El aire estaba tenso en la sala del consejo. Aunque la estrategia había sido delineada la noche anterior, algo se sentía diferente aquella mañana. El cielo estaba encapotado, como si el mismo mundo presintiera que algo estaba a punto de quebrarse.
Eira caminaba junto a Aidan, con la mirada enfocada, los sentidos alerta. Había pasado gran parte de la madrugada revisando las antiguas marcas en su piel, aquellas que aparecían cada vez que la luna se alzaba teñida de sangre. Las runas no solo dolían, sino que ardían con una energía inquieta.
—¿Lo sientes también? —murmuró Aidan, deteniéndose un momento junto a ella antes de entrar al salón del consejo.
—Sí —respondió sin rodeos—. Hay algo... algo que se mueve entre nosotros.
Cuando cruzaron el umbral, la conversación se apagó. Los líderes de las distintas casas los observaron con gravedad, y por primera vez desde que habían empezado a reunir aliados, Eira sintió que algunos de esos rostros no eran completamente sinceros.
El anciano Dael,