No sabía qué dolía más, si la herida de su pierna o la incertidumbre de si esa noche seguiría viva.
Valentina no había pegado el ojo. La herida en su pierna punzaba, pero no más que el zumbido constante de su mente intentando calcular cómo salir con vida de esa situación.
No era solo el encierro. Era el hombre que dormía al otro lado de la puerta. O quizás no dormía. Quizás la vigilaba. Como un cazador que espera el movimiento en falso de su presa.
Valentina se sentó al borde del sofá, los ojos clavados en la puerta. El silencio del apartamento era denso, como si la ciudad entera hubiese dejado de respirar. El reloj marcaba las 10:48 p. m. Luca aún no regresaba.
La herida comenzaba a punzarle de nuevo, pero no le importaba. Lo único que quería era encontrar una salida. Una grieta. Un punto débil.
El sonido del ascensor la sobresaltó.
Se levantó de golpe.
Luca entró con paso firme. Su rostro era otra vez una máscara. Nada quedaba del hombre que le había curado la herida ni compartido una taza de café.
Venía con el teléfono en la mano. Cerró la puerta sin mirarla.
El sobresalto la hizo incorporarse bruscamente. Luca entró sin saludar. Vestía ropa oscura y su expresión era pura piedra.
-- Levántate.
-- ¿Tienes idea de qué hora es?
-- Hora de que me digas quién eres.
Él colocó el celular sobre la mesa y activó la grabadora. No había rastro del sarcasmo juguetón de antes. Ahora hablaba como un Moretti.
-- ¿Nombre?
-- Chiara.
-- Completo.
-- Chiara. Solo eso.
-- Qué conveniente.
-- Qué obsesión con los nombres -- respondió ella, desafiante.
-- ¿Por qué estabas en mi oficina esa noche?
-- Me perdí. Es un club lleno de pasillos y puertas.
Luca se agachó frente a ella. Su tono bajó peligrosamente.
-- No entres en juegos conmigo. Mi padre quiere saber por qué te metiste en un área privada, por qué grababas conversaciones, y qué sabías antes de cruzar esa puerta.
-- ¿Y tú haces siempre lo que tu padre dice?
Luca le dio una sonrisa ladeada. No de diversión, sino de advertencia.
-- Lo que él no ve, lo hago a mi manera.
Se puso de pie. Caminó unos pasos. Luego se volvió hacia ella, cruzado de brazos.
-- ¿Quién te envió?
-- Nadie me envió.
-- ¿Trabajas para la prensa? ¿La policía? ¿Alguna familia rival?
-- Trabajo para mí.
-- ¿Y qué clase de trabajo es ese?
-- Uno peligroso, por lo visto.
El silencio cayó entre ellos. Denso. Cargado.
Luca se acercó de nuevo. Sus ojos eran fuego contenido.
-- Te vi en mi oficina. Tocando documentos. Grabando. ¿Qué esperabas encontrar?
-- La verdad.
-- La verdad te puede matar.
-- Entonces estoy en el lugar correcto.
Luca se agachó hasta quedar a la altura de su rostro. Ella no retrocedió ni un milímetro.
-- No estás aquí porque seas valiente. Estás aquí porque no tienes idea de en qué mundo te metiste.
-- ¿Y tú? ¿Estás tan seguro de que sabes quién soy?
-- Estoy seguro de que eres una bomba sin detonador.
Se hizo un breve silencio. Valentina desvió la mirada. No por miedo. Por cansancio.
-- ¿Ya terminaste tu show mafioso?
-- No. Mañana conocerás al verdadero espectáculo.
-- ¿Qué quieres decir?
-- Don Enzo quiere verte. Personalmente.
Valentina apretó los labios.
-- ¿Y tú qué opinas de eso?
-- Que me va a traer problemas.
-- Entonces suéltame ahora. Antes de que se compliquen más.
Luca soltó una risa seca.
-- No puedes salir de aquí, Chiara... o como quiera que te llames...
Ella levantó la mirada bruscamente.
-- ¿Qué dijiste?
-- Tu verdadero nombre… lo descubriremos pronto porque sé que no es Chiara. Tengo recursos para eso.
Valentina se puso de pie, el cuerpo tenso, los puños cerrados.
-- Eres igual a él, ¿verdad? A tu padre.
Luca dio un paso hacia ella.
-- Me esfuerzo por no serlo.
-- No lo parece.
Él la miró un segundo más. Luego giró y tomó su celular de la mesa. Detuvo la grabación.
-- Duerme si puedes. Mañana empieza tu verdadero infierno.
Se marchó sin mirarla una vez más.
Valentina se dejó caer de nuevo en el sofá. La respiración agitada, las manos temblorosas. No por miedo.
Por rabia.
Iba a destruirlos. A todos.
La madrugada se deslizaba con lentitud, como si el tiempo mismo se negara a avanzar. En el apartamento reinaba un silencio espeso, apenas roto por el zumbido lejano de la ciudad que dormía.
La luz cálida de una lámpara de mesa bañaba el salón en tonos dorados. Valentina yacía en el sofá, envuelta en una manta que Luca le había dejado sin decir palabra. Tenía los ojos cerrados, el cuerpo inmóvil, como si el sueño la hubiese vencido finalmente. Pero no dormía.
Cada músculo de su cuerpo estaba alerta.
Escuchaba los pasos suaves de Luca al otro lado del salón. No eran amenazantes, pero tampoco relajados. Él no descansaba. Se movía de un lado a otro, como un león encerrado en su propia jaula.
Finalmente, se detuvo.
Se sentó en la butaca frente a ella. La misma desde la que horas antes la había interrogado. Ahora, sin embargo, su postura no era de juez… sino de espectador confundido.
Apoyó los codos en las rodillas, entrelazó las manos frente a sus labios y la miró. No con dureza, sino con una mezcla indescifrable de tensión, interés y algo más humano. Algo que Luca Moretti no solía permitirse.
¿Quién era esta mujer?
¿Por qué había algo en ella que desordenaba sus certezas?
Podía sentirlo. Desde que la había visto por primera vez en aquella oficina, desde que sus ojos se cruzaron, algo en su interior se había movido. Al principio pensó que era simple desconfianza, luego atracción. Pero ahora… ahora era distinto.
Ella le provocaba preguntas. Y Luca odiaba las preguntas sin respuesta.
No era miedo lo que veía en su rostro. Era algo más peligroso: convicción. La clase de fuego que ni el tiempo ni el dolor logran apagar.
Y eso… eso le resultaba inquietantemente familiar.
La observó durante largos minutos. Podía oír su respiración pausada, su cuerpo apenas moverse bajo la manta. Parecía vulnerable, frágil incluso. Pero sabía que era una fachada. Esa chica era una granada con el seguro flojo.
¿Qué secretos ocultaban esos labios apretados? ¿A qué infierno pertenecía esa mirada que lo desafiaba incluso dormida?
Sin darse cuenta, Luca apoyó la cabeza en el respaldo del sillón y cerró los ojos por un instante. Estaba agotado. De la noche, de las mentiras, de sí mismo.
Valentina sintió el cambio. El silencio era ahora más pesado, pero menos hostil.
Y entonces, sin abrir los ojos, sin mover un músculo, se habló a sí misma en lo profundo:
“No me vas a destruir, Luca Moretti. No me vas a romper.”
Porque en el fondo, lo sabía.
Él podía ser fuego.
Pero ella ya había aprendido a arder.