97. El Reencuentro con Diego
Isidora prácticamente corrió desde la parada del metro hasta el edificio de Diego. Sus tacones resonaban contra el pavimento mientras esquivaba turistas y locales en las calles estrechas de Gràcia. Necesitaba verlo, tocarlo, reconectarse con la realidad que la mantenía anclada después de dos horas en la misma sala que Matteo.
Cuando llegó a su puerta, ni siquiera tuvo que tocar el timbre. Diego la abrió antes de que pudiera sacar sus llaves, como si hubiera estado esperando justo ahí desde que le escribió que iba en camino.
La miró de arriba abajo, sus ojos escaneando cada detalle: la tensión en sus hombros, la forma en que apretaba su bolso contra su costado, la línea tensa de su boca.
—¿Cómo estuvo?
No "hola". No "qué bueno verte". Solo la pregunta que realmente importaba.
Isidora entró al apartamento, dejando caer su bolso junto a la puerta. El olor a comida casera llenaba el espacio. Diego había cocinado mientras esperaba. Había puesto la mesa con dos platos, servilletas, incluso