Aeryn despertĂł empapada en sudor, con el corazĂłn latiendo tan rĂĄpido que pensĂł que iba a desgarrĂĄrsele el pecho. El amanecer apenas rozaba los ventanales del refugio, y sin embargo, ya sentĂa que el dĂa pesaba como si arrastrara siglos.
HabĂa soñado otra vez.
Pero esta vez no era una pesadilla con el Cazador ni una visiĂłn del pasado.
Era su hijo.
Un niño de ojos dorados, cabello oscuro y voz profunda como la de Lucien⊠pero mayor, tal vez doce o trece años. Estaba parado frente a ella, en un bosque sumergido en cenizas, y la llamaba con ternura, aunque su rostro estaba cubierto por una tristeza insoportable.
âMadre âhabĂa dichoâ, por favor⊠no me olvides.
Luego el mundo comenzĂł a deshacerse. No a arder, ni a romperse. Simplemente⊠a desaparecer. Como si alguien borrara el cielo con una goma invisible. Aeryn gritaba, tratando de alcanzar a su hijo, pero Ă©l se desvanecĂa, volviĂ©ndose niebla entre sus dedos.
Lo Ășltimo que escuchĂł antes de despertar fue su voz, tan tenue que casi no exist