Capítulo 2: Una habitación sin salida
El silencio en el auto era más pesado que las balas que acababan de disparar.
Valentina iba sentada junto a la ventanilla, mirando el reflejo de sus propios ojos. Temblaban. El collar con la cámara seguía encendido, pero ahora grababa oscuridad, tensión... y a Luca Moretti, sentado frente a ella con una mirada que lo perforaba todo.
Luca no hablaba. Solo la observaba. Como un cazador que ha atrapado algo que no esperaba encontrar.
-- ¿Quién eres? -- preguntó de pronto, sin apartar la vista.
Valentina tragó saliva.
-- Ya te dije... Chiara.
-- No me jodas. -- Luca se inclinó hacia adelante. -- ¿Quién eres? ¿Qué hacías en mi oficina? ¿Por qué entraste ahí?
-- Me perdí. Ya te lo dije.
-- ¿Y por qué te seguí hasta el callejón, entonces? ¿Te perdiste también de regreso?
Silencio.
El coche giró por una calle estrecha, luego se detuvo frente a un edificio elegante, sin cartel. Luca salió primero, rodeó el auto y abrió la puerta.
-- Baja.
Ella obedeció, en parte porque no tenía opción. En parte porque algo dentro de ella aún no quería correr.
Entraron por un pasillo alfombrado, subieron por un ascensor privado. Valentina notó que no había cámaras. El lugar era... exclusivo. Peligrosamente discreto.
Un apartamento de lujo los esperaba. Oscuro, silencioso, con ventanales que daban a toda Roma.
-- Quédate aquí -- ordenó Luca. -- No toques nada.
Valentina se quedó quieta en medio del salón, sintiéndose más desnuda que nunca. El vestido negro ahora le pesaba como una culpa.
Luca volvió con un botiquín en la mano.
-- Estás sangrando -- dijo, señalando su pierna.
Ella bajó la mirada. Un corte. No lo había notado.
-- Me las arreglo sola -- dijo con tono frío.
-- No pregunté si podías. Dije que estás sangrando.
Se arrodilló frente a ella sin pedir permiso y le levantó ligeramente el vestido. Ella se tensó.
-- Relájate -- murmuró él, limpiando la herida con una gasa.
-- ¿Sueles secuestrar chicas heridas o soy una excepción?
-- Eres la primera que se cuela en una reunión privada, ve un asesinato y todavía respira.
-- Qué detalle.
Luca la miró desde abajo. Sus ojos eran carbón ardiendo.
-- No sé quién eres, pero no eres estúpida. Ni inocente.
-- ¿Y tú? -- murmuró Valentina, bajando la voz. -- ¿Eres tan monstruo como todos dicen?
Luca se detuvo un segundo. Sus dedos aún rozaban su piel, pero su mirada se endureció.
-- Te sorprendería saber cuántos monstruos creen que están haciendo lo correcto.
Terminó de curarla en silencio. Luego se puso de pie.
-- Vas a quedarte aquí esta noche.
-- ¿Aquí?
-- ¿Tienes un lugar más seguro? Afuera hay hombres que matan por menos de lo que tú viste.
-- ¿Y tú no? -- lo desafió.
-- Yo no mato por miedo.
Luca fue hacia la cocina. Sirvió dos copas de whisky.
Valentina se sentó en el sofá con las piernas recogidas. Lo observaba. Intentaba leerlo. No entendía por qué no la había entregado aún. ¿Le creía? ¿O estaba jugando con ella?
Él se acercó, le tendió la copa. Ella la tomó, pero no bebió.
-- Mañana hablaremos de todo -- dijo él.
-- ¿Y si no quiero hablar?
-- Entonces no me dejas opción.
Ella levantó la barbilla.
-- ¿Y cuál es esa opción?
Luca se inclinó. Su voz fue un susurro al oído.
-- Hacer que hables... a mi manera.
Y se alejó, dejándola con el corazón golpeando contra el pecho como si quisiera escapar de su propio cuerpo.
Valentina despertó sin saber exactamente cuándo se había quedado dormida. Seguía en el apartamento de Luca, envuelta en una manta, el vestido aún puesto. El reloj marcaba las 5:43 a. m.
El silencio era sepulcral.
Se incorporó lentamente. El dolor de la pierna aún ardía, pero no tanto como la incertidumbre.
¿Dónde estaba Luca?
Se levantó y caminó con cuidado. El apartamento era amplio, elegante, todo en tonos negros y grises. Sobrio. Frío. Demasiado organizado para alguien tan caótico como Luca parecía ser.
Pasó junto a una pared donde colgaban fotos enmarcadas. Algunas eran antiguas: Don Enzo en reuniones con hombres poderosos, políticos, empresarios... Algunos rostros le resultaban vagamente familiares.
Pero hubo una foto que la congeló.
Don Enzo, Luca adolescente... y su padre.
Su verdadero padre.
La foto era borrosa, pero no había duda. Estaban todos en una cena formal. Riendo.
-- ¿Buscas algo? -- dijo una voz tras ella.
Valentina se giró bruscamente.
Luca estaba ahí. Descalzo. Pantalón de pijama negro. Camiseta gris. Café en mano. Una mezcla letal de peligro y calma.
-- Me desvelé -- respondió ella, sin pestañear.
-- No pareces muy sorprendida de estar viva esta mañana.
-- Todavía no sé si voy a morir hoy o no.
-- No he decidido aún.
Él se acercó. Se detuvo junto a ella, observando la misma foto.
-- Interesante, ¿no? A veces las alianzas más antiguas son las más traicioneras.
Valentina intentó sonar casual.
-- ¿Quién es el hombre a la izquierda?
-- Un viejo amigo de mi padre -- mintió él. O quizás no.
Ella lo miró de reojo.
-- ¿Confías en todos los que aparecen en esas fotos?
-- Solo en los muertos.
Luca tomó un sorbo de café. Luego le extendió la taza a ella. Ella la aceptó sin pensar.
-- ¿Siempre compartes tu café con chicas que podrían ser espías?
-- Solo con las que me gustan.
Valentina rió suavemente, aunque no sabía si era por nervios o por algo más oscuro.
-- ¿Y todas terminan muertas o solo algunas?
-- Las que mienten. -- Su tono fue suave, pero la amenaza flotaba como humo.
Se miraron en silencio. El reloj marcó las 6:01.
Entonces sonó el teléfono de Luca.
Él lo sacó del bolsillo trasero. La pantalla mostraba un nombre: “Papá”.
Luca contestó.
-- ¿Sí?
Pausa. Silencio.
-- Entiendo. ¿Dónde?
Otra pausa.
-- Estoy ocupado. Lo resolveré.
Colgó. Su rostro ahora era piedra.
-- ¿Qué pasa? -- preguntó Valentina, sintiendo el cambio en el aire.
Luca se volvió hacia ella.
-- Necesito salir. No abras la puerta a nadie.
-- ¿Y si vienen por mí?
-- Entonces grita.
-- ¿Tú vendrás?
-- No. Pero ellos correrán si creen que sí.
La miró una última vez antes de irse.
Y Valentina quedó sola. Con una taza de café medio vacía. Con una verdad que la rozaba por dentro.
¿Y si todo lo que creía saber... era una mentira?