Aeryn Hale pensaba que su vida era normal, al menos todo lo normal que puede ser trabajar como asistente para el CEO más temido de la ciudad: Lucien Virel, un hombre frío, magnético, millonario… y completamente fuera de su alcance. Pero desde que empezó a trabajar con él, Aeryn ha tenido sueños extraños: batallas bajo lunas rojas, promesas susurradas al oído por un amante al que nunca conoció, y una traición que termina siempre en sangre. Lo que Aeryn no sabe es que ha reencarnado… y que Lucien ha esperado más de cien años para volver a encontrarla. Lucien es un alfa lobo marcado por una maldición: no puede amar sin perder el control de su lado más salvaje. Aeryn, sin saberlo, lleva la sangre de una noble familia vampira, y ahora está comprometida con un ambicioso heredero que solo la quiere por el linaje que ella ni siquiera recuerda. Todo se complica cuando Aeryn descubre que está embarazada… y no sabe si el hijo que lleva dentro despertará la guerra o salvará a todos.
Leer másLa luna llena pendía alta en el cielo, teñida de un rojo oscuro y vibrante que parecía arder con un fuego interno. En un campo devastado por la guerra, las sombras bailaban entre los restos humeantes y los cuerpos caídos. El aire estaba cargado de un olor metálico, una mezcla insoportable de sangre fresca y tierra quemada.
Aeryn se arrodilló, temblando, con las manos ensangrentadas sobre la tierra helada. Frente a ella yacía un hombre, o lo que quedaba de él, con los ojos abiertos y brillantes, como si desearan hablarle a través de la muerte. Oírlo. Encontrarla.
—No me dejes… —susurró, una voz quebrada que retumbaba en su mente, como un eco eterno que nunca podía ignorar—. Te esperaré en cada vida… hasta que volvamos a encontrarnos.
El llanto de Aeryn cortó la noche, quebrando la pesadilla en mil fragmentos. Saltó en la cama, sudorosa, con el corazón golpeando en su pecho como un tambor de guerra. Sus manos temblaban mientras buscaban el borde de las sábanas, tratando de anclarse a la realidad que parecía escaparsele entre los dedos.
Miró el reloj al lado de la cama: 3:33 a.m.
Siempre la misma hora. Siempre la misma angustia.
Sus dedos rozaron la piel de su pecho y sintió una marca reciente, un arañazo sangrante que no recordaba haberse hecho. Su respiración era irregular, las lágrimas se negaban a dejarla en paz. ¿Era un sueño? ¿O un recuerdo? Algo que la estaba llamando desde muy lejos, desde otra vida, o tal vez, desde otra era.
Se vistió lentamente, tratando de calmar la tormenta que le ardía en el pecho. La luna sangrienta fuera de su ventana parecía recordarle que nada volvería a ser normal.
Al llegar a la oficina, la fría estructura de Virel Industries le pareció un castillo inexpugnable, lleno de sombras que no la dejaban respirar. Los tacones resonaban sobre el mármol pulido, un ritmo constante que trataba de mantener el control de sus propios nervios.
Desde que había aceptado el puesto de asistente personal de Lucien Virel, el CEO más joven y temido de toda la ciudad, su mundo había cambiado drásticamente.
Lucien era un enigma envuelto en elegancia y poder. Alto, de ojos grises como tormentas, con una presencia que llenaba la habitación incluso antes de que hablara. Y algo en él —algo que no podía explicar— hacía que sus sueños sangrantes se volvieran más reales.
Justo cuando cruzaba las puertas dobles hacia su oficina, el aire pareció cargarse. La puerta de cristal se abrió con un sonido sutil y allí estaba él, esperándola, con una expresión tan intensa que le atravesó el alma.
—Aeryn —dijo con voz profunda, suave, pero llena de un mandato indiscutible—. Cierra la puerta.
Ella obedeció sin dudar, sintiendo cómo el pulso le golpeaba con fuerza en las sienes.
—Hay algo que necesitas saber —comenzó Lucien, sus ojos fijos en los de ella—. Tus sueños. Lo que estás viviendo… no es casualidad.
Aeryn tragó saliva, incapaz de apartar la mirada de esos ojos que parecían leer cada pensamiento suyo.
—No entiendo —murmuró—. Son solo pesadillas, ¿no?
Lucien se acercó lentamente, y el espacio entre ellos se volvió eléctrico.
—No son pesadillas. Son recuerdos. Tu alma está atrapada entre dos tiempos, entre dos vidas. Y estoy aquí porque te he estado buscando durante siglos.
Un escalofrío recorrió su espalda. La incredulidad luchaba contra algo más profundo, un latido de verdad que dolía por dentro.
—¿Qué quieres decir con “buscando durante siglos”?
—Que no eres quien crees ser, Aeryn. —Su voz bajó, casi un susurro que la envolvió—. Eres la reencarnación de alguien que fue prometida a mí, pero que fue arrebatada por la oscuridad y la traición.
Ella parpadeó, su mente girando en círculos.
—¿Prometida? ¿Tú y yo?
Lucien asintió, sin apartar la mirada.
—Y esa no es la peor parte. Estás comprometida con otro hombre. Un vampiro. Caius Dravell. Él quiere poseer tu sangre por razones que aún no entiendes.
La cabeza de Aeryn daba vueltas. Todo parecía sacado de un cuento de terror, o una fantasía demasiado absurda para creer.
—¿Vampiros? ¿Hombres lobo? —murmuró, incrédula.
—Y no solo eso —Lucien le tomó la mano—. Estás embarazada.
El impacto la dejó paralizada. Un calor extraño le inundó el vientre.
—¿Embarazada? —preguntó, la voz temblando—. Pero yo… no podía…
—Es más que un embarazo. —Lucien apretó suavemente sus dedos—. Este niño puede cambiarlo todo. Es la llave para una profecía que puede traer la paz… o la destrucción.
Las lágrimas comenzaron a rodar por las mejillas de Aeryn mientras se sentaba, abrumada.
—¿Y qué se supone que haga? —susurró—. No entiendo nada. ¿Por qué yo? ¿Por qué ahora?
Lucien se arrodilló frente a ella, con la seriedad de un hombre que lleva siglos cargando un peso imposible.
—Porque el tiempo se acaba. Porque hay fuerzas que no entienden el amor, solo el poder. Porque si no recuerdas quién eres y por qué estás aquí, perderemos todo.
Un ruido en la puerta la hizo mirar hacia arriba. Alguien la observaba desde el umbral: una mujer de ojos negros y sonrisa enigmática, que parecía esconder secretos más oscuros que la noche misma.
—Ella te ayudará —dijo Lucien sin apartar la vista de Aeryn—. Pero no confíes en nadie completamente.
Esa mujer era Selene, la única persona capaz de traer los recuerdos de su vida pasada. O de destruir lo poco que quedaba de su cordura.
Esa noche, de regreso en su apartamento, Aeryn abrió una caja antigua que había encontrado esa misma mañana en su casillero, sin saber quién la había dejado allí.
Dentro, un medallón de plata, frío al tacto, con un grabado que reconoció de inmediato: una luna creciente atravesada por una daga.
Al tocarlo, un torrente de imágenes y emociones la invadió: la voz de un hombre que le susurraba promesas en un idioma olvidado, una guerra de razas sobrenaturales, la traición de alguien en quien confiaba y la sangre derramada en nombre de un amor que nunca pudo tener.
El llanto que soltó fue desesperado, lleno de todo el dolor que guardaba sin saberlo.
Y en ese momento, supo que su vida cambiaría para siempre.
Que el hombre de sus sueños, de sus pesadillas, la esperaba.
Y que el tiempo no estaba de su lado.
Elira despertó empapada en sudor. Las sábanas estaban revueltas a su alrededor, y su respiración era irregular, como si hubiese corrido kilómetros sin detenerse. En su pecho, el peso de un sueño que no podía recordar del todo la oprimía. Sabía que había estado allí... otra vez. Ese lugar blanco, sin cielo, sin suelo, solo voces, llanto y la silueta difusa de un niño.Giró su rostro hacia la cuna improvisada a un lado de la cama. Kaelen dormía profundamente, aunque su frente estaba levemente fruncida, como si incluso en sus sueños combatiera algo.—Mi amor… —murmuró Elira, acariciando con suavidad sus rizos oscuros. Era un bebé perfecto en apariencia, pero había momentos, instantes fugaces, en los que sus ojos se volvían demasiado profundos. Como si en su interior habitaran siglos de sabiduría y pena.Kael apareció en el umbral con el torso desnudo y una herida vendada en su hombro izquierdo. Sus ojos verdes brillaban con inquietud.—¿Tuviste otro sueño? —preguntó, acercándose.Elira a
Elian ya no era el mismo.Y aun así, seguía siendo suyo.Aeryn lo sostenía entre sus brazos mientras cantaba suavemente una melodía que su madre le entonaba cuando era niña. Una canción sin idioma, tejida con notas de luna y susurros de viento.El niño no lloraba.Pero escuchaba.Y aunque ya no recordaba por completo sus sueños, cada vez que Aeryn entonaba esa canción, sus deditos temblaban. Como si algo dentro de él —algo antiguo— despertara y murmurara:“Todavía estoy aquí.”Lucien los observaba desde la entrada del refugio subterráneo, una mano en el pecho, donde sentía que algo en su interior latía diferente. Algo se movía... como si un recuerdo, sellado desde antes de su nacimiento, quisiera liberarse.Durante los siguientes días, Elian comenzó a hacer cosas que ningún recién nacido debería ser capaz de hacer.—No camina. No habla del todo —dijo Aeryn en voz baja, mientras lo observaba frente a un símbolo tallado—. Pero lo reconstruye.El niño pasaba horas dibujando en el suelo c
Elian dormía.Y al dormir… viajaba.No como un niño. No como un soñador. Sino como un testigo. Sus sueños no eran fragmentos, sino ecos vivos.Lucien lo sostenía en brazos, moviéndose lentamente por el templo subterráneo que habían sellado en las profundidades de las Montañas Negras. Aeryn colocaba nuevos símbolos protectores en la roca, cada uno con sangre y luna.—Algo viene —dijo ella sin voltear—. No por aquí. Por dentro.Lucien lo supo de inmediato.—Elian está soñando con algo que no le pertenece.Esa noche, Elian tembló.El mundo alrededor comenzó a desfigurarse, aunque nadie se había dormido.Las paredes susurraban. El aire cambió.Y una grieta de sombra se abrió justo en el sueño de Elian.Del otro lado: Thalyen.Vestido de negro, ojos opacos, rodeado de símbolos flotantes en el aire, invocando el poder más peligroso que quedaba: el de los vínculos rotos.—Dormido… eres mío —susurró—. No te robaré. Te convenceré.Elian se vio a sí mismo parado en medio de una llanura ensangre
Elian dormía.Pero el mundo no.Desde que su primer llanto cruzó las Montañas Negras, algo se quebró en las fibras del mundo sobrenatural. Aquellos con sangre vieja comenzaron a sentir un eco vibrante bajo la piel. Y los que servían al Olvido… temblaron.Elian, el niño de luna y sangre, había nacido con recuerdos.Y los estaba soñando.Aeryn no se separó de él en ningún momento. Su pequeño cuerpo estaba tibio contra su pecho, pero su mente… era otra cosa.Incluso al dormir, Elian parecía escuchar.—A veces me mira como si supiera más que nosotros —susurró ella, mientras Lucien acariciaba su cabello desde detrás.—Y a veces llora sin hacer ruido —respondió él—. Como si recordara cosas que no debería.Elian tenía los ojos cerrados, pero su respiración no era la de un recién nacido agitado. Era lenta, profunda. Como quien ha meditado durante milenios.Lucien apoyó los labios en la frente del niño.—Tiene tu fuego —dijo con ternura.—Y tu sombra —respondió Aeryn, sonriendo sin sonreír del
El viento cortaba la piel como cuchillas heladas.Lucien caminaba al frente, cubriendo a Aeryn con su cuerpo, mientras el terreno se volvía más escarpado, más cruel, más ajeno a todo lo humano o sobrenatural. Las Montañas Negras se alzaban como dientes antiguos entre la niebla.Cada paso dolía.Cada respiración era un grito interno.Y Aeryn ya no solo luchaba contra el frío. Luchaba contra su propio cuerpo, que comenzaba a prepararse para dar vida.—Está cerca… —dijo ella, apoyando una mano en la roca húmeda—. Lo siento… lo veo en mis sueños, en mis huesos. Él quiere nacer aquí.Lucien la sostuvo con una ternura salvaje, su brazo envuelto firme alrededor de ella.—Estamos a punto de cruzar el último límite. Solo uno más.Ella lo miró.—¿Y si no lo logramos?Él no respondió con palabras.La besó en la frente… como si ese beso fuera un voto eterno.Cuando alcanzaron el paso final, la niebla se abrió… y apareció una figura.Alto. Inmóvil. Con una túnica plateada que parecía tejida con es
El cielo cambió.Primero fue una grieta imperceptible entre las nubes. Luego, un destello en lo alto, como si una estrella hubiese caído y no quisiera apagarse.Pero en los reinos ocultos, donde el tiempo y la memoria se doblan, el cambio fue inmediato.El Olvido despertó.No como una criatura, ni como una deidad… sino como una conciencia sin rostro. Un susurro multiplicado. Un lenguaje sin voz que se filtraba en las grietas del alma.Y su primer pensamiento fue claro:“El niño ha recordado.El mundo ha visto.Debo borrarlo.”Aeryn y Lucien despertaron dentro del templo, aún abrazados, el altar detrás de ellos consumido por cenizas brillantes. El aire era denso, saturado de energía antigua. La verdad se había liberado.Lucien fue el primero en notar la herida.No era profunda, pero ardía: un pequeño corte en su pecho, justo sobre la antigua marca lunar. No lo había hecho nadie allí. Fue el recuerdo mismo… grabándose de nuevo.—Nos marcó —dijo Aeryn, observando que ella también tenía u
Último capítulo