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El auto se detuvo frente a la majestuosa mansión Carbone. Las luces de la entrada principal brillaban cálidas en medio de la oscuridad de la noche, y los guardias custodiaban el portón con la rigidez de siempre. Matteo bajó del coche con paso decidido, aunque por dentro se sentía como una tormenta contenida. Tenía el corazón desbocado y las manos sudorosas. No sabía qué iba a decir. Solo sabía que tenía que verlo.

Se acercó a uno de los guardias que custodiaban la entrada, un hombre alto, de mirada seria y mandíbula cuadrada.

—Necesito ver a Jin. Es urgente.

El guardia lo miró de arriba abajo. Su rostro aún tenía las marcas del golpe recibido, la herida en la ceja mal cerrada, el gesto crispado. Dudó por un segundo.

—¿Le digo que lo espera aquí o…?

—Si, y dile que es importante. Dile que necesito hablar con él ahora mismo. Que no puedo esperar.

El guardia asintió en silencio y se perdió por los pasillos del jardín, dejando a Matteo solo, rodeado por la brisa fresca de la no
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