Quería justicia… y terminé en brazos del enemigo. Valentina Rizzo creció con una sola verdad clavada en el alma: la familia Moretti destruyó a la suya. Ahora, convertida en periodista, está lista para vengarse. Pero cuando conoce a Luca Moretti, el frío y enigmático heredero de la mafia, su mundo empieza a temblar. Él representa todo lo que odia. Pero también… todo lo que desea.
Leer másCapítulo 1: La fiesta de los condenados
Lo último que pensó Valentina antes de cruzar aquella puerta fue que estaba entrando al infierno con tacones y una sonrisa prestada.
Los flashes de luz roja y dorada le estallaban en la cara como latidos. Música electrónica a todo volumen, humo de cigarro flotando como niebla y cuerpos danzando con una urgencia casi animal. Valentina Rizzo empujó la puerta negra del club clandestino en el corazón de Roma con los dedos temblorosos, aunque su rostro no lo demostraba.
Tenía que ser perfecta esta noche. Invisible y letal.
Vestía un vestido negro ceñido que dejaba al descubierto su espalda y parte de su alma. Su cabello castaño caía en ondas suaves, sus labios teñidos de rojo sangre. Nadie podía imaginar que detrás de esa imagen provocadora se escondía una joven dispuesta a arriesgarlo todo por vengar a sus padres.
Desde que era niña, su tía le había repetido la historia una y otra vez: los Moretti. La mafia. La sangre. La muerte de sus padres. Todo lo que ella era... se había construido sobre ese odio.
-- ¿Nombre? -- le preguntó un guardia enorme, mirándola de arriba abajo.
-- Chiara Conti -- dijo sin titubear, entregando la identificación falsa.
El hombre escaneó la tarjeta, asintió y abrió la cortina de terciopelo rojo. Valentina cruzó. Y el mundo cambió.
Había entrado al corazón del monstruo.
El club era un templo de excesos. Lujoso, oscuro, sofocante. Camareros con máscaras doradas servían copas de cristal. En el centro, un escenario con jaulas y bailarinas. Pero todo eso era solo decoración. Lo importante estaba detrás, los pasillos privados, las oficinas ocultas.
Caminó entre la multitud, ignorando las miradas. Su objetivo era claro: llegar a la planta superior y colarse en una de las habitaciones privadas donde, según le habían dicho, se guardaban registros confidenciales del clan.
No podía confiar en nadie. Ni en la justicia. Ni en la policía. Solo en su plan.
Engañar, infiltrar, destruir.
Subió una escalera lateral, evitando la seguridad con movimientos precisos. Una puerta entreabierta llamó su atención. Empujó con cuidado.
Era una oficina. Lujo sobrio, elegante, oscuro. Escritorio de madera negra. Estanterías llenas de libros y licores caros. Una laptop cerrada. Un abrigo colgado.
Entró.
Cerró la puerta sin hacer ruido. El corazón le golpeaba el pecho. Activó la mini cámara en su collar y comenzó a grabar.
Abrió el escritorio. Archivos. Nombres. Fechas. Todo en clave.
Cuando estaba a punto de sacar su celular para tomar una foto, la puerta se abrió con fuerza.
-- ¿Te perdiste, angelita? -- dijo una voz masculina, profunda, firme.
Valentina giró lentamente.
Ahí estaba él.
Luca Moretti.
La silueta imponente, traje oscuro, camisa abierta hasta el pecho, un revólver asomando en su cintura. El rostro afilado, mirada oscura y una sonrisa torcida que no prometía nada bueno.
Ella no dijo nada. Pensó rápido.
-- La seguridad me indicó esta sala para... refrescarme. Me siento un poco mareada.
-- Curioso que refrescarte implique hurgar en mi escritorio -- respondió él, cerrando la puerta tras de sí.
Ella retrocedió un paso.
-- No sabía que era tuyo.
-- Ahora lo sabes.
Sus miradas se cruzaron como dagas. Luca caminó hacia ella sin prisa, rodeándola como si analizara una obra de arte o a una enemiga.
-- No pareces de aquí. Ni de este mundo -- murmuró, bajando la mirada a su collar. -- ¿Y eso?
-- Un regalo -- dijo ella, llevándose los dedos al collar, disimulando el temblor.
Luca estiró la mano. La tocó. No el collar. La piel.
Solo un roce. Pero fue suficiente.
Una chispa. Un disparo. Un error.
-- No deberías estar aquí -- dijo él, su voz más baja, más peligrosa.
-- Tú tampoco -- contestó ella, alzando la barbilla.
Y entonces, una explosión afuera. Real.
El club tembló ligeramente. Gritos. El humo se coló por una de las entradas de emergencia. Luca se giró en alerta, sacando el arma de inmediato.
-- No te muevas -- ordenó con dureza.
Y se fue.
Ella no lo obedeció.
Lo siguió. Cámara encendida.
Porque esa noche no era solo una infiltración.
Era el comienzo de la guerra.
Y lo que Valentina no sabía aún... era que también era el comienzo del amor.
El humo se esparcía por el pasillo como si intentara tragarse el mundo.
Valentina corría entre las sombras, la cámara de su collar aún encendida. Detrás, voces, pasos, órdenes. Gritos. Luca se había perdido en la bruma, pero ella lo seguía a distancia, moviéndose como una sombra más entre el caos del club clandestino.
Hasta que se detuvo en seco.
Abajo, por la escalera de servicio, vio lo que nadie más debía ver.
Tres hombres, armados. Uno de ellos era Luca. Imponente. Inamovible. Frente a él, de rodillas, estaba un camarero del club. Joven. Nervioso. Temblando.
-- ¡Yo no sabía! ¡Lo juro! -- gritaba, con las manos levantadas.
-- El explosivo entró por esa puerta. -- La voz de Luca era helada. -- Esa puerta la controlas tú.
-- Me obligaron... Dijeron que si no...
-- Y pensaste que traicionar a los Moretti era una mejor opción. -- Luca suspiró, como si le diera pereza ensuciarse las manos.
Valentina contuvo el aliento. El aire en sus pulmones ardía.
-- Por favor... -- suplicó el camarero.
-- El perdón es para los muertos. -- dijo uno de los hombres de Luca.
Y entonces, el disparo.
Seco. Rápido. Final.
El cuerpo cayó de lado, y Valentina ahogó un grito.
Retrocedió un paso. El tacón resbaló contra el mármol. Un crujido. Un maldito crujido.
-- ¿Qué fue eso? -- preguntó uno de los hombres.
-- ¡Hay alguien más! -- gritó otro.
Valentina echó a correr. El corazón desbocado. El humo ahora era un manto ciego.
-- ¡Alto! ¡Detente ahí! -- gritaban tras ella.
Pero las piernas le temblaban. Se perdió entre pasillos, buscando una salida. Se adentró en una zona de bodegas, desesperada. Cerró una puerta. Apoyó la espalda contra ella. Jadeaba.
La puerta se abrió de golpe.
Y Luca Moretti entró.
Arma en mano. Mirada asesina.
-- ¿Qué demonios haces aquí? -- rugió, avanzando hacia ella.
-- Yo... me asusté... me perdí... -- intentó balbucear, pero su voz era puro miedo.
-- ¿Te parezco estúpido?
Ella no respondió.
Luca se le acercó, la arrinconó contra la pared. Su aliento caliente, su rabia palpable. La observó como si pudiera leer su alma. Como si ya supiera que mentía.
-- ¿Quién eres realmente? -- preguntó con voz baja, peligrosa.
Valentina se quedó en silencio. Si decía algo, estaba muerta. Si no decía nada, también.
-- ¿Viste algo? -- murmuró él, su mano aún en el arma.
-- Solo humo... confusión... No vi nada, lo juro.
Sus ojos se encontraron. Fue un instante eterno.
Y entonces, pasos. Alguien se acercaba.
-- ¡Está aquí! -- gritó una voz del otro lado.
Luca se giró. Maldijo entre dientes.
-- M****a.
Se volvió hacia ella.
-- No abras la boca. No respires. No te muevas.
Y la tomó del brazo.
La arrastró por un pasillo lateral, abrió una puerta oculta tras una estantería. Una salida privada.
-- ¿Por qué me ayudas? -- susurró Valentina, aun temblando.
-- No lo sé. Tal vez para matarte yo mismo más tarde.
Salieron al callejón trasero. Un coche negro los esperaba. Luca abrió la puerta trasera.
-- Sube.
-- ¿A dónde me llevas?
-- Donde nadie más pueda encontrarte.
Y cerró la puerta tras ella.
Mientras el auto arrancaba, Valentina entendió algo.
Había cruzado una línea invisible. Y ya no había vuelta atrás.
A veces, el destino se refleja en un rostro desconocido que, sin buscarlo, nos roba el aire.La oficina de Valentina olía a café recalentado y a tinta de impresora. Las persianas estaban a medio abrir, dejando entrar un sol tímido que iluminaba los papeles desparramados sobre el escritorio. Era viernes por la tarde, y aunque Valentina trabajaba concentrada en una nueva nota, su amiga Giulia estaba sentada en el sofá pequeño de la oficina, hojeando una revista con gesto aburrido.-- Tienes que admitirlo, Valen, tu agencia es un desastre adorable -- bromeó Giulia, cruzando una pierna sobre la otra. -- No sé cómo logras escribir entre tanto caos.Valentina levantó la vista de la computadora, rodando los ojos.-- Es un caos organizado. Yo sé dónde está todo.-- Claro… -- respondió Giulia, alzando una ceja mientras señalaba una pila de papeles que amenazaba con caerse. -- ¿Entonces esa montaña es parte de tu sistema secreto?Valentina soltó una carcajada breve y negó con la cabeza.-- No v
A veces, las victorias más brillantes despiertan los miedos más antiguos.En casa de ÁngelaEl aroma a café recién hecho llenaba la cocina de Ángela Rizzo cuando Valentina llegó esa tarde. Llevaba el rostro cansado pero una chispa de orgullo en los ojos. Apenas se sentó a la mesa, su tía le sirvió una taza sin decir palabra, como si hubiera estado esperando ese momento desde hacía horas.-- Así que ya eres toda una periodista reconocida -- comentó Ángela, con un tono neutro. -- Tu artículo está dando vueltas por todas partes.Valentina sonrió, removiendo el café.-- No reconocida, tía. Solo fue un paso. Pero sí… fue un buen paso.-- Un paso que puede costarte caro.El corazón de Valentina se encogió un poco.-- ¿Qué quieres decir?Ángela la miró fijamente, con esos ojos que parecían atravesar cualquier máscara.-- Vittorio Bernardi no es un hombre que acepte quedar mal en público. Y detrás de él hay gente… más peligrosa aún. Gente con la que no deberías cruzar tu camino.Valentina apo
El triunfo más dulce siempre lleva consigo la sombra de una deuda que preferirías no tener.Preparativos en la oficinaLa mañana había llegado con una claridad inquietante. El pequeño local que Valentina había transformado en oficina se sentía distinto, como si aquel día cargara un peso especial. Sobre el escritorio, recortes de periódicos se mezclaban con sus apuntes desordenados; flechas, tachones y notas rápidas dibujaban un mapa caótico de preguntas y posibles respuestas.Valentina se mordía el labio inferior mientras pasaba una y otra vez la vista por su libreta, repasando mentalmente el cuestionario que había preparado. No era cualquier entrevista: se trataba de Vittorio Bernardi, empresario poderoso, dueño de contratos millonarios, hombre rodeado de rumores que nadie se atrevía a confirmar en voz alta. Si lograba sacar algo valioso de él, aunque fuera entre líneas, su nombre empezaría a circular en círculos que hasta entonces le habían estado vedados.Martina irrumpió en la ofi
El verdadero peligro no siempre está en el enemigo que amenaza con un arma, sino en aquel que ofrece su mano.La visita inesperadaLa mañana era tranquila en la pequeña oficina de Valentina. El sol se filtraba por la ventana polvorienta, iluminando el escritorio abarrotado de recortes de periódicos y tazas de café vacías. Ella escribía en su libreta, perdida en ideas, cuando escuchó pasos firmes en el pasillo.Frunció el ceño. Casi nadie visitaba aquel edificio a esas horas, y mucho menos su agencia. Se levantó con cautela y, al abrir la puerta, el aire le abandonó los pulmones.Luca Moretti estaba allí.Apoyado con elegancia contra el marco de la puerta, vestido con un traje oscuro que parecía fuera de lugar en un edificio tan modesto, la observaba con la serenidad de quien sabe que su presencia lo dice todo.-- Vaya… así que este es tu reino -- dijo, dejando que su mirada recorriera cada rincón de la oficina con un gesto casi divertido. -- Pequeño, pero curioso.Valentina reaccionó
Hay miradas que encienden fuegos que nunca deberían reavivarse.La invitación inesperadaLa tarde caía sobre Roma cuando Martina entró al pequeño departamento con una sonrisa traviesa y un sobre en la mano. Valentina estaba revisando papeles en la mesa, absorta en anotar posibles fuentes para su naciente agencia.-- Cierra ese cuaderno, Vale. Esta noche tienes otros planes -- anunció su prima, agitando el sobre como si fuera un trofeo.Valentina levantó la vista, desconfiada.-- ¿Qué es eso?-- Invitaciones. Una galería de arte inaugurará una exposición esta noche. Copas de vino, música, gente guapa… y tal vez algún patrocinador interesante para tu agencia. --Valentina suspiró, apartando el bolígrafo.-- Marti, no tengo cabeza para cócteles. Y menos para ver cuadros colgados de paredes.-- Precisamente por eso lo necesitas. No puedes quedarte enterrada en recortes de periódicos toda la vida. Tienes que salir, respirar, recordar que hay mundo más allá de tus fantasmas. --La determina
A veces, para empezar de nuevo, basta con una puerta vieja, un escritorio vacío y el valor de atreverse.La conversación en la cocinaLa mañana caía tranquila sobre el departamento del barrio Trastevere. El aroma del café recién hecho llenaba la cocina, y la luz se filtraba por la ventana, bañando de dorado las plantas que Ángela cuidaba con tanto esmero. Valentina jugueteaba con la taza entre sus manos, buscando el momento exacto para decir lo que llevaba días madurando en silencio.-- Tía, he estado pensando… quiero abrir mi propia agencia de periodismo -- soltó, con voz firme, pero con un brillo de incertidumbre en los ojos.Ángela levantó la vista de la sartén donde terminaba de freír unos huevos. Sus cejas se arquearon con sorpresa.-- ¿Tu propia agencia? ¿Tú sola? -- preguntó, apagando el fuego y girándose hacia su sobrina.-- Sí. No quiero depender de ningún periódico, ni de editores que me digan qué puedo publicar y qué no. Quiero hacerlo a mi manera, aunque empiece con poco.
Último capítulo