Mi mejor amiga me traicionó de la forma más cruel: entregó mi inocencia a su novio. Lo que jamás imaginé fue que terminaría embarazada… ¡de ese mismo hombre! La relación que alguna vez creí dulce se convirtió en un campo de batalla. Él, el implacable multimillonario, me miró fríamente y sentenció: —Ya que llevas a mi hijo en tu vientre, nos casaremos. Pero recuerda, yo no te amo… y tú tampoco me amas. Un contrato sobre la mesa, un matrimonio en secreto y un acuerdo que nunca debió convertirse en algo más. Para todos, yo solo era su asistente. Nadie sospechaba que en realidad era la esposa oculta del director general. Pero justo cuando pensé que podría mantener la distancia, él rompió todas las reglas: proclamó ante el mundo que yo le pertenecía… y no solo eso. —¿Qué intentas hacer? —pregunté con el corazón acelerado. —¡Mi querida esposa, te amo! Tengamos otro hijo.
Leer másLa habitación espaciosa estaba sumida en la oscuridad. No se distinguía nada, salvo los jadeos bajos de un hombre y los gemidos ahogados de una mujer...
Dos cuerpos desnudos se entrelazaban en la cama. Las piernas largas de la mujer estaban abiertas al máximo, sus dedos se aferraban con fuerza a las sábanas, y su cuello se arqueaba hacia atrás, apoyándose en el pecho del hombre. Sus gemidos mezclaban un placer difuso con un dolor evidente y persistente.
Silvina Torres se acurrucó más en los brazos cálidos del hombre. Aunque no había descansado en toda la noche y le dolía cada parte del cuerpo, no sentía ningún remordimiento.
Llevaba mucho tiempo preparándose para esto. Quería entregarse como un regalo precioso... para él.
Después de un año de relación con Wilson Pérez, siempre se había negado a tener intimidad. No quería ceder su primera vez de manera precipitada.
Pero esta noche era diferente. Mañana Wilson se marcharía al extranjero, y además, ¡era su cumpleaños número veintidós!
Siguiendo el consejo insistente de su mejor amiga, había reservado una suite de lujo en este hotel, decidida a dar ese paso y entregarse por completo a su novio.
Silvina sonrió y rodeó con los brazos la cintura del hombre. ¡Vaya sorpresa! No imaginaba que Wilson tuviera un cuerpo tan perfecto. Ni demasiado delgado ni demasiado fornido. Justo como le gustaba.
—Mmm... ¿Rosa? ¿Ya estás despierta? —murmuró el hombre sobre su cabeza—. Gracias por anoche.
—No digas eso, Wilson... Lo hice con gusto —respondió Silvina dulcemente, apretando su abrazo.
¿Rosa...?
¿Wilson...?
Ambos se congelaron durante unos segundos. Luego se separaron bruscamente.
Silvina, alarmada, se giró y encendió la lámpara de la mesita de noche.
En cuanto la luz iluminó el cuarto, sus ojos se toparon con un rostro completamente desconocido. Dio un grito ahogado de pánico:
—¡¿Quién eres tú?!
Se cubrió el cuerpo rápidamente con la sábana.
—¡¿Qué haces aquí?! —preguntó, aterrada.
—¡Esta es mi habitación! ¿Y tú quién eres? ¿Qué haces en mi cama? —respondió el hombre con una expresión tan desconcertada como la de ella.
El cuerpo de Silvina se heló al instante. Una inquietud profunda le recorrió el pecho.
—¡Pero... esta es la habitación 1638! ¡Mi amiga me entregó personalmente la tarjeta! El hombre que debía estar aquí... era mi novio...
—¿Ah, sí? —Leonel Muñoz soltó una carcajada irónica—. Qué excusa más barata. Con la cantidad de mujeres que sueñan con meterse en mi cama, ¿ahora tú me vienes con el cuento de que fue un error? Si investigaste hasta mi número de habitación, ¿no es obvio que planeaste esto? Vamos, ¿cuánto quieres?
Las palabras del hombre, cargadas de sarcasmo, le atravesaron el pecho como cuchillas. Silvina comenzó a recuperar la compostura. ¿Qué diablos había pasado anoche?
Recordaba que había salido a beber con su mejor amiga, Rosa Reyes. Rosa viajaba esa noche a Milán para una pasarela internacional. Brindaron por eso, y también por el cumpleaños próximo de Silvina.
Había bebido demasiado. Rosa insistía una y otra vez en que debía aprovechar y acostarse con Wilson antes de que se fuera por dos años. Y ella... accedió, sin pensarlo mucho.
Rosa le dio una tarjeta de habitación. Silvina la usó y entró.
Pero... ¿cómo era posible que el hombre en la cama no fuera Wilson?
—¿Qué dinero? ¡No quiero tu dinero! —exclamó, cada vez más angustiada—. ¿Dónde está Wilson?
Leonel frunció el ceño. La mujer frente a él realmente parecía estar confundida. ¿Acaso no la había oído mencionar el nombre "Wilson" antes? ¿Podría ser que todo esto hubiera sido una trampa... para ambos?
Anoche, él había quedado con Rosa. Escuchó que alguien entraba con una tarjeta, y como la habitación estaba a oscuras, no encendió la luz. El perfume era el mismo que siempre usaba Rosa, así que no dudó: pensó que era ella. Pero ahora, viendo bien, la mujer con la que había pasado la noche era completamente distinta.
Estaba por preguntarle algo cuando su teléfono sonó. Al ver la pantalla, se dio cuenta de que era Rosa.
—¿Rosa? ¿Qué está pasando?
La voz de Rosa sonó al otro lado, con tono culpable:
—Leonel, lo siento muchísimo... Ayer recibí una invitación de último minuto desde Milán. Quieren que sea la modelo de cierre del desfile. Tomé el vuelo de las ocho de la noche. Sabes que ser el cierre ha sido mi sueño desde siempre. No podía dejar pasar esta oportunidad. ¿Puedes perdonarme?
Hizo una pausa y añadió, animada:
—Ah, y te dejé un regalito anoche como compensación. ¿Te gustó?
—¿Regalo? —Los ojos de Leonel se entrecerraron. Miró a la mujer que deambulaba por la habitación envuelta en una bata, aún buscando desesperadamente a alguien llamado Wilson. Su mirada se volvió insondable.
—Sí, me tomé el tiempo de elegirla. Fue difícil encontrar una virgen hoy en día. ¿No te pareció especial la experiencia de anoche? —preguntó Rosa con tono insinuante.
—Por supuesto que fue especial. Tener una novia tan detallista como tú es una bendición —respondió Leonel con sarcasmo apenas disimulado—. Si tanto te importa ser modelo, entonces asegúrate de brillar en Milán.
Sin darle oportunidad de responder, colgó la llamada.
Silvina, mientras tanto, ya había revisado cada rincón de la habitación. No había rastro de Wilson. Su ansiedad se desbordaba. ¡Había pasado la noche con un hombre completamente desconocido! ¿Cómo iba a enfrentar a Wilson después de esto?
Las lágrimas comenzaron a rodar por su rostro. Se dejó caer en un rincón, abrazando sus rodillas, llorando en silencio. No le importó que el hombre la observara con una expresión complicada desde el otro lado del cuarto.
Leonel guardó el móvil con expresión fría. No sabía exactamente qué papel jugaba esa mujer en todo esto, pero estaba claro que no había venido a "acompañarlo" por voluntad propia. Si Rosa la había enviado, había algo raro detrás. Y si no... entonces el asunto era aún más delicado.
Pero no importaba quién fuera ni por qué estaba allí. Lo que había ocurrido esa noche no podía salir de esas cuatro paredes.
Sin decir una palabra, fue hasta su chaqueta, sacó un talonario de cheques, y escribió rápidamente una cifra. Arrancó la hoja con firmeza.
Con esta cantidad, debería bastar para comprar su silencio.
—¡Toc, toc, toc...!
En ese momento, llamaron a la puerta.
—Señor Leonel, buenos días. Soy del servicio al cliente del hotel, le traigo el desayuno.
Leonel frunció el ceño. Dejó el cheque sobre la cama y se dirigió a abrir la puerta.
El desayuno era abundante y bien presentado. Leonel echó un vistazo hacia la mujer acurrucada en el rincón y dijo con voz calmada:
—Ven a comer algo primero.
Pero ella seguía llorando, sin moverse.
Leonel no insistió. Se sentó a la mesa y comenzó a desayunar con total tranquilidad, mientras hablaba:
—Sobre lo de anoche... Te daré una explicación. Te ofrezco cinco millones de dólares. Lo único que te pido es que nunca hables de esto con nadie.
En ese instante, Silvina levantó la cabeza de golpe, mirándolo completamente atónita.
¿Cinco millones de dólares?
¿Acaso ese hombre pensaba que ella era una prostituta?
Él... ¿acaso había echado a Wilson de la habitación, se metió allí y luego abusó de ella?
¿Y ahora, como si no fuera suficiente, encima le ofrecía dinero para humillarla?
Cuanto más lo pensaba, más indignación sentía. Aunque la hubieran forzado... aunque realmente hubiera perdido su virginidad, jamás aceptaría ese dinero.
—No te preocupes. No se lo diré a nadie —dijo con voz fría.
Por supuesto que no lo diría.
¿Cómo podría hacerlo?
Sin agregar más, recogió su ropa esparcida por el suelo y se metió al baño.
Frente al espejo, vio su reflejo: el cabello enmarañado, los ojos hinchados y rojos. Parecía completamente destrozada. Jamás pensó que las cosas terminarían así.
Cuando salió del baño, Leonel seguía desayunando con elegancia, como si su marcha no tuviera la menor importancia.
El cheque seguía allí, abandonado sobre la cama, como una burla muda.
Apenas salió del hotel, el teléfono de Silvina vibró.
Un mensaje de Wilson.
"Silvina, anoche te esperé todo el tiempo en la habitación, pero no llegaste.
¿Tuviste algún contratiempo? No pasa nada, seguiré esperando.
Estoy a punto de embarcar, y cuando regrese, te llevaré un regalo.
Te quiere, Wilson."
Silvina se quedó helada.
¿Él estuvo en la habitación? ¿Qué decía? ¡Si nunca estuvo allí!
¿Entonces qué había pasado?
¿Rosa le dio la tarjeta equivocada?
No, eso era imposible... Rosa jamás haría algo así.
¿O sí?
Guardó el teléfono lentamente. Afuera, el mundo seguía su curso, con coches y peatones cruzando por todas partes.
Pero ella, de pronto, sintió que estaba sola. Tristemente sola.
Tal vez... cuando Wilson volviera del extranjero, ya no serían los mismos.
Tal vez... esto ya había terminado.
El pensamiento de una posible ruptura con Wilson le atravesó el corazón como una lanza. Le dolió tanto, que su cuerpo comenzó a temblar.
Todo esto... había pasado solo anoche.
¿Rosa... en verdad fuiste tú quien planeó todo esto?
Marcó el número de Rosa sin pensarlo. Al llevarse el teléfono al oído, lo único que escuchó fue esa voz mecánica tan familiar:
"El número marcado está apagado."
Fue entonces cuando Silvina se dio cuenta de que, inconscientemente, había intentado llamarla.
Pero nadie respondió.
Siguió caminando por la calle, como en trance, reviviendo en su mente cada recuerdo con Wilson.
Desde que empezaron a salir, los nervios del primer beso, las pequeñas promesas, y justo ayer... esa mezcla de emoción y nervios mientras preparaba todo.
Cada recuerdo pasaba por su mente como una película: tan claro, tan vivo...
Y ahora, tan inalcanzable.
Ayer mismo bromeaban sobre cómo sería su boda.
Wilson le había jurado que, desde el extranjero, le escribiría todos los días por W******p, que la llamaría para que escuchara su voz, que ella no se sentiría sola.
Y ahora...
todo eso se había convertido en un sueño imposible.
¿Podía fingir que nada había pasado y seguir hablándole como siempre?
No. Ya no podía.
No habría boda.
No habría hijos.
Ya no habría nada.
Un chirrido de frenos desgarrador y el sonido agudo de un timbre de teléfono interrumpieron de golpe su espiral de pensamientos.
Silvina volvió bruscamente en sí... y se dio cuenta, horrorizada, de que estaba parada en medio de la calle.
Un coche había frenado justo delante de ella, tan cerca que...
por poco no la atropella.
Al entrar en el gran salón, los aplausos de la multitud se volvieron aún más intensos.Ruperto y Leonel caminaron juntos hasta el centro del recinto, e hicieron un gesto con la cabeza para pedir silencio.Silvina y la joven de rostro delicado se quedaron a un lado.—Muchas gracias a todos por sacar tiempo de sus agendas para asistir a este banquete en celebración del proyecto conjunto entre la Familia Díaz y el Grupo Familiar Muñoz —dijo Ruperto, como anfitrión, tomando primero la palabra—. Al llegar por primera vez a Inochi, conocí al Señor Leonel y de inmediato congeniamos; el éxito de este acuerdo fue algo natural. En adelante, si en algún aspecto no estoy a la altura, les ruego me lo hagan saber. Gracias nuevamente por su presencia. Y ahora, invito al Señor Leonel a dirigir unas palabras.Tras los aplausos de rigor, Leonel tomó la palabra y, con voz firme, declaró:—El Señor Ruperto es demasiado cortés. Todos saben cuál es mi carácter: lo diré claro, mientras yo tenga un bocado de
La voz de Leonel se volvió más grave, resonando suavemente junto al oído de Silvina:—Es nuestro primer par de sortijas. ¿No quieres tomar una foto para recordarlo?—¿Ah… ah? —Silvina alzó la cabeza de golpe, pero solo alcanzó a ver sus párpados bajando, sin descubrir la chispa de júbilo que se ocultaba tras aquella mirada deslumbrante.Leonel sacó el móvil, tomó una foto de sus manos entrelazadas con los anillos puestos y recién entonces soltó la mano de Silvina.Ella quedó un instante inmóvil.Bajó la mirada e intentó expulsar a la fuerza esa sensación extraña que se agitaba en su pecho.Silvina, ¿en qué estás pensando?Él es un gran hombre, sí, pero no te pertenece.Lo supiste desde el principio.No puedes enamorarte de él, no debes.Si lo haces, cuando llegue el momento de marcharte, habrá demasiados lazos que te atarán.Silvina, cálmate.Estás destinada a dejar la Familia Muñoz, a alejarte de Leonel.Si tu corazón cae en sus manos, ¿cómo podrás marcharte después?Giró despacio, d
Cuando Rosa se marchó, la señora Pérez frunció el ceño y dijo de inmediato:—Wilson, aunque esta Rosa tenga mejores condiciones que Silvina, ¡su actitud la viste bien! En nuestra familia no cabría una nuera así.—Ay, mamá, ¿para qué dice eso? —replicó Wilson enseguida—. Yo solo le estoy pidiendo ayuda para recuperar ese dinero. ¡Cuando tengamos dinero otra vez, mujeres de todo tipo no nos van a faltar! ¿Ya olvidó lo de hace poco? ¡Había tantas chicas que se me echaban encima voluntariamente!La señora Pérez, al oírlo, asintió satisfecha.Por más ruin que fuese Wilson, en sus ojos su hijo siempre era el mejor.Incluso la altiva Rosa, con todo su aire arrogante, ni siquiera era digna de aspirar a casarse con él.Silvina, por su parte, no sabía nada de las maquinaciones entre Wilson y Rosa.Apenas se había dado cuenta de que la familia de Wilson la había engañado, y todavía estaba enfadada.De regreso en casa, bebió un vaso de agua y apenas descansó unos minutos cuando se escuchó el timb
Silvina estaba recostada en la tumbona del jardín, disfrutando del sol, cuando vio a su asistente acercarse con el teléfono en la mano.El timbre no dejaba de sonar, insistente, como si fuera una llamada de vida o muerte.—¿De quién es la llamada? —frunció el ceño Silvina.Adela, la asistente, dudó un instante antes de responder:—Este número ya llamó varias veces, Señora Leonel. ¿Desea contestar?Silvina tomó el aparato y respondió.En el mismo instante en que la llamada se conectó, sus ojos se entrecerraron con suspicacia.—Silvina, soy la señora Pérez, la madre de Wilson. Estoy en Inochi ahora mismo… ¿puedo verte un momento? —la voz de una mujer madura sonó al otro lado de la línea.Silvina frunció aún más el ceño. Recordó de inmediato que, al día siguiente de que Rosa la hubiera "regalado" a Leonel, la propia señora Pérez la había llamado para exigirle que dejara a Wilson.Ahora ella ya había cumplido con ese deseo, ¿qué sentido tenía que viniera a buscarla?Justo cuando Silvina i
La Abuela Muñoz miró a los dos jóvenes frente a ella y, por supuesto, comprendió sus pequeñas artimañas. Tras una breve pausa, dijo:—Está bien que vayas, pero deben aumentar el número de asistentes y guardaespaldas a tu alrededor. Al fin y al cabo, llevas en tu vientre al próximo heredero de la Familia Muñoz, ¡y no puede permitirse ningún error! Y, Silvina, ¿crees que no sé que a menudo despides a tus asistentes y guardaespaldas para estar tranquila? Si vuelves a hacerlo, quedarás bajo arresto domiciliario.Silvina se apresuró a reconocer su falta:—¡Abuela, lo siento! ¡No me atreveré a hacerlo otra vez!—Así es, abuela. De ahora en adelante, sin importar a dónde vaya, siempre la llevaré conmigo —añadió Leonel con calma—. ¿Así puede quedarse tranquila?"¿Llevarla a todas partes…? ¿Acaso era un perrito?" pensó Silvina.Pero bueno, con tal de ganar un poco de libertad, ¡ser un perrito no importaba!Asintió repetidamente, cooperando en todo.—Está bien. Leonel, ya vas a ser padre, así q
—¡Mío! —Silvina levantó la cabeza, erizada, mirando a Leonel.—Yo lo agarré primero —respondió Leonel, arqueando las cejas a propósito.A él simplemente le encantaba ver a Silvina enojada; cuando se enfurecía de esa manera, era increíblemente adorable.—¡Tú ya tienes un plato entero! —protestó Silvina. Ella solo había frito una pequeña fuente de carne; no había remedio, en la mansión toda la vajilla era tan delicada y artística que no existían platos grandes.La gente de Inochi y Lunaris comía siempre en cuencos y platitos pequeños, todo muy refinado. Por eso, aunque Silvina había preparado una mesa completa de comida, en realidad no había mucho en cantidad.De modo que esa fuente de carne frita no tenía demasiadas piezas.Leonel, viendo a Silvina tan alterada, soltó una carcajada amplia y satisfecha.—Vaya, ¿por qué tu plato tiene menos carne? —dijo con fingida sorpresa, mirando su fuente.—¡No es cierto!… —Silvina bajó un momento la cabeza y, en ese descuido, Leonel se adueñó de la
Último capítulo