Capítulo 4: El diablo tiene apellido
Hay nombres que pesan más que las balas. Y hay miradas que matan sin disparar una sola vez. Algunos hombres nacen para reinar con oro. Otros con sangre. Enzo Moretti aprendió a usar ambos desde joven. Y Valentina estaba a punto de conocerlo.
El Maserati avanzaba a ritmo constante por un camino bordeado de cipreses. El motor apenas susurraba mientras devoraba la carretera privada que conducía al Viñedo Moretti. A su alrededor, las colinas se teñían con los primeros tonos dorados del amanecer. Entre las hileras perfectas de vides, se alzaba una mansión que parecía sacada de una pintura renacentista… pero cuya aura era todo menos pacífica.
Dentro del coche, el silencio entre Valentina y Luca se volvía más denso con cada kilómetro.
Ella estaba sentada con la espalda recta, el rostro impasible, pero por dentro ardía. La venda en su pierna palpitaba levemente con cada bache en el camino. No le importaba. El dolor físico era un susurro en comparación con el ruido de su mente: su tía, su madre, las fotos robadas del club… y Luca. Siempre Luca, con sus malditos ojos que parecían mirarla desde adentro.
Él tampoco hablaba. Tenía las manos firmes en el volante, los nudillos marcados por la tensión. Mantenía la mandíbula apretada y los ojos fijos en el camino, pero no podía evitar lanzarle miradas fugaces. Como si intentara resolver un enigma que lo obsesionaba y lo irritaba a partes iguales.
Finalmente, rompió el silencio.
-- No vas a encontrar lo que buscas en ese lugar.
Valentina no lo miró.
-- A veces no busco respuestas. A veces solo quiero confirmar que el monstruo tiene rostro.
-- ¿Y si no lo tiene?
-- Entonces el monstruo eres tú.
Un silencio más peligroso que una amenaza llenó el coche. Luca apretó el volante, pero no respondió. Bajó la velocidad al acercarse a la entrada del viñedo.
Dos leones de hierro custodiaban los grandes portones, que se abrieron tras leer la matrícula. El Maserati siguió su camino sobre un sendero de piedras blancas, rodeado por filas interminables de vides.
El aire cambió. Era más fresco, pero también más cargado. Como si el mismo paisaje supiera que la paz era solo una fachada.
La mansión apareció en la cima de la colina. Una construcción antigua, de muros sólidos, ventanas altas y balcones con enredaderas. No tenía cercas eléctricas ni barrotes visibles. No los necesitaba. Su poder estaba en lo que no se veía.
-- Viñedo Moretti -- murmuró Luca, con tono seco.
Valentina arqueó una ceja.
-- No parece un hogar. Parece un mausoleo con candelabros.
-- Es ambas cosas.
El coche se detuvo. Dos hombres vestidos de negro se acercaron. No dijeron nada. Solo esperaron.
Luca bajó primero. Dio la vuelta y abrió la puerta para ella.
Valentina lo miró.
-- ¿Caballerosidad o vigilancia?
-- Depende de lo que pretendas hacer en los próximos diez segundos.
Ella sonrió sin humor y bajó con cautela. El peso de su pierna herida se notaba, pero no se quejó. Alzó el mentón y caminó como si cada paso fuera un desafío.
Al cruzar las puertas de la mansión, la temperatura bajó. Los suelos de mármol brillaban con un pulido casi antinatural. Las paredes estaban adornadas con cuadros de paisajes italianos, bustos romanos, y retratos antiguos de los Moretti. Rostros duros, cejas marcadas, labios apretados. Generaciones de poder impreso en lienzo.
Valentina se detuvo un segundo frente a uno de los retratos. Un hombre con ojos muy parecidos a los de Luca, sosteniendo un rifle en una mano y una copa de vino en la otra.
-- ¿Tu abuelo?
-- Sí. Murió en la guerra.
-- ¿La legal o la familiar?
Luca la miró de reojo.
-- Ambas.
Continuaron avanzando. Pasaron por una biblioteca enorme, con libros de cuero encuadernado, luego por un salón de música con un piano de cola, y finalmente por un pasillo que conducía a unas puertas dobles de madera tallada con una “M” dorada en el centro.
Luca se detuvo.
-- Cuando entres, no hables a menos que él lo pida. No lo interrumpas. Y no lo mires como si fueras mejor que él.
-- ¿Por qué? ¿Porque eso lo hace sentir amenazado?
-- Porque lo hace querer destruirte. Y créeme… puede.
Valentina sonrió, apenas.
-- Que lo intente.
Luca abrió las puertas.
El despacho era enorme. Techos altos, ventanas abiertas hacia el viñedo, y una chimenea encendida. Sentado frente al ventanal, de espaldas a ellos, estaba Don Enzo Moretti.
El aura del hombre llenaba la sala incluso sin mirarlos.
Vestía un traje azul marino, con una copa de vino en la mano. Al oír los pasos, se giró con lentitud. Tenía el cabello blanco, el rostro anguloso y una mirada gélida que parecía perforar más allá de la piel.
Valentina contuvo la respiración.
Así que él era el demonio. El que había condenado a sus padres. El que su tía le enseñó a odiar desde los ocho años.
Don Enzo no habló de inmediato. Sus ojos fueron primero a Luca. Luego a ella. Y no se movieron.
-- La niña del club -- dijo finalmente, con voz grave, pausada.
-- Aquí está -- respondió Luca.
-- ¿Nombre?
-- Chiara.
Don Enzo la observó.
-- Mentira.
Valentina no respondió.
-- ¿Sabes quién soy?
-- Un hombre que cree que puede hacer preguntas sin dar respuestas.
Don Enzo sonrió levemente.
-- Y tú eres una mujer que cree que puede desafiarme sin consecuencias.
Se levantó.
El movimiento fue lento, pero imponente. Caminó hacia ella, sin apuro, como si midiera cada paso. Su perfume era sutil, pero caro. Todo en él gritaba poder silencioso.
-- Tienes fuego en los ojos. Eso puede ser útil... o fatal.
-- ¿Y usted qué cree?
-- Creo que te odio un poco menos que a la mayoría de los desconocidos.
Valentina se tensó. Luca dio un paso hacia ella, como un acto reflejo.
-- ¿Qué hacía en mi oficina?
-- Me perdí.
-- Solo hay una llave para esa puerta. Y no la tenías tú.
Valentina se mantuvo firme.
-- Tal vez quería entender cómo funciona su mundo.
-- ¿Y lo entendiste?
-- Entendí que huele a vino, pero sangra como pólvora.
Don Enzo la contempló durante varios segundos. Luego caminó hacia la chimenea.
-- Quédate. No tengo prisa en decidir qué hacer contigo.
-- ¿Y si yo sí tengo prisa?
-- Entonces sufrirás rápido.
Luca miró a su padre.
-- ¿Dónde la quiere?
-- En la casa de huéspedes. Vigílala.
-- ¿Por cuánto tiempo?
-- Hasta que me convenza… o hasta que se quiebre.
La casa de huéspedes era una estructura moderna, alejada de la mansión principal, con amplias ventanas, decoración minimalista y cámaras ocultas en cada rincón.
Luca la acompañó en silencio. Al abrir la puerta, Valentina entró sin dudarlo. Recorrió el espacio como si fuera una escena de crimen. Tocó los bordes de los marcos, observó las esquinas, el baño, la cocina pequeña.
-- Todo muy bonito -- murmuró.
-- Es una celda con vista -- respondió Luca.
-- ¿Y tú eres el carcelero?
-- No. Yo soy el que decide si mañana amaneces aquí o en el fondo del río.
Valentina se volvió hacia él.
-- ¿Siempre fuiste así de encantador o es parte del entrenamiento mafioso?
Luca dio un paso hacia ella.
-- Siempre fui así con los que juegan con fuego sin saber cuánto quema.
Ella lo sostuvo con la mirada.
-- Yo ya me he quemado, Luca. Solo que no dejé que las llamas me consumieran.
Por un momento, ninguno habló.
Luca alzó la mano, como si fuera a tocarle el rostro. Pero no lo hizo. Bajó lentamente los dedos y se giró.
-- No intentes escapar. No hay caminos que no vigilemos.
-- ¿Y si no quiero escapar?
-- Entonces eres más peligrosa de lo que pensaba.
Salió y cerró la puerta.
Valentina se quedó sola.
Caminó hasta la ventana. El sol estaba ya alto. El viñedo se extendía como un océano verde, hermoso… y letal. Estaba dentro. En el corazón del imperio Moretti. Vigilada, atrapada, en la guarida del demonio. Y sin embargo…
Algo dentro de ella no sentía miedo. Sentía poder. Sentía la urgencia de resistir.
Y quizás... por primera vez, sentía otra cosa: que el enemigo tenía nombre. Pero también tenía rostro.
Y ese rostro la miraba como si pudiera destruirla… o salvarla.