sostenía la mano de Matteo Franzani, la pieza central de la negociación.
—Matteo, ¿recuerdas esa clase de diseño estructural? —Clara se colgó de su brazo, su pecho casi tocando el hombro de él—. Fue un desastre.
Matteo asintió sin emoción. Su rostro era una máscara de cortesía fría. Sus ojos verdes escanearon la multitud, buscando una salida. O quizás un rostro.
—Un desastre fascinante —respondió Matteo.
Clara se rió de nuevo. Estaba radiante, consciente de que todos los ojos estaban sobre ella, la futura Sra. Franzani, la salvadora de Casa Almonte.
Pero Matteo no la veía. Solo veía las costuras defectuosas de su pretensión. Veía la necesidad, el deseo desesperado de ser la elegida. Le aburría.
Su verdadera atención estaba puesta en la entrada de servicio del salón. Lucía Fernández, su amante secreta, debía aparecer en diez minutos. Era parte del plan: crearían un escándalo menor, justo lo suficiente para que la junta de Franzani dudara de la ‘estabilidad’ de Matteo, dándole excusas para sabotear la boda.
Matteo sintió el peso de las expectativas. Su padre, Luca, estaba en un rincón hablando con Rafael. Ambos hombres con caras de negocios cerrados.
—¿Estás listo para el brindis, Matteo? —preguntó Luca al acercarse.
—Tan listo como siempre, Padre.
—Bien. Haz que esto se vea legítimo. La prensa está esperando.
Matteo asintió. Se permitió una mirada a Clara. Era guapa, sí. Pero no había nada detrás de los ojos, solo cálculos y ambición. Era una muñeca de porcelana brillante. Eso lo aburría aún más.
Necesitaba aire. Necesitaba un momento de autenticidad en ese mar de falsedad.
—Discúlpame, Clara —dijo Matteo, liberando su brazo de la presión de ella—. Necesito hablar con mi padre.
Clara frunció el ceño ligeramente, pero no se atrevió a discutir. —Vuelve rápido, cariño.
Matteo se movió con su gracia habitual. Alto y perfectamente vestido, era un depredador en un estanque de peces de colores. Se dirigió hacia el balcón, el lugar más alejado del ruido, con la excusa de buscar a Luca.
Y entonces la vio.
Estaba en un rincón, junto a un inmenso florero de rosas blancas. Parecía más una invitada a un funeral que a una fiesta de compromiso. Vestía un sencillo vestido negro de corte clásico, sin brillo, sin encaje, sin adornos. Era el vestido que Charles le había entregado, una pieza de la colección antigua de su madrastra.
Isidora Almonte no estaba haciendo ningún esfuerzo por ser vista.
Estaba de pie, su espalda recta contra la pared, observando la escena con sus ojos azul profundo. No había miedo en su mirada, solo una fatiga silenciosa y distante. Su cabello rubio oscuro caía suelto, sin peinar, un contraste con los recogidos perfectos de todas las demás mujeres. Sus labios carnosos no estaban pintados de rojo audaz, solo un rosa natural y pálido.
La sencillez de Isidora golpeó a Matteo como un puñetazo en el estómago.
Era un contraste tan violento con el ambiente, que parecía una figura sacada de otra dimensión. Mientras Clara era un grito de color y pretensión, Isidora era un susurro. Un momento de silencio.
Matteo se detuvo a medio camino hacia el balcón. El champagne de su copa se detuvo a la mitad, suspendido en el aire.
Se preguntó si ella estaba aburrida, asustada o si simplemente lo odiaba a él y a su mundo. El recuerdo de su breve encuentro, de su voz suave pero desafiante, lo golpeó de nuevo.
“Su novia lo espera.”
Ella no lo había mirado con admiración, ni con lujuria, ni con envidia. Lo había mirado con indiferencia, como un obstáculo molesto en su camino.
Esa indiferencia, en un hombre acostumbrado a la adoración universal, era un insulto inaudito. El instinto de caza se encendió.
Matteo abandonó el pensamiento de su padre. Abandonó el plan con Lucía. Su enfoque se estrechó. Ahora, solo existía Isidora.
Caminó hacia ella, lento, deliberado.
Isidora lo sintió antes de verlo. La atmósfera cambió. La música pareció disminuir. Ella no levantó la vista de las flores. Se concentró en el aroma, en el silencio que había creado en su propia mente.
Una sombra cayó sobre ella.
—¿Disfrutando la fiesta, señorita Almonte? —La voz de Matteo era un ronroneo bajo, diseñado para desarmar.
Isidora levantó la vista, manteniendo su expresión neutral. —No.
La respuesta directa le sacó una media sonrisa, la primera genuina que Matteo había permitido esa noche.
—Aprecio tu honestidad. La mentira es agotadora.
—Entonces usted debe estar exhausto.
Matteo no se ofendió, se intrigó. Su orgullo se sentía desafiado.
—Me está juzgando sin conocerme.
—No necesito conocerlo. —Isidora ajustó su postura, preparándose para huir, pero sus pies se negaron a moverse. Una fuerza invisible la anclaba a la pared—. Sé lo suficiente.
—¿Y qué sabe? —Matteo se inclinó ligeramente, invadiendo el espacio que Isidora había intentado proteger. Él percibió el aroma a limpio, a jabón de convento casi.
—Sé que está comprando a mi hermana, y que mi hermano la está vendiendo. Sé que utiliza su poder para obligar a la gente a hacer su voluntad.
—Es un negocio, Isidora. La Casa Almonte está en quiebra. Estamos salvando el legado de su padre.
—Salvando la empresa que ustedes mismos van a controlar. Es un depredador.
—Soy un hombre de negocios. Y los negocios son depredadores. ¿Cree que su hermano es diferente?
Isidora apretó los labios. Rafael era un cobarde desesperado, pero Matteo era la encarnación del problema. Un tirano.
Matteo notó el leve temblor en su mano. La frialdad exterior era una coraza, no la persona real.
—Yo no obligué a Clara a casarse conmigo. Ella está ansiosa.
—Clara es ambiciosa. —Isidora lo miró a los ojos, azules y helados—. Yo no. Yo solo quiero paz.
—¿Paz? —Matteo rio secamente—. La paz es para los cementerios. La vida es caos, Isidora. Y usted es demasiado hermosa para buscar el silencio.
El comentario la golpeó. La belleza siempre había traído conflicto a esa casa.
—Eso es irrelevante —dijo con la voz tensa.
—¿Lo es? —Matteo extendió la mano hacia la rosa blanca en el florero, sus dedos casi tocando una de las espinas—. O su deseo de paz es solo un disfraz para huir de algo que la asusta.
—No tengo miedo.
—Si no tiene miedo, ¿por qué quiere esconderse en un convento?
El golpe fue directo y sin piedad. ¿Cómo lo sabía?
—Charles... —susurró.
—No, no fue Charles. —Matteo sonrió, esa sonrisa que sabía que derretía a las mujeres—. Simplemente observé. Usted no es parte de este circo. Usted es la única cosa real en esta casa de mentiras.
La distancia entre ellos se había reducido. Isidora podía oler su colonia, una fragancia limpia y fuerte que le producía un pulso extraño en el estómago.
—Usted se equivoca. Yo soy la intrusa. La hija bastarda. Y mi lugar es lejos de todo esto.
—Su lugar es donde yo decida que esté. —Matteo soltó la broma, pero había un tono de verdad peligrosa en su voz.
Isidora se sintió humillada por su arrogancia. Dio un paso atrás, forzando la distancia.
—Ni siquiera es mi prometido. Y nunca tendrá el derecho de decidir por mí.
—Ya veremos.
En ese momento, Lucía apareció en el umbral del balcón, con una expresión de pánico. Matteo le había ordenado que creara una escena discreta. Lucía lo miró, levantando una ceja como diciendo: ¿Ahora?
Matteo no le devolvió la mirada. Su atención estaba completamente fija en Isidora, en la forma en que sus ojos se oscurecían de desafío. Lucía se desvaneció.
Isidora sintió que la máscara se le caía. El hombre era frío, arrogante, pero la forma en que la miraba, con esa intensidad hambrienta, encendió un deseo que la asustó más que el conflicto.
—Con su permiso, señor Franzani.
—Matteo. Llámeme Matteo.
—Con su permiso, Matteo —repitió, el nombre saliendo con un hilo de voz—. Debo retirarme.
No esperó respuesta. Giró sobre sus talones y se fue, casi corriendo por el pasillo lateral, lejos de la luz, el ruido y, sobre todo, lejos de los ojos verdes.
Matteo la vio irse. Su sangre estaba caliente. Era la primera vez que una mujer lo rechazaba con una huida sincera.
Lucía se acercó, molesta. —¿Qué pasa? ¿Por qué no me hiciste la señal?
Matteo se volvió, su mirada era la de alguien que acaba de despertar y está furioso por la interrupción. —Vete.
—¿Perdón?
—Vete a casa, Lucía. El plan ha cambiado.
Lucía lo miró con furia contenida. —¿Qué ha cambiado?
—Todo. —Matteo ni siquiera se molestó en disimular su desinterés—. No habrá escándalo. Y no habrá trato si mi padre no me entrega a la otra Almonte.
Matteo miró hacia la dirección por donde Isidora había desaparecido. La chica que quería el convento. La chica que odiaba el conflicto.
—Clara es demasiado fácil —murmuró Matteo, ignorando a Lucía—. Yo no quiero una esposa. Quiero una guerra.
Matteo caminó de vuelta al salón principal, sin mirar a Lucía. Su padre, Luca, estaba a punto de levantar una copa para el brindis.
—Luca —dijo Matteo, deteniéndolo con una mano firme. El salón entero guardó silencio. Todos, incluido Clara, miraban a Matteo.
—¿Qué pasa, hijo?
Matteo miró a Clara, que sonreía ansiosa. Luego miró a Rafael, pálido. Finalmente, sus ojos se fijaron en su padre.
—El brindis se cancela. La boda se cancela.
Un murmullo recorrió la multitud. Clara se llevó una mano a la boca. Rafael se tambaleó.
—¡Matteo! —exigió Luca, su voz baja y peligrosa.
Matteo se acercó a su padre, lo suficientemente cerca para que solo él pudiera escuchar la amenaza.
—Si me caso, será con Isidora Almonte. O la alianza está rota. Y Casa Almonte se hunde mañana.
El rostro de Luca se descompuso.
Isidora se enfrentó a él, sintiendo el pulso en sus sienes.
—Yo no soy un objeto, Matteo.
—Lo serás. —Matteo la miró con una crueldad controlada—. Te acabo de comprar.
Y luego, su rostro cambió. Se inclinó sobre ella, y susurró algo que la golpeó con la fuerza de un rayo, paralizándola.
—Y ya que te vas a casar con un depredador, Isidora —susurró Matteo, su aliento rozando su oreja—. Quiero que sepas que me lo voy a cobrar. Tu hermano no solo aceptará que te mudes hoy. También tendrá que aceptar... que dormirás en mi cama desde esta noche.







