La luna llena pendía alta en el cielo, teñida de un rojo oscuro y vibrante que parecía arder con un fuego interno. En un campo devastado por la guerra, las sombras bailaban entre los restos humeantes y los cuerpos caídos. El aire estaba cargado de un olor metálico, una mezcla insoportable de sangre fresca y tierra quemada.Aeryn se arrodilló, temblando, con las manos ensangrentadas sobre la tierra helada. Frente a ella yacía un hombre, o lo que quedaba de él, con los ojos abiertos y brillantes, como si desearan hablarle a través de la muerte. Oírlo. Encontrarla.—No me dejes… —susurró, una voz quebrada que retumbaba en su mente, como un eco eterno que nunca podía ignorar—. Te esperaré en cada vida… hasta que volvamos a encontrarnos.El llanto de Aeryn cortó la noche, quebrando la pesadilla en mil fragmentos. Saltó en la cama, sudorosa, con el corazón golpeando en su pecho como un tambor de guerra. Sus manos temblaban mientras buscaban el borde de las sábanas, tratando de anclarse a la
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