Capítulo 5 Matrimonio Forzado

El tono de Leonel, aunque tranquilo, llevaba una autoridad incuestionable.

Los presentes no se atrevieron a replicar y salieron con rapidez, dejando el espacio únicamente a los dos máximos poderes del Grupo Familiar Muñoz.

Abuela Muñoz levantó la vista y observó a su nieto.

Su favorito. Su mayor orgullo.

Desde que él había asumido la presidencia del grupo, el valor de la empresa había aumentado un 20%, consolidando al Grupo Familiar Muñoz como un imperio intocable.

Sin embargo, su situación sentimental seguía sin resolverse, y cada vez más voces externas comenzaban a poner los ojos en la cuarta generación de la familia.

Ante el mundo, Leonel era un líder imponente, de presencia aplastante.

Pero ante su abuela, seguía siendo simplemente su nieto.

Por eso, cuando ya no quedaba nadie más en la habitación, su actitud cambió ligeramente, volviéndose mucho más serena.

—Abuela... ¿qué hace usted aquí? —preguntó con suavidad cuando se quedaron a solas—. Si no se encontraba bien, ¿por qué no mandó al médico a casa? No debería haberse molestado en venir personalmente.

—¿Y tú qué jueguito crees que estás haciendo conmigo? —replicó la abuela con una sonrisa imposible de ocultar—.

Con algo tan importante como el heredero de la cuarta generación, ¿cómo no iba a venir en persona?

—¿Abuela? ¿Qué heredero ni qué nada? ¡Debe haber un error! Rosa no tiene planes de casarse todavía.

¿Cómo podríamos estar hablando de un hijo ahora? —replicó Leonel, negando con firmeza cualquier relación con la mujer internada.

Abuela Muñoz le dio un golpe seco en la cabeza con los nudillos:

—¡No me vengas con cuentos!

Si esa tal Rosa no sabe valorar lo que tiene, y prefiere seguir persiguiendo su carrera, que lo haga.

¿Acaso crees que el Grupo Familiar Muñoz no tiene mujeres dispuestas a darte un hijo?

Leonel sintió que una mala corazonada se le instalaba en el pecho.

—¿Abuela... no me diga que piensa dejar que esa mujer tenga al bebé? —preguntó con el ceño fruncido—.

No. Eso no puede ser. ¡Definitivamente no!

Los ojos de la abuela se tornaron fríos:

—¿Todavía sigues esperando a Rosa?

Leonel, te he dejado seguir ese capricho durante años, no dije nada. Pero dime tú... ¿cuántos años lleva haciéndote esperar?

¿Alguna vez te dijo que quería darte un hijo?

—¡Pero abuela, usted me prometió que si me convertía en presidente, no se metería en mi matrimonio! —Leonel también comenzaba a enfadarse.

Sus ojos, usualmente serenos, ahora mostraban destellos de ira contenida.

—Y tú también me prometiste que te casarías antes de cumplir los veintiocho —le recordó ella, elevando el tono—.

¿Qué tiene Rosa que la hace tan especial?

Te ha tenido colgado años enteros, sin comprometerse a nada.

¿Y todavía quieres hacerla mi nuera?

—¡Ella no te ha dado un solo hijo, ni tiene intención de hacerlo!

¿Y tú crees que el Grupo Familiar Muñoz necesita su dinero? ¡Por favor!

Si tanto quiere seguir siendo modelo, que tenga el bebé y luego siga con su carrera.

¡Pero no va a arrastrarte toda la vida con falsas promesas!

Mientras en el exterior la discusión se intensificaba, Silvina empezó a recuperar lentamente el conocimiento dentro de la habitación.

Abrió los ojos con esfuerzo y lo primero que vio fue un entorno completamente desconocido.

Decoración lujosa, muebles exquisitos...

¿Dónde estaba?

Creía haber oído el nombre de Rosa hacía un momento...

¿Estaría alucinando por la fiebre? Rosa estaba en Milán... ¿cómo podría estar aquí?

Intentó incorporarse con dificultad, pero justo entonces escuchó una voz susurrante desde afuera:

—Señora Leonel ha despertado, ¡preparen todo de inmediato!

Un segundo después, la puerta se abrió, y una anciana elegante, de rasgos refinados y porte imponente —a pesar de las marcas del tiempo sobre su rostro aún se notaba su belleza imponente—, entró con paso firme.

Tras ella, una comitiva de médicos y enfermeras con uniforme blanco la seguía con solemnidad.

Silvina quedó completamente pasmada.

¿Qué estaba ocurriendo?

Recordaba que antes de desmayarse estaba en la empresa, a punto de entrar a una reunión importantísima.

¡Dios!

¡Había olvidado completamente la junta!

Trató de levantarse, pero la mujer de inmediato le indicó que no se moviera, con una expresión serena pero firme y una mirada colmada de satisfacción.

—No te levantes —dijo la anciana con una sonrisa afable—. Deja que los médicos te revisen otra vez.

Ahora eres una persona muy importante para el Grupo Familiar Muñoz.

Todo lo que necesites, otros se encargarán.

Silvina la miró con desconcierto.

—Perdón... ¿puedo saber quién es usted? ¿Y... por qué estoy aquí?

La anciana sonrió aún más, y con voz amable respondió:

—Soy la presidenta del Grupo Familiar Muñoz.

La abuela de Leonel.

¿Y tú cómo te llamas?

—Me llamo... Silvina —respondió rápidamente—. Señora presidenta, yo... yo no lo hice a propósito, de verdad... no entiendo qué pasó.

¡Por favor no me despida! Regresaré a la oficina de inmediato. Prometo no volver a equivocarme...

Abuela Muñoz levantó un dedo y le indicó que se detuviera.

Silvina la observó en silencio, sin entender nada.

—Descansa tranquila. Mientras yo esté aquí, nadie en la empresa se atreverá a despedirte —afirmó la anciana, mientras la observaba detenidamente, con una chispa de satisfacción en los ojos—.

Solo asegúrate de dar a luz a ese niño para el Grupo Familiar Muñoz, y te garantizo que no te faltará nada.

Tras decir eso, la anciana se dio media vuelta y salió de la habitación con la misma elegancia con la que había entrado.

Silvina se quedó completamente desconcertada.

¿Dar a luz... a un niño?

¿Qué niño?

¿De qué estaban hablando?

Justo en ese momento, el médico de cabecera sonrió amablemente a Silvina y le dijo:

—Señora, puede estar tranquila. El bebé que lleva en el vientre está perfectamente. ¡Está sano y fuerte!

El rostro de Silvina perdió el color de golpe.

Sus ojos se abrieron con incredulidad y, temblando, agarró con fuerza al médico que le tomaba el pulso:

—¿Qué... qué dijo? ¿Un bebé? ¿Está diciendo que... estoy embarazada?

Aunque siempre había querido tener hijos, y adoraba a los niños... solo deseaba tenerlos con Wilson.

Este bebé... no debía haber llegado.

Creyó que la pesadilla había terminado, pero ahora entendía que la oscuridad la había seguido, acechándola en silencio.

¿Por qué?

¿Por qué la vida era tan cruel?

¿Por qué tenía que arrastrarla de nuevo a ese infierno, obligándola a sufrir una vez más?

Mientras tanto, en el pasillo, Leonel había llegado al límite de su paciencia.

—¡No, abuela! —gritó, casi fuera de sí—. ¡Ya lo dije, y lo repetiré cuantas veces haga falta: no me casaré con una mujer a la que no amo!

Los ojos de Abuela Muñoz se enturbiaron con frialdad mientras lo observaba con firmeza.

—Leonel, más te vale pensarlo bien.

La empresa está a punto de cerrar una alianza estratégica con una corporación italiana.

Muy pronto, el presidente y su esposa vendrán personalmente a visitar nuestro grupo.

Y lo que ellos más valoran es la imagen familiar.

Si se enteran de que dejaste embarazada a una mujer y luego la abandonaste, ¿cómo crees que verán al Grupo Familiar Muñoz?

Las palabras de la abuela fueron como un balde de agua fría.

Leonel, al escucharlas, se quedó en silencio.

Encendió un cigarro.

Y cuando lo terminó, su rabia se había transformado en un hielo denso y calculado.

Al ver que su nieto por fin se calmaba, Abuela Muñoz retomó la palabra con decisión:

—Mi posición es muy clara.

Tienes que casarte con ella.

Esto no se va a convertir en un escándalo de una madre soltera criando al heredero en secreto.

El contrato con Italia es un acuerdo por diez años, y no permitiré que nada lo ponga en peligro.

¡El Grupo Familiar Muñoz no puede quedarse sin heredero!

—Tú mejor que nadie sabes cuántos de tus tíos han esperado durante años la oportunidad de arrebatarte el puesto de presidente —añadió con voz serena pero contundente—.

Mientras no tengas un hijo, mientras no haya sucesión directa, bastará un solo error tuyo para que quieran reemplazarte.

—En tiempos de amenazas internas y presiones externas...

Leonel, ¿de verdad no sabes lo que debes hacer?

Leonel finalmente vaciló.

Su abuela tenía razón.

Él ocupaba ese cargo gracias a ella, que lo había defendido contra todos los que se oponían.

Sus tíos le guardaban rencor desde el primer día.

Pero su rendimiento excepcional en los últimos dos años —incrementando el valor del grupo en un 20%— había logrado callar muchas bocas.

Él no era ningún niño.

Solo... odiaba la idea de que su matrimonio fuera una pieza más dentro del juego del poder.

Ya había habido rumores un mes atrás, cuando las noticias sobre él y Silvina se filtraron.

Y si esta vez no manejaba la situación correctamente, el daño podría ser irreversible.

Además... los italianos seguramente ya daban por hecho que esa mujer era su esposa.

Leonel levantó la mirada, exhausto, y clavó los ojos en su abuela:

—Abuela...

Aceptaré casarme con ella.

Dejaré que tenga al niño.

Abuela Muñoz sonrió al fin y asintió con satisfacción.

Ese nieto siempre había sido su orgullo.

Inteligente. Sensato.

Capaz de tomar decisiones difíciles.

Porque ser el heredero del Grupo Familiar Muñoz no era un privilegio.

Era una carga.

Y quien la llevaba... debía saber cuándo ceder y cuándo resistir.

—Ve y tranquiliza a esa chica, Leonel.

Estoy segura de que sabrás qué hacer —dijo Abuela Muñoz, mientras le daba una palmada en el hombro con expresión satisfecha.

Luego, sin decir más, se dio la vuelta y se marchó con paso firme.

Leonel la observó alejarse en silencio.

Cuando la puerta se cerró, bajó la mirada.

En sus ojos alargados y ligeramente rasgados se ocultaba una emoción que nadie más habría podido descifrar.

Sí, se casaría.

Pero convivir con aquella mujer...

eso jamás iba a suceder.

Al final del día, no era más que un contrato en papel.

Y a él, Leonel Muñoz, no le preocupaba pagar el precio de una decisión estratégica.

Porque él nunca perdía.

Solo elegía cuándo y cómo ceder.

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