4. La Noticia Insólita

Rafael Almonte se movía por los pasillos de su propia mansión como un fantasma atormentado. El eco de la voz de Matteo Franzani, demandando que Isidora durmiera en su cama esa misma noche, resonaba en su cabeza. Había vendido a su hermana. Había vendido a su empresa. Y todo por un apellido y un par de ceros en una cuenta bancaria.

Se dirigió al salón de baile, donde el ambiente se había enrarecido. Los invitados que quedaban se dividían entre los que miraban a Luca Franzani con respeto y a Clara Almonte con una mezcla de lástima y burla. La reputación de Clara estaba hecha trizas.

Clara lo interceptó cerca de la fuente central, sus ojos rojos e hinchados, el vestido crema arrugado. Su belleza, normalmente impecable, estaba distorsionada por la rabia. La humillación la había quebrado, pero el rencor la mantenía en pie. —Me humilló. Me humilló frente a toda la ciudad, Rafael. Era mi momento. Yo era la prometida.

—Cálmate, Clara. —Rafael la agarró del brazo, sintiendo la tela de su traje pegada por el sudor frío. Intentó proyectar una autoridad que no tenía—. Necesitas compostura. La prensa está a la espera de un anuncio oficial. Cualquier indicio de drama familiar ahora arruina la firma Almonte. Los bancos ya están nerviosos.

—¿Qué anuncio? —Clara se liberó de su agarre con un tirón violento, su voz era un siseo venenoso—. ¿Que soy la segunda opción y ahora él elige a la p**rdida? ¡Me niego! Le diré a la prensa que esto es un truco. Que Matteo y yo teníamos un plan para deshonrar a su padre y que esto es una venganza.

—No. No lo harás. —Rafael la agarró con más fuerza, clavando los dedos en su piel. Su rostro estaba a centímetros del de ella, y su voz era un truido bajo y tembloroso—. Escúchame bien, Clara. Si intentas sabotear esta alianza, yo mismo revelaré las cifras. Diré que tú, como co-CEO, hundiste la empresa con tus gastos estúpidos y tu nula visión de negocios, y que fuiste la causa de la quiebra. Te aseguro que la ruina pública será peor que la humillación privada.

Clara palideció. La amenaza era concreta. El dinero de la alianza Franzani no solo salvaba la empresa, salvaba su nombre de ser arrastrado por la bancarrota. Su estatus era lo único que le quedaba.

—¡Pero por qué ella, Rafael! ¡Dime por qué! —Clara estaba al borde de las lágrimas—. ¡Yo tengo la educación, la clase, la ambición! ¡Todo lo que Franzani necesita!

—¡Y por eso mismo no te quiso! —Rafael estalló, liberando una frustración que no era solo por Matteo—. Le das todo. Eres predecible. Eres un libro abierto. Ella, en cambio, es un misterio con cara de monja. Matteo no buscaba una esposa dócil, buscaba un trofeo que le negara la obediencia. Y ella lo hace sin abrir la boca. Es su arrogancia lo que lo ha enganchado. Tu sumisión es tu debilidad. Su rechazo es su fuerza.

Clara se quedó en silencio, procesando la brutal verdad. El odio que sentía por Isidora, una mezcla de envidia antigua y rabia reciente, se solidificó. Entendió el juego.

—Ella lo está manipulando con esa falsa timidez.

—No. Ella quiere un convento. Eso es lo que la hace tan estúpida, y tan valiosa para él. Su indiferencia es un insulto al ego de Franzani. —Rafael miró a su alrededor, notando que Luca Franzani se acercaba a ellos con una expresión impaciente—. Luca se acerca. Necesitas ser convincente. Tienes cinco minutos.

Rafael sacó un pañuelo de seda y limpió el maquillaje corrido de su hermana, un gesto mecánico de quien repara un objeto de valor. La fachada debía ser perfecta.

—Ahora, sonríe. Harás el anuncio conmigo. Te pondrás de pie y diremos que la familia Almonte ha tomado la decisión por consenso. Que Isidora, con su pureza, es el símbolo de la renovación de la Casa. Miente, Clara. Miente hasta que te lo creas. Es nuestra única salida.

—Necesitas preparar a la p**rdida. —Clara escupió el apodo con asco—. No puede salir vestida como si estuviera yendo a misa, aunque lo esté. Tiene que tener el factor sacrificio.

Rafael asintió. Se dirigió a Charles, quien supervisaba al personal que intentaba devolver el orden a la casa.

—Charles. Ve por Isidora. Vístela con algo decente, pero que tenga impacto. Algo que represente la "pureza" de la que vamos a hablar. —Rafael sacó un fajo de billetes y se lo entregó al mayordomo—. Cómprale un par de zapatos nuevos. Lo que sea. Y tráela al jardín. Ahora.

Charles, el mayordomo, miró a Rafael con dolor, pero aceptó el dinero. —Señor, ¿es necesario exponerla así? La niña... ella esperaba otra vida.

—La vida de todos ha cambiado, Charles. Es una orden. La Casa Almonte depende de que esa niña se comporte como la novia perfecta.

Charles subió lentamente las escaleras. En la habitación de Isidora, la encontró sentada en la cama, inmóvil.

—Niña —Charles apenas podía hablar, su voz ronca—. Necesitas levantarte. Rafael quiere que te vistas. Es el anuncio final.

Isidora levantó la vista. Sus ojos eran fríos como el hielo. La calma era su única defensa. —¿Por qué tan pronto? ¿Matteo no puede esperar por su trofeo? ¿Está tan ansioso por humillarme?

—Él no espera por nadie, niña. —Charles fue a su armario y sacó un vestido de seda blanca. Era una pieza de la colección nupcial de su madre, Alicia, guardada desde hacía años. Simple, con un escote cerrado y mangas largas, la antítesis del estilo de Clara, pero exudaba una elegancia pura—. Ponte esto. Tu madre lo usó en su primera cena social con tu padre. Te verás inmaculada. Te verás como el sacrificio que quieren.

Isidora tomó el vestido. El tacto de la seda, el último recuerdo palpable de su madre, le dolió. Se puso el vestido blanco. El color contrastaba dramáticamente con la frialdad de su rostro. Su piel pálida y sus labios carnosos parecían brillar con luz propia, sin necesidad de maquillaje. Charles le colocó un par de sencillas sandalias blancas que Rafael había comprado apresuradamente.

Abajo, en el jardín, el sol de la mañana era cruel. Luca Franzani y Matteo esperaban bajo un arco de rosas. Clara estaba junto a Rafael, tensa, su cuerpo rígido. Periodistas y socios, alertados de la inusual reunión, esperaban. El ambiente era de un funeral, no de una fiesta.

—Esto debe ser breve y sin errores —exigió Luca—. La intriga debe venderse como elección estratégica, no como desesperación.

Matteo no miraba la entrada. Estaba concentrado en la multitud. Su rostro era una obra maestra de arrogancia controlada. Estaba esperando el momento en que Isidora rompiera su compostura.

Y entonces, Isidora apareció, acompañada por Charles.

No bajó corriendo, sino caminando. Lenta. Medida. Cada paso era una declaración silenciosa de su resistencia. El vestido blanco, inmaculado, la hacía ver etérea, casi fantasmal, pero digna.

Matteo levantó la vista. Él vio la belleza de su sencillez, y lo que más lo cautivó fue la total ausencia de pánico en su expresión. Era una guerrera en reposo. Su frialdad era un insulto personal que lo encendía.

Luca, Rafael y Clara se movieron para formar un frente.

—Aquí está la familia Almonte unida —anunció Rafael, su voz forzada y alta—. Como saben, la alianza entre Casa Almonte y Franzani Atelier es de vital importancia para el futuro de la moda de lujo.

Matteo dio un paso adelante, sus ojos nunca abandonando el rostro de Isidora. Él vio la negación en sus pupilas azules.

—Señores —dijo Matteo, su voz profunda y resonante—. Hoy honramos el pacto entre familias. Mi padre y yo estamos listos para unir nuestros legados.

Clara, temblando, se preparó para el golpe final.

Rafael carraspeó, evitando los ojos de su hermana.

—La Casa Almonte ha tomado una decisión estratégica. Hemos elegido honrar la promesa de una manera diferente. En lugar de Clara, la diseñadora de la casa, hemos elegido a Isidora, la hija que representa la pureza de la visión original de nuestro padre... —Rafael se detuvo, el sudor brillando en su frente—. Mi hermana, Clara Almonte, cede el honor de esta unión a su hermana, Isidora.

Clara tardó un segundo en procesar el golpe. Su rostro se desfiguró, transformándose en una máscara de horror, traición y odio. La pérdida de su futuro con Matteo fue total.

Matteo extendió la mano hacia Isidora, un gesto de un dueño que reclama su propiedad.

—Mi prometida, Isidora Almonte.

La palabra prometida resonó. Isidora sintió el ardor en sus mejillas, pero mantuvo la mirada baja, aceptando el castigo.

Luca Franzani, aliviado, levantó una copa. —¡Por la alianza!

Mientras todos brindaban y los flashes explotaban, Clara se acercó a Isidora. No gritó. Actuó con una frialdad brutal. Se detuvo a centímetros de su oído y susurró una amenaza con una voz tan suave que solo Isidora pudo escucharla, una voz de rencor puro que heló la sangre de Isidora.

—Disfruta tus tres meses. Él será mío. Y cuando caigas, yo me aseguraré de que tu refugio... tu estúpido convento... se queme hasta los cimientos.

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