Capítulo 5: Las cadenas invisibles
El despacho de Don Enzo olía a cuero viejo, madera pulida y vino añejo. Pero bajo todo eso, Luca solo sentía el peso de los silencios. De esos que se clavan más hondo que una bala.
El patriarca estaba de pie, observando por el gran ventanal los viñedos todavía cubiertos de rocío. Detrás de él, Luca esperaba. Brazo cruzado, mirada firme. Había pasado toda la mañana armando en su cabeza el discurso perfecto. Uno que no delatara demasiado. Uno que convenciera… o al menos confundiera.
-- ¿Estás seguro de lo que estás pidiendo? -- preguntó Don Enzo sin girarse.
-- No representa una amenaza -- respondió Luca.
-- Ayer creías lo contrario.
-- Ayer explotó una de nuestras propiedades y ella estaba en medio. Hoy, no tenemos pruebas de que esté vinculada. No sabe nada. No ha hecho nada.
-- No ha hecho nada... todavía -- corrigió Don Enzo, finalmente dándose la vuelta. Su mirada era afilada. -- Es joven, bonita, audaz. Y tú la miras demasiado.
Luca apretó la mandíbula.
-- La mantendremos vigilada. Dejarla encerrada solo llama más atención. Además, tenemos otras prioridades. El contacto de Bellini con los Costa en Nápoles...
-- No me distraigas con política -- lo cortó Don Enzo, caminando lentamente hacia su escritorio. -- Hablas de prioridades, pero usas a esta mujer como cortina de humo. ¿Qué hay en ella que te hace perder el enfoque, Luca?
-- Nada.
-- Entonces no te importará cargar con las consecuencias si se escapa de las manos.
Silencio.
-- Déjala ir -- concedió Don Enzo, sirviéndose una copa. -- Pero no pierdas de vista que a veces, el enemigo más peligroso... es el que aún no sabe que lo es.
Luca asintió con la cabeza, sin más palabras. Sabía que había ganado esta batalla. Pero también sabía que acababa de firmar un contrato invisible. Si Valentina cometía un error, él pagaría el precio.
-- ¿Estás bromeando? -- Valentina lo miró como si acabara de decirle que el cielo es verde.
Luca se encogió de hombros, apoyado contra el marco de la puerta de la casa de huéspedes.
-- No. Estás libre.
-- ¿Así de fácil?
-- Así de “Don Enzo ya tiene cosas más importantes que una mujer joven y chismosa”.
-- ¿Y tú tuviste algo que ver?
-- ¿Importa?
Valentina entrecerró los ojos. Había algo raro en él. En su expresión, en la forma en que no la miraba directamente a los ojos.
-- ¿Cuál es la trampa? -- preguntó.
-- Que no hay trampa. Solo condiciones.
-- Sabía que era demasiado bonito.
-- No puedes salir de Milán. No puedes hablar con la prensa. Y sí, vas a estar vigilada. Muy de cerca.
-- ¿Y tú serás mi sombra?
-- No lo sé. Tal vez. Tal vez ya lo soy.
Valentina sintió una oleada de algo incómodo… ¿nervios? ¿molestia? ¿curiosidad?
-- ¿Puedo irme hoy?
-- Ahora mismo.
-- ¿Y mi celular?
Luca sacó el aparato del bolsillo y se lo tendió.
-- Lo revisamos, por supuesto. Y borramos lo que grabaste en el club.
-- Qué considerados -- dijo ella, con sarcasmo.
-- Intenta no meter la pata, Valentina. Porque si lo haces… no habrá segunda oportunidad.
Ella lo sostuvo con la mirada.
-- ¿Eso es una amenaza?
-- Es un aviso.
El taxi la dejó a unas cuadras de su casa. No quería que el conductor supiera su dirección exacta. Aún tenía el corazón acelerado. No por miedo. Por adrenalina.
Llevaba casi dos días sin ver a su tía ni a su prima. Y no tenía idea de qué historia contarles. Respiró hondo antes de entrar al pequeño edificio de ladrillos beige. Las escaleras de siempre. El silencio familiar. Y, por primera vez, el recuerdo de un mundo completamente distinto del otro lado de la ciudad: lujo, peligro, miradas como cuchillas.
La puerta del departamento se abrió antes de que tocara. Era Martina, su prima. El rostro lleno de preocupación se transformó rápidamente en sorpresa... y luego en reproche.
-- ¡Valentina! ¿Dónde estabas? ¿Estás bien? ¿Estás herida?
-- Estoy bien, estoy bien -- dijo rápidamente, entrando.
-- ¡Tu tía está histérica! No dormimos. Te llamamos mil veces.
-- Lo sé, se me murió el celular... y luego...
En ese momento, la tía Angela apareció en el pasillo. Pelo recogido, bata de dormir arrugada, mirada afilada.
-- ¡¿Dónde demonios estabas, Valentina?! ¿Con quién estabas?
Valentina se quedó en silencio un segundo. Solo uno. Y en ese segundo, decidió que la mentira era su única opción.
-- Estaba con un amigo.
-- ¿Qué amigo?
-- Enrique, de la facultad. Estuvimos en su casa. Se me murió el celular y terminé durmiendo allí. Nada raro.
Bianca la examinó con el ceño fruncido.
-- ¿Enrique? ¿Ese que vino en Navidad?
-- Ese mismo.
-- ¿Por qué no lo dijiste? ¿Por qué desaparecer así?
-- Porque sabía que se iban a armar un escándalo. Y no tengo paciencia para que me traten como a una niña.
Angela abrió la boca, pero la cerró sin decir nada. Martina miraba entre ambas, tensa.
-- Estoy bien -- repitió Valentina. -- Solo quiero dormir.
-- ¿Dormiste anoche?
-- No mucho -- dijo ella, sin mentir esta vez.
Entró a su habitación, cerró la puerta y se dejó caer en la cama. Solo entonces se dio cuenta de que estaba temblando.
Había vuelto. Pero no era la misma.
Todo se sentía diferente. Su casa, su tía, incluso Martina. Algo había cambiado en ella. Había cruzado una línea invisible. Y sabía que no había vuelta atrás.
Encendió el celular. Diecisiete llamadas perdidas. Siete mensajes. Ninguno de Luca.
Suspiró. No sabía si eso la aliviaba… o la decepcionaba.
Entonces sonó. No un mensaje. No una llamada. Solo una alerta:
Mensaje anónimo. Sin remitente."Crees que estás libre. Pero en esta guerra, nadie suelta a nadie."
Valentina se levantó de golpe, caminó hasta la ventana y corrió la cortina.
Abajo, en la calle silenciosa, un coche negro estaba estacionado. No se movía. No se encendía. Solo estaba allí.
Observando.