Mía siempre fue invisible para su manada: pequeña, sin su loba, huérfana e hija de nadie. Pero todo cambia la noche en que la luna la elige... y su transformación desata una guerra. Logan, el temido alfa de la manada tormenta, llega sediento de venganza por la muerte de su Luna, pero encuentra algo inesperado: el vínculo con una loba que no debía ser suya. Ahora, dos alfas están dispuestos a destruirlo todo por ella. Porque Mía ya no es solo una omega. Ahora... es la Luna que todos desean.
Leer másEl bosque rugía con el viento como si presintiera la tragedia que se avecinaba. El aroma del pino húmedo apenas lograba ocultar el olor a sangre, el hedor de la traición.
Aria Blake, la Luna del clan Tormenta, corría entre la maleza, con las patas traseras temblando, el flanco derecho sangrando profusamente por una herida profunda. Su lobo interior aullaba, no de miedo… sino de furia.
—Logan… —gimió en su mente, rogando al vínculo que los unía que él la escuchara.
Sus zarpas chocaban contra el suelo mojado, salpicando barro y hojas. Las sombras la perseguían, más rápidas, más numerosas.
Los hombres de Owen Harris, el despiadado Alfa del clan Colmillo, la habían emboscado al salir de la antigua frontera del bosque prohibido.
Todo fue una trampa.
Aria había seguido un rastro extraño, una esencia conocida. Había pensado que era uno de los suyos. Pero era una mentira. Y ahora, los cazadores estaban cerca.
Un gruñido gutural se elevó tras ella. Aria se giró en el aire, transformándose en medio salto: su cuerpo humano surgió desnudo, bañado en barro y sangre. Se estrelló contra el suelo, rodó, y con un grito de furia se incorporó, los ojos dorados ardiendo.
Dos lobos enemigos emergieron entre los árboles, los colmillos descubiertos. Aria estiró su brazo y activó el brazalete de plata en su muñeca: una daga emergió. La sostuvo con firmeza, jadeando.
—Vamos entonces... —escupió, con voz rota, pero firme.
El primero saltó. Ella se agachó y giró sobre sí misma, clavándole la daga en el cuello. La sangre salpicó su rostro. El segundo lobo embistió. Aria cayó con él, rodando entre la maleza, sus uñas alargadas rasgando carne, pero no a tiempo, los colmillos de la bestia alcanzaron su costado izquierdo. El dolor fue agudo, como fuego líquido.
—¡LOGAN! —gritó su mente desesperadamente, su conexión vibrando en el aire.
Muy lejos, en la torre de vigilancia de la manada tormenta, el Alfa Logan Evans sintió el grito atravesarle el pecho como un cuchillo. Se levantó de golpe, los ojos dorados brillando con furia.
—¡Es Aria! —rugió—. ¡Está bajo ataque!
Saltó desde la barandilla de piedra, transformándose en el aire. Su lobo era negro como la noche, masivo, veloz. La tierra tembló bajo sus patas. Cada aullido que ella enviaba a través del vínculo lo empujaba a correr más rápido.
Pero no sería suficiente.
Aria, ensangrentada, volvió a su forma de loba y huyó. El bosque se cerraba a su alrededor. Su respiración era errática, su cuerpo ya no respondía. Escapó por un acantilado, se deslizó por la pendiente hasta el río.
Y ahí estaba él.
Owen Harris.
No como lobo, sino en su forma humana: alto, musculoso, cubierto de cicatrices. Los ojos rojos como brasas encendidas.
—Qué lástima… una Luna tan hermosa, tan feroz —dijo, caminando hacia ella con una sonrisa torcida—. Merecías algo mejor que morir aquí, sola. Pero sabes que no puedo permitir que vivas. Eres el alma del tormenta. Sin ti… Logan se romperá.
Aria gruñó, retrocediendo. Intentó transformarse, pero el dolor la detuvo.
—¿Vas a luchar? ¿Así, herida, rota? —preguntó Owen, divertido.
Ella no respondió con palabras. Saltó sobre él, con lo último que le quedaba. Cuchillo en mano, clavó el acero en el hombro del Alfa enemigo, pero no fue suficiente. Owen rugió, la sujetó del cuello y la estrelló contra el suelo.
—Valiente, hasta el final —dijo con una sonrisa triste.
Ella escupió sangre en su rostro. Owen gruñó... y con un movimiento certero, le atravesó el abdomen con su propia daga.
La Luna gimió, sus ojos se abrieron como si acabaran de ver el cielo por primera vez. El mundo se volvió lento.
El dolor era silencioso. Las hojas crujían suavemente. El sol se filtraba por entre las ramas. Todo parecía tan lejano…
—Lo...gan... —susurró.
Y fue entonces cuando él llegó.
El suelo retumbó con fuerza. Un lobo negro como la noche emergió de los árboles con un rugido que hizo temblar la tierra. Se lanzó sobre Owen con una furia salvaje. Ambos rodaron por el suelo, luchando cuerpo a cuerpo, colmillo contra colmillo, garras contra músculo.
Owen, aún en forma humana, recibió las embestidas sin retroceder. Con fuerza sobrenatural lo empujó y lo lanzó contra un árbol. Logan se sacudió y volvió a la carga.
Pero ya era tarde.
Aria yacía en el suelo, los ojos abiertos, la piel cubierta de barro y sangre. Aún respiraba. Apenas.
Logan rugió, derribó a Owen y lo mordió en el hombro. Estuvo a punto de matarlo, pero el Alfa enemigo escapó en medio del caos, sangrando, riendo.
Logan corrió hacia ella, transformándose a medio camino.
—No... no, por favor no —susurró, arrodillándose junto a su Luna.
—Tardaste —dijo Aria, sonriendo con la boca ensangrentada.
—Shhh… No hables. Te llevaré a casa.
—No hay casa sin ti, pero… ya no siento las piernas, Logan —sollozó.
Él apretó los dientes, tragándose el dolor.
—No vas a morir. Eres mía. ¡Mi Luna! ¡No puedes dejarme!
Aria lo miró, y sus ojos brillaron por última vez.
—Eres el lobo que siempre soñé… Cuida de nuestra manada. Promételo.
—Te lo juro. Por la Luna y las estrellas. Pero no me dejes.
Aria alzó una mano temblorosa y tocó su rostro.
—Entonces... no llores.
Y exhaló por última vez.
El aullido de Logan rasgó el bosque como una herida abierta, tan profunda, tan desgarradora, que incluso las aves en lo alto callaron. Su lobo se alzó, levantando la cabeza al cielo, aullando por su compañera, por su corazón… por su pérdida.
El vínculo se rompió con un chasquido, silencioso.
La Luna del clan tormenta había caído.
La noche en la manada Tormenta estaba cargada de tensión. Desde la frontera, los lobos patrullaban en silencio, olfateando el aire cada pocos pasos, sabiendo que la furia de Owen era un huracán contenido que pronto los arrasaría. Logan se encontraba en el centro del salón principal, rodeado por su consejo de guerra, con Jacop a su derecha y Zoe más atrás, atenta a cada palabra con sus ojos fríos.—Preparen la defensa en la frontera este y sur —ordenó Logan con su voz profunda y ronca, todavía con el dolor latiendo en su pecho por Aria, y la inquietud de Mia clavada como espina en su conciencia—. Que los vigías se turnen cada dos horas. No podemos permitir un ataque sorpresa.Su lobo negro caminaba inquieto dentro de él, gruñendo por la ausencia de su nueva Luna. La necesitaba. Su vínculo crecía poco a poco, aún sin haberla marcado. Cada respiración se le hacía más difícil sin ella.Jacop miraba el mapa con el ceño fruncido, la herida en su brazo aún vendada desde la última pelea. Su c
Owen giró sobre sus talones y caminó hacia su escritorio de roble, con los ojos grises encendidos de furia. Sus pasos retumbaban en el gran salón como truenos contenidos. De un manotazo, tiró los mapas, las copas y las botellas de licor que había sobre la superficie. Todo cayó al suelo con brusquedad, el cristal se rompió en mil pedazos, esparciéndose como estrellas caídas en la piedra fría.Su pecho subía y bajaba con violencia. El lobo gris rugía dentro de él, empujándolo a la locura. Nadie se atrevía a moverse, pero su beta, Juan, dio un paso adelante con cautela, intentando usar la voz de la razón.—Alfa… no podemos hacer esto. No podemos arriesgar a toda la manada por una… Omega.El silencio que siguió fue mortal. Owen alzó la mirada lentamente, sus ojos completamente teñidos de gris, sin rastro de humanidad. Un gruñido bajo retumbó en su pecho y, sin previo aviso, su cuerpo se sacudió con violencia. Su ropa estalló en jirones cuando su lobo emergió.Era enorme, con un pelaje gri
La oscuridad era espesa y húmeda, y el aire en el calabozo olía a hierro, a tierra mojada y a desesperanza. Mía abrió los ojos con dificultad, un dolor punzante cruzó su pecho mientras su corazón latía desbocado. Cada fibra de su cuerpo temblaba. Estaba tendida sobre el suelo frío, desnuda, con el cuerpo cubierto de suciedad y moretones. Su piel quemaba en ciertos puntos, y no fue hasta que intentó moverse que lo sintió: grilletes de plata rodeaban sus tobillos y sus muñecas.Un grito ahogado se escapó de sus labios cuando la plata tocó de nuevo su piel con el más leve intento de levantarse. El metal ardía como fuego líquido, y sus piernas flaquearon. Cayó de rodillas con un gemido, respirando con dificultad mientras sus ojos recorrían el calabozo de piedra. Estaba sola, encerrada en una celda iluminada apenas por una antorcha titilante al otro lado de los barrotes.Su cuerpo estaba cubierto por las marcas de su transformación. Era como si su piel recordara cada instante de aquella
La luna colgaba alta, pálida y testigo silencioso del caos. Los árboles crujían por la brisa que precedía a la tormenta, y el bosque entero parecía respirar con violencia contenida.Owen el lobo gris jadeaba en el centro del bosque, la sangre brotando de una herida en su costado. Sus patas temblaban levemente, no de miedo, sino de rabia contenida. El barro se adhería a su pelaje espeso. Cada músculo de su cuerpo estaba en tensión.Owen alzó la vista. Sus ojos grises, apagados por un segundo, ardieron cuando vio lo que ya no podía alcanzar.La loba blanca. Su loba. La había sentido por primera vez tan cerca, tan suya, que su lobo interior había rugido con fuerza dentro de él, reconociéndola. Era un vínculo sagrado. El hilo que sólo los verdaderos compañeros podían sentir.Y ahora… ella se alejaba. Se la llevaban. Tres lobos del Clan Tormenta la arrastraban entre los árboles, su cuerpo aún inconsciente por la transformación. Su pelaje blanco desapareció entre la maleza como un destello
La luna se alzaba alta y brillante sobre el bosque, bañando la tierra en una luz plateada que parecía arder sobre la piel. Mia no sabía por qué su corazón latía tan rápido, por qué sus piernas temblaban como si fueran presionadas por una fuerza que no era suya. Llevaba semanas sintiéndose extraña, como si algo dentro de ella estuviera a punto de romperse, de liberarse, de nacer.Su pecho subía y bajaba con dificultad mientras cruzaba el claro. El viento traía aromas nuevos, salvajes, antiguos. Su piel ardía, sus ojos estaban secos. Había dejado atrás la pequeña casa que compartía con Luca, su hermano mayor, sin avisarle. Necesitaba correr. Necesitaba respirar.Al otro lado del bosque, en la frontera norte, Logan observaba el mapa extendido sobre la mesa de guerra. Sus hombres lo rodeaban, atentos a sus órdenes. Los ojos del Alfa destellaban con furia contenida.—Esta noche —dijo con voz baja pero firme— vamos a tomar represalias. Aria era nuestra Luna, y su muerte no quedará impune.
El sol comenzaba a ocultarse tras las montañas, tiñendo de ámbar los cielos sobre el territorio de la manada Colmillo. Mia caminaba con paso firme por el sendero que conectaba el bosque con su casa. Aunque su estatura y complexión pequeña hacían que muchos la subestimaran, en su interior ardía una llama que la hacía diferente. A pesar de que aún no se había transformado ni había sentido a su loba, se mostraba fuerte, audaz y decidida, con una valentía que nadie parecía notar. Ella sabía en el fondo lo que valía.Iba distraída, con la mochila colgando de un solo hombro, mientras tarareaba algo en su mente, cuando tropezó con algo sólido... bueno más bien, con alguien.—Lo siento —dijo rápidamente al levantar la vista—. No me fijé por donde caminaba.Delante de ella, alto, cubierto de tierra, con restos de sangre seca en sus ropas y en su cuello, se alzaba Owen, el temido alfa de la manada Colmillo. Sus ojos, oscuros como la noche, la miraron sin expresión aparente. Él acababa de regre
Último capítulo