La luna colgaba alta, translĂșcida, envuelta en un manto tenue de nubes que no lograban del todo ocultar su luz. En el claro sagrado del bosque, el silencio era casi reverente. Cada hoja parecĂa contener el aliento, cada criatura oculta entre la espesura mantenĂa el sigilo. Era la noche de la ceremonia. La despedida, o tal vez, el primer acto de una confrontaciĂłn inevitable.
Eira habĂa pasado horas en soledad, recogiendo los elementos que marcarĂan el rito. No era una ceremonia tradicional. No existĂa ningĂșn manual para despedirse de un alma que habĂa sido parte de su dolor, su crecimiento, su verdad y su condena. La maldiciĂłn seguĂa vibrando bajo su piel como una serpiente inquieta, pero aquella noche no se trataba de eso. Se trataba de cerrar un ciclo. De mirarse a los ojos sin mĂĄscaras.
Aidan llegĂł sin hacer ruido. Su andar, aunque firme, carecĂa del Ămpetu que lo caracterizaba. VestĂa con ropajes ceremoniales simples, como los antiguos guardianes del bosque: lino oscuro, una faja d