Jordan Miller, una joven que se ve forzada a abandonar el campo en donde creció, se disfraza de hombre con el propósito de sobrevivir y pasar desapercibida en la gran ciudad. Sin embargo, su vida toma un giro inesperado cuando, por una cuestión de humanidad y sin conocer a quién está salvando, se lanza al agua y rescata al temido líder de la mafia, Reinhardt Barone, quien había sido emboscado y estaba a punto de ahogarse. Después de aquel acto heroico, Jordan regresa a su hospedaje sin siquiera saber la identidad de aquel hombre, pues éste había desaparecido minutos después de haber sido salvado. Sin embargo, debido a circunstancias del destino, Jordan termina coincidiendo nuevamente con Reinhardt y acaba siendo arrastrada hacia su despiadado mundo. Poco a poco, comienza a sobresalir, ganándose la atención de Reinhardt, quien se siente cada vez más fascinado por la misteriosa luz que irradia "este joven". Sin darse cuenta, su atracción se convierte en una obsesión que lo lleva a comportarse de una manera que jamás pensó hacerlo. Pero, ¿qué sucederá cuando Reinhardt descubra que el joven que lo tiene cautivado no es quien aparenta ser, sino una mujer que ha desafiado todos los peligros para sobrevivir?
Leer másEra el mediodía cuando el sol intenso calentaba la carretera repleta de polvo, y a su vez, iluminaba a un joven delgado de aspecto desaliñado que levantaba el pulgar con la esperanza de conseguir un aventón hacia la ciudad. Vestía una camisa blanca desgastada que se pegaba a su espalda debido al sudor, unos pantalones amarronados con tirantes y unos zapatos viejos del mismo color. Sobre su cabeza, reposaba un sombrero de paja deteriorado, el cual ofrecía poca protección a su rostro contra el calor. Su piel estaba ligeramente bronceada debido a su exposición a los rayos solares. Con la nariz y los pómulos enrojecidos a causa de los rayos ultravioletas, observaba la manera en que una fila de vehículos pasaba frente a él y ninguno se detenía para ofrecer su ayuda.
Finalmente, tras varios intentos fallidos, un camión que transportaba árboles talados redujo la velocidad y se detuvo delante de él. Un hombre mayor, con barba canosa y semblante cansado, asomó la cabeza por la ventanilla. —¿A dónde vas, muchacho? —preguntó el hombre con voz ronca. —A la ciudad —respondió el joven, señalando el horizonte. —Sube, voy para allá —dijo el camionero, abriendo la puerta del copiloto. El joven trepó al asiento, cargando su vieja maleta ne-gra. El vehículo reanudó su marcha, con el rugido del motor resonando en la tranquila carretera rural. Durante un rato, ambos viajaron callados, acompañados solo por el sonido del transporte y el paisaje que pasaba velozmente a su alrededor. —Hace un calor infernal hoy —comentó el camionero, rompiendo el silencio. —Sí, es insoportable —asintió el joven, limpiándose el sudor de la frente con el dorso de la mano mientras se quitaba el sombrero y empezaba a abanicarse con él. El camionero observó el cabello mal cortado del joven por un breve momento, pero no hizo ningún comentario al respecto. Solo se encogió de hombros y le restó importancia. Después de varios minutos de trayecto, ambos divisaron un control policial que se encontraba unos metros más adelante. La patrulla de la policía de tránsito estaba deteniendo vehículos para inspecciones de rutina. El joven no pudo evitar mostrar un semblante nervioso, lo cual no pasó desapercibido para el camionero. —¿Pasa algo, muchacho? —preguntó el hombre mayor. —No, no pasa nada, es solo que los policías me ponen un poco inquieto —respondió el joven, tratando de sonreír. —No tienes nada que temer, chico. Solo están asegurándose de que ningún camión de carga entre de manera ilegal con botellas de licor. Ya sabes, por el asunto de la ley seca. La Ley Seca prohibía la venta, producción y transporte de alcohol. El propósito de esto era disminuir el crimen y los problemas de salud que ocasionaban su consumo, pero lo que en verdad hizo fue dar un gran empujón al mercado ne-gro y a las mafias. —Este camión es totalmente legal —agregó el señor—. Así que solo mirarán un momento, revisarán nuestros documentos y ya está. Es rutina habitual. —¿Está bastante acostumbrado a esto, no es así? —preguntó el joven. —Sí, bastante. Es cosa de todos los días —asintió el camionero. El camión se detuvo al recibir la señal del oficial y un policía se acercó a la ventanilla del conductor. —Buenos días, caballeros. Quisiera ver sus documentos, por favor —pidió el oficial. —Claro, por supuesto —respondió el camionero, entregando sus documentos al oficial. El oficial hizo un gesto a sus compañeros, quienes comenzaron a revisar el camión. Mientras tanto, revisó primero los documentos del conductor y luego pidió los del joven, quien, absorto en sus pensamientos, tardó un momento en reaccionar. —Ah, sí, claro, mis documentos —dijo el joven, entregando su identificación al oficial. El policía miró la identificación del joven y luego lo observó detenidamente. —Es una identificación nueva —comentó el oficial. —Sí, así es. La saqué hace poco —respondió el joven. —Jordan Miller —leyó el policía en voz alta—. Y según esto, tienes veinticinco años. Pero… —le echó un vistazo al rostro del chico—. No luces de esa edad. El corazón de Jordan aumentó su velocidad de latidos y sintió una gota de sudor deslizándose por su frente. —Qué pícaro es usted, señor policía. Lo tomaré como un halago —sonrió de oreja a oreja para simpatizar con él, pero el oficial solo levantó la ceja, mostrándose totalmente serio y sin ninguna intención de seguirle la corriente—. O tal vez no —se encogió en su asiento, colocándose el sombrero. —Hay muchas personas que han estado haciendo identificaciones falsas últimamente por el asunto de la ley seca. Espero que no sea tu caso —insinuó el oficial. Jordan se secó el sudor de la frente. —Para nada, señor policía. Como puede ver, mi identificación es completamente legal. La saqué hace poco porque la anterior ya venció, pero esta es totalmente legítima —aseguró. El oficial asintió y devolvió la identificación. —Está bien. Solo ten cuidado, joven. La ciudad puede ser un lugar difícil y no querrás arruinar tu vida. —¿Hay algún problema con el chico, oficial? —intervino el camionero, notando la tensión en la conversación. —No, no hay ningún problema —respondió el policía, aunque seguía mirando a Jordan con desconfianza. —Este muchacho es el hijo de un amigo, es del campo —dio un par de fuertes palmadas a la espalda de Jordan, haciendo que éste se fuera por delante—. Le estoy haciendo el favor de llevarlo a la ciudad para ver a su padre. —Ah, así que de eso se trata —articuló el oficial, creyéndose la historia. Cuando sus compañeros confirmaron que no había nada sospechoso en el camión, el oficial les dio el paso. —Pueden continuar con su viaje —dijo, a lo que el camionero asintió con la cabeza. Mientras reanudaban la marcha, Jordan soltó un largo suspiro. Tras ver esto, el camionero se rió ligeramente. —No mentías cuando dijiste que los policías te ponen bastante nervioso —comentó. —Sí, bueno, es solo que cuando notan que me pongo inquieto, empiezan a decirme cosas y eso me pone aún más nervioso. Pero no tengo nada que ocultar —dijo Jordan—. ¿Quiere usted revisar mi maleta? —ofreció. —No, no, para nada. Te ves como un chico bastante sensato —respondió el hombre mayor. Jordan solo hizo una mueca que parecía ser una sonrisa y decidió permanecer callado durante el resto del viaje. —¿Dónde quieres que te deje? —preguntó el camionero cuando comenzaron a entrar en una zona más transitada. —En cualquier lugar donde haya movimiento, por favor —respondió Jordan. El camionero asintió y se detuvo en una esquina concurrida. Jordan bajó del camión con su maleta y, antes de que el conductor pudiera irse, se giró de nuevo para hablarle. —Espere, señor. ¿Sabe de algún lugar en el que pueda trabajar? Necesito hacerlo urgentemente. Como verá, soy del campo y no tengo mucho dinero. Necesito algo con lo que pueda sostenerme a largo plazo, además de un sitio en donde pueda instalarme. —¿Qué sabes hacer? ¿Qué talento tienes? —preguntó el camionero. —Puedo hacer muchas cosas. Atender de camarero, arreglar objetos descompuestos, hacer recados… Incluso puedo hacer trabajos pesados. —No luces como alguien que pueda hacer trabajos pesados —dijo el camionero, con una sonrisa burlona. —Oiga, no sea prejuicioso, señor —replicó Jordan con una mirada desafiante. El camionero soltó una risa. —¿Tienes alguna idea de algún instrumento? ¿Del piano, tal vez? —agregó. —Oh, sí. La verdad es que me enseñaron a tocar el piano en el instituto al que iba —respondió Jordan. —Bueno, precisamente tengo un conocido que está buscando un pianista. Es en un… cabaret, un lugar donde las mujeres hacen presentaciones para atraer hombres. —¿Me podría dar más información, por favor? —Claro, el lugar se llama "El Paraíso Nocturno". Está a unas dos cuadras de aquí. —¡Lo buscaré! ¡Muchas gracias, señor! ¡Espero volver a verlo algún día para devolverle el favor! —exclamó, agitando la mano mientras se alejaba. —¡Por supuesto, ten por seguro que te buscaré para que me pagues! —le respondió con una sonrisa. El chico claramente le había caído bastante bien. Jordan comenzó a caminar con su maleta balanceándose a su lado. Tras unos minutos de andar por las calles abarrotadas, finalmente encontró el lugar. Un letrero brillante indicaba "El Paraíso Nocturno". En la entrada, una publicidad anunciaba la búsqueda de un pianista. Jordan respiró hondo y empujó la puerta que estaba entreabierta, encontrando el interior sorprendentemente silencioso y vacío. Una mujer salió desde el fondo del local, claramente sorprendida por la llegada del chico y su apariencia juvenil. ¿Qué hacía un niño en un lugar como ese? —¿Necesitas algo? —preguntó, mirándolo con extrañeza. —Estoy buscando trabajo. Un buen hombre me ha dicho que aquí podrían dármelo —dijo Jordan, intentando sonar seguro. —Oh, ya veo. Espera aquí, traeré a Charlie. La mujer se alejó y, al poco rato, apareció un hombre de complexión delgada, el cual se acercó con un andar gracioso y ligero, casi flotando. Cada paso era meticuloso y elegante, con los pies colocados uno delante del otro en una línea recta, como si desfilara por una pasarela invisible. Sus caderas se balanceaban ligeramente, añadiendo un ritmo cadencioso a su caminar. Llevaba una camisa de seda de color lavanda, perfectamente ajustada a su torso y metida dentro de unos pantalones de lino blancos que caían con suavidad hasta sus zapatos mocasines de cuero marrón claro. El pantalón, ligeramente acampanado, rozaba apenas el suelo con cada paso. Completaba su atuendo un cinturón fino de cuero que enfatizaba su cintura delgada. Su nombre era Charlie. —¿Qué estás buscando aquí? —preguntó sin rodeos, observando a Jordan detenidamente de pies a cabeza. —¡Hola! —saludó con entusiasmo—. Mi nombre es Jordan, estoy buscando trabajo y me han dicho que aquí buscan contratar. —Recibimos a personas todos los días, pero tú no estás dentro de los estándares de este sitio —dijo el hombre, evaluando a Jordan. —¿Q-Qué? —soltó, confundido—. ¿Por qué? Ni siquiera le he mostrado lo que puedo hacer. —Escucha, aquí buscamos mujeres con un cuerpo voluminoso, con buenas curvas y atributos destacables. Tú estás realmente muy plana y no puedo ayudarte, lo siento.[Quince años más tarde…]Habían pasado quince años desde aquel día en que todo comenzó. Quince años desde que Jordan, disfrazada de muchacho, se presentó en el cabaret pidiendo trabajo y Reinhardt estuvo a un paso de acabar con su vida en ese mismo instante, como si aquel joven flacucho fuese solo un estorbo en su camino. Pero justo en el filo de la tragedia, algo se interpuso en la mente del mafioso.Recordó al muchacho que se había lanzado a las aguas del muelle, cuando él mismo había sido condenado a morir encadenado a una piedra, destinado a hundirse sin remedio en la profundidad. Recordó aquel instante en que Reinhardt, con la vida escapando de sus pulmones, vio la silueta desesperada de Jordan sumergirse para salvarlo, sin medir consecuencias, sin esperar recompensa, sin siquiera saber a quién estaba rescatando. Un acto de humanidad absurdo en un mundo como aquel, un gesto que marcó un antes y un después. Jordan, sin saberlo, había salvado al mafioso más temido y poderoso del pa
Charlie había insistido en que Reinhardt necesitaba atención médica profesional, que alguien especializado en tratar las heridas de quienes trabajaban en el cabaret viniera a revisarlo, pero Reinhardt lo había rechazado sin dudarlo. Para él, el corte que había recibido no era nada grave, por lo que se retiró a su habitación y le indicó a Jordan que se encargara de curarlo.Jordan, sin expresar emoción alguna, se dispuso a cumplir la indicación. Se sentó frente a Reinhardt, que permanecía en el borde de la cama, mientras ella comenzaba a limpiar la herida con precisión. Aunque el corte no era profundo, sí era considerable, y Jordan comprendió que tardaría varios días en sanar por completo. Su rostro permanecía serio, mientras sus manos temblaban ligeramente, un pequeño reflejo de la tensión acumulada durante la peligrosa persecución.Reinhardt la observaba detenidamente, notando que ella parecía ausente, como si su mente estuviera en otro lugar. Sus ojos, concentrados en cada movimient
Reinhardt logró, con maniobras hábiles y rápidas, abrir un poco de distancia entre su vehículo y el que los perseguía, aumentando unos metros el espacio que los separaba, pero suficiente para ganar un respiro momentáneo.—Jordan, ven aquí, toma el volante, cambiemos de lugar.El miedo apretaba el pecho de Jordan, pero no dudó demasiado; la confianza en Reinhardt y la necesidad de sobrevivir la impulsaron a obedecer. Se movió hacia el asiento del conductor mientras Reinhardt se acomodaba en el lugar de copiloto, y en cuanto se estabilizó, tomó el arma y comenzó a disparar con una precisión mortal, cada bala dirigida a los vehículos que los seguían. Jordan, concentrada en la carretera, sentía cómo cada disparo recibido por detrás hacía que el coche se desviara en zig-zag, balanceándose peligrosamente, y ella tenía que reajustar el control una y otra vez para mantener el vehículo estable.Tras unos segundos que parecieron eternos, Reinhardt decidió que necesitaban un enfoque más contunde
Jordan notó que Reinhardt, que hasta hacía un momento hablaba con normalidad, había caído en un silencio repentino. Sus palabras se detuvieron y su mirada se endureció mientras sus manos se aferraban con firmeza al volante.—¿Sucede algo? —preguntó Jordan, como si intuyera que algo estaba a punto de suceder.Reinhardt mantuvo la vista fija en la carretera, sin apartar la atención de la oscuridad que los rodeaba.—A simple vista no parece que haya nada —respondió—, pero tengo un presentimiento… y no me gusta en lo más mínimo.Jordan sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Sabía, por experiencia, que cuando Reinhardt percibía algo, era señal de que realmente algo iba a suceder. Su cuerpo se tornó rígido y sus ojos comenzaron a recorrer la carretera y los bordes del bosque que los flanqueaban, tratando de encontrar algún indicio entre la oscuridad que los envolvía.—¿Crees que nos están siguiendo? —agregó ella.—No puedo asegurarlo, pero nunca está de más ser precavidos.Jordan recor
Jordan lo miró con entusiasmo, pero al mismo tiempo, con cierto recelo.—Pues… la idea me agrada, pero… —comenzó, deteniéndose un instante—. ¿No será que estás haciendo esto solo para que deje de insistir en lo demás? ¿Me llevas de vacaciones para que no pueda trabajar contigo, para que ni siquiera toque el piano o haga algo de lo que me gusta? ¿Es esa tu estrategia para no cederme nada, Reinhardt? Porque si volvemos de ese viaje y todo sigue igual… no servirá de mucho.—Mira, no puedo prometerte nada, pero solo concéntrate en la idea de esas vacaciones —dijo, acercándose un poco más a ella con una leve sonrisa en los labios—. Piensa en el lugar al que iremos, lejos de todo, lejos de la ciudad y de todo lo que nos rodea. Solamente tú y yo, sin nadie que interrumpa ni moleste. Sin Charlie, sin Simone, y sin ninguno de esos hombres. Ni las bailarinas, ni los clientes, ni nadie estará allí. Solo nosotros dos. Bien armados, por supuesto, porque no podemos confiarnos, pero completamente so
Charlie notó cómo el ambiente se volvía cada vez más difícil de tolerar, como si la oficina entera estuviera cargada de electricidad a punto de estallar. Se dio cuenta de inmediato de que estaba sobrando en medio de esa discusión de pareja, de que lo que se desarrollaba delante de sus ojos no era un simple desacuerdo, sino un enfrentamiento marital que no le correspondía presenciar. Así que, incómodo, se aclaró la garganta y trató de sonar diplomático.—Reinhardt, creo que lo mejor será que vuelva en otro momento. Regresaré en una hora.Sin embargo, Reinhardt no se molestó en dirigirle ni una sola mirada. Sus ojos seguían clavados en Jordan, sin apartarse ni un instante. Ni siquiera cuando Charlie pronunció aquellas palabras y se marchó cerrando la puerta tras de sí, el jefe desvió la vista. Y Jordan, lejos de intimidarse o retroceder, sostenía esa mirada con la misma firmeza, como si ninguno de los dos estuviera dispuesto a ceder terreno.—¿Por qué estás haciendo esto, Jordan? —inqui
Último capítulo