Mundo ficciónIniciar sesiónLas palabras de los médicos hicieron que el rostro de Leonel cambiara bruscamente.
—¡Abuela! —exclamó, abriendo la puerta y saliendo de la habitación. Contuvo su ira con esfuerzo, pero el leve alzamiento de sus ojos bastó para que los presentes retrocedieran dos pasos, intimidados por la intensidad de su aura.
—Váyanse todos. Quiero hablar a solas con la Presidenta Muñoz —ordenó.
Su voz, serena en apariencia, llevaba una autoridad que no admitía réplica.
Leonel y la abuela Muñoz se sentaron después en una pequeña sala de reuniones del hospital.
Abuela Muñoz levantó la vista y observó a su nieto.
Su favorito. Su mayor orgullo.
La abuela Muñoz habló con calma, como si ya hubiera tomado una decisión inamovible:
—Esa chica está embarazada. Tienen que casarse.—¡No, abuela! —Leonel casi perdió el control—. ¡No pienso casarme con alguien a quien no amo!
La mirada de la abuela se volvió fría.
—Leonel, no confundas tus deseos con la realidad. El Grupo Familiar Muñoz está a punto de cerrar un acuerdo con la corporación italiana. El presidente vendrá con su esposa. ¿Y tú? ¿Quieres presentarte como un hombre que embarazó a una mujer... y la dejó tirada?Leonel se quedó mudo. Sintió que la sangre se le helaba.
La abuela continuó, cada palabra tan precisa como un golpe:
—Un solo escándalo bastaría para arruinar diez años de negociación. Y, por si lo has olvidado, tus tíos llevan años esperando que cometas un error para quitarte la presidencia. Sin heredero. Sin matrimonio. Sin “imagen familiar”. Eres un blanco fácil.Leonel apretó los dientes y encendió un cigarro para ganar tiempo.
Pero ni siquiera el humo le devolvió el control. La autoridad de su abuela pesaba sobre él más que la de cualquier junta directiva.—Escúchame bien —concluyó ella, con una voz que no admitía réplica—: te casarás con esa muchacha.
No permitiré que conviertas al futuro heredero del Grupo Muñoz en un escándalo.El silencio cayó como una sentencia.
Leonel sabía que no tenía salida.
Sabía que su abuela nunca daba una orden dos veces. Sabía que su posición, su reputación, su futuro entero dependían de obedecer.Finalmente levantó la mirada, derrotado.
—Abuela…
Respiró hondo, como si tragara veneno. —Me casaré con ella. Y el niño nacerá.Abuela Muñoz sonrió al fin y asintió con satisfacción.
Ese nieto siempre había sido su orgullo.
Inteligente. Sensato.
Capaz de tomar decisiones difíciles.
Porque ser el heredero del Grupo Familiar Muñoz no era un privilegio.
Era una carga.
Y quien la llevaba... debía saber cuándo ceder y cuándo resistir.
—En cuanto a esa muchacha, yo misma me encargaré de convencerla para que se case contigo —dijo la abuela Muñoz, dándole una palmada en el hombro con una expresión satisfecha.
Luego, sin decir una palabra más, se dio la vuelta y se marchó con paso firme.
Leonel la observó alejarse en silencio.
Cuando la puerta se cerró, bajó la mirada.
En sus ojos alargados y ligeramente rasgados se ocultaba una emoción que nadie más habría podido descifrar.
Sí, se casaría.
Pero convivir con aquella mujer...
eso jamás iba a suceder.
Al final del día, no era más que un contrato en papel.
Y a él, Leonel Muñoz, no le preocupaba pagar el precio de una decisión estratégica.
Porque él nunca perdía.
Silvina se sentó en la cama, abrazando sus rodillas, y comenzó a llorar en silencio...
Los golpes en la puerta de la abuela Muñoz interrumpieron el torbellino de sus pensamientos.
En ese momento, Silvina ya sabía perfectamente quién era aquella anciana y también quién era el hombre.
Con esa comprensión vino la calma; sabía bien lo que significaba el nombre Familiar Muñoz.
Si esa poderosa familia no quería al niño, ¿cómo podría ella, una mujer común, protegerse a sí misma y a su hijo?
Pero aquel bebé llevaba su sangre, era parte de ella. ¿Cómo podría simplemente renunciar a él?
Solo imaginarlo la llenaba de angustia.
La abuela Muñoz le sonrió con amabilidad.
—Soy la presidenta del Grupo Familiar Muñoz, la abuela de Leonel. ¿Cómo te llamas?
—Me llamo Silvina —respondió ella apresurada—. Señora presidenta, yo... yo no lo hice a propósito... yo realmente no sabía...
La abuela levantó suavemente el dedo índice, indicándole que guardara silencio.
Silvina la miró confundida, sin entender lo que pretendía.
Observando su rostro joven y su expresión nerviosa, una chispa de satisfacción cruzó los ojos de la abuela Muñoz.
—A estas alturas, lo mejor para todos es que te cases con Leonel —dijo con calma—. Si lo haces y das a luz al niño sin problemas, te aseguro que no te faltará nada.
Silvina tragó saliva.
—Señora presidenta… yo… ¿de verdad no hay otra opción?
La anciana la miró fijamente, sin pestañear.
—No para una mujer embarazada de un Muñoz.
Silvina bajó la cabeza, pensativa.
Ella quería contárselo todo a Wilson, quería suplicar una explicación... pero después de lo que había pasado, sabía que entre ellos no había forma de volver al pasado. Así que decidió callar. Era mejor no decirle nada.
Después de todo, ella y Wilson ya no podían volver atrás.
No tenía escapatoria.
Por pasar una sola noche en aquel hotel con Leonel, su abuela casi la había echado de casa.
Si se llegaba a saber que estaba embarazada, ella y su madre quedarían completamente arruinadas.
Sin hogar, sin trabajo, sin dinero… ¿cómo podría sacar a su madre de ese infierno familiar que las consumía poco a poco?
Apretó los dientes y murmuró:
—Está bien. Acepto casarme.
Cuando la abuela Muñoz se fue, Leonel volvió a entrar.
—Escucha bien —dijo con frialdad—: esto es solo un contrato. No esperes que te ame. Nunca.
Silvina lo sostuvo con la mirada, sin retroceder:
—Tranquilo. Yo tampoco pienso enamorarme de ti. Solo protegeré a mi hijo.
Leonel soltó una exhalación fría, casi un desprecio.
—Más te vale recordarlo.
Sin añadir nada más, se dio la vuelta y salió, cerrando la puerta de un golpe.
Silvina, aún temblando, miró a la asistente de la abuela Muñoz y preguntó en voz baja:
—¿Cuándo… cuándo podré volver al trabajo?
La asistente le dedicó una sonrisa cordial pero misteriosa:
—No tiene que preocuparse por eso. De hecho… ya hemos preparado un regalo para usted.
—¿Un regalo? —Silvina parpadeó, desconcertada.
Al día siguiente, todos en la oficina se quedaron paralizados de sorpresa cuando recibieron la notificación oficial:
Silvina quedaba ahora bajo la protección directa del presidente.







