Después de terminar de comer, Leonel se marchó de inmediato.
Cuando los chefs terminaron de recoger los platos, Silvina por fin tomó el teléfono.
En la pantalla, varias llamadas perdidas aparecían con un nombre muy familiar.
Al ver aquel nombre, una oleada de emociones contradictorias le recorrió el pecho.
Desde aquella noche, en la que había terminado en la cama equivocada, Silvina no había respondido ni una sola llamada de Wilson.
Tampoco le había contestado ningún mensaje.
Su silencio ya lo decía todo.
Entonces, ¿por qué él no entendía?
¿Por qué seguía llamando como si nada, contándole tonterías sobre lo divertido que era todo en el extranjero?
¿Acaso no sospechaba que ella ya no era la misma?
¿Por qué?
Si al menos él también desapareciera...
Quizás así, a ella le dolería menos.
Pero habían pasado ya casi dos meses, y cada día él seguía escribiendo, seguía llamando, como si nada hubiera cambiado.
Y mientras más insistía él, más le desgarraba a ella el corazón.
Esa noche, Leonel vol