El templo respiraba.
No como un ser vivo, sino como un lugar que habĂa esperado durante siglos ser encontrado.
Las paredes susurraban, no en palabras, sino en ecos: voces antiguas, promesas rotas, risas olvidadas, y gritos que jamás fueron escuchados.
Aeryn y Lucien avanzaron lentamente, rodeados de pinturas murales grabadas a fuego en las paredes de obsidiana. Cada escena que veĂan desmentĂa siglos de odio.
—Mira esto —dijo Aeryn, señalando una imagen tallada: un vampiro enseñando a niños lobos a leer. Otra: una loba sanando a un herido con colmillos.
Lucien apretĂł la mandĂbula.
—Nos mintieron desde el principio. Hicieron que olvidáramos que alguna vez fuimos aliados. Familia.
—Lo que más temen no es la verdad… —susurró Aeryn, acariciando su vientre—. Es que la recordemos.
Llegaron al centro.
Un cĂrculo de piedra flotaba sobre el suelo, girando lentamente. En su nĂşcleo, un fragmento del recuerdo original: una imagen suspendida en luz, proyectando la Ăşltima reuniĂłn de Il’varen y los l