Cuando su madre enferma gravemente, Analisse una joven sencilla y trabajadora, acepta convertirse en madre subrogada para una poderosa familia a cambio de una gran suma de dinero. Pero lo que no esperaba era que el padre biológico del bebé —y jefe de la empresa que controla todo— fuera Leonard Blackwell, un CEO frío, arrogante y controlador, conocido por no involucrarse emocionalmente con nadie, dueño de una de las más grandes fragancias del pais Leonard solo aceptó tener un heredero para mantener el control de su empresa y satisfacer las cláusulas del testamento que le dejo su padre. No le interesa la mujer que llevará a su hijo en el vientre. Pero a medida que el embarazo avanza y Analisse comienza a tener complicaciones, Leonard se ve obligado a involucrarse más de lo que esperaba. Incluso casarse con ella para poder heredar la herencia de su abuelo y su padre. Una inesperada cercanía, lo hara cambiar de opinión. Leonard empieza a descubrir que bajo la fachada de Analisse hay una mujer que desafía su lógica y lo obliga a enfrentarse a sus propios traumas del pasado. Mientras tanto, Analisse lucha con sus emociones y con el lazo que empieza a formar con el bebé… y tal vez, con el padre también.
Ler maisLeonard
Escuchaba a mi madre con la misma atención que se le presta a un zumbido molesto. Su voz reverberaba en el salón con esa autoridad fingida que tanto detesto. Decía que para heredar la fortuna de mi padre y abuelos debía cumplir dos requisitos: tener un heredero y conseguir una esposa. Absurdo. Una farsa patética digna de una telenovela barata.
Me puse de pie, ajusté mi saco Armani con elegancia medida y miré a cada uno de los presentes con frialdad: a mi madre, a sus inútiles hermanos, y al estúpido nuevo esposo que se atrevía a ocupar el lugar de mi padre.
—¿Y por qué demonios me estás dando hasta ahora el dictamen del testamento? —repliqué, mordaz, sin molestia de disimular mi desdén.
Mi madre, tan arrogante como siempre, se acercó y dejó los papeles sobre mi escritorio sin parpadear.
—Cumples con lo estipulado… o ya sabes qué hacer, querido hijo. Tu hermano se hará cargo si decides no cumplir. Lamento informarte que no pienso dejar lo que es mío en manos de nadie más. Tu padre te dejó la empresa… pero también dejó órdenes claras.
Levanté una ceja. Nada que no supiera. Yo ya dirigía el imperio antes de que mi padre muriera. Él solo firmó lo evidente.
—Tienes un video póstumo. Léelo. Míralo. Escúchalo. Luego hablamos —dijo con esa voz seca, casi burlona. Y sin más, se marchó con los demás.
El silencio me dejó solo con mi rabia.
Golpeé la mesa con el puño, haciendo vibrar el escritorio.
¿Buscar una esposa? ¿Un heredero? Jamás.
Hubo un tiempo, hace años, en que me permití sentir. Me enamoré. De verdad. Pero esa versión débil de mí murió con el paso de los años. Hoy soy Leonard . No amo. No siento. Y no me dejo engañar.
Tomé el intercomunicador.
—Lísandra ven ahora.
Mi secretaria entró al instante, discreta y obediente.
—¿Qué hay para hoy?
—Nada importante, señor. Solo la visita al área de procesadoras. Llegaron nuevos colaboradores, entre ellos una chica... aunque tiene alergia.
Fruncí el ceño.
—¿Quién demonios pide trabajo en una empresa de perfumes si es alérgica?
—Está en la sala de etiquetas.
—Pues iré a verla.
Me levanté y salí con paso firme, con Lísabdra entregándome la tableta con la información. Necesitaba cinco personas en el área de preparación de esencias. Las demás estaban de sobra. Tenía que cortar la maleza.
Entré a la sala. Las empleadas se levantaron en cuanto me vieron.
—Buenos días —saludaron al unísono, temerosas.
Pasé mi mirada por cada una, como quien inspecciona mercancía.
—¿Quiénes son las cinco nuevas?
Una a una se presentaron.
— Hola señor, mucho gusto mi nombre es Lourdes Ocompos.
—El mio Catalina Mena.
Asenti y luego observé a la otra chica que tenia un tapa bocas.
—Hola, mi nombre es Analisse Carter, mucho gusto.
—Muy bien, las siguientes.
— Mi nombre es Judith Mauricio.
—Y el mio es Dinora Pereira.
La última lo dijo coqueteando. Patético.
—Aquí hay demasiadas. Necesito 2 en la sala de preparación, Lourdes y Analisse.
—Discúlpeme, señor. Yo no podría, soy alérgica al químico de la preparación.
Me acerqué a ella. Su postura temblorosa me fastidiaba.
—¿Sabías que aquí las órdenes las doy yo? ¿Y que si tienes alergia no puedes trabajar en mi empresa? Por otro lado, porque tienes ese tapa boca, sabias que es falta de respeto hablarme a mi con eso puesto.
—Lo lamento, señor… pero por otro lado, pedí que me trasladaran solo a etiquetas…en mi curiculum lo decía.
—Si eres alérgica, ¿por qué demonios vienes a pedir trabajo en una empresa de perfumería?
Apretó los puños. Cerró los ojos un segundo. Intentó hablar, pero la corté.
—Vas al área de perfumería a distinguir aromas… o estás despedida. Es una orden.
Me giré sin esperar respuesta.
—Las demás, sigan trabajando. Mis órdenes se cumplen o se van.
—Señor, discúlpeme… —intentó decir otra vez.
—¿Estás discutiendo? Agarra tu bolso y lárgate. Recoge tu pago y desaparece.
Las otras rieron por lo bajo. Me acerqué y las fulminé con la mirada.
—Aquí nadie las mandó a reírse. ¿Quieren conservar el empleo? Entonces trabajen como se espera.
—Me quedaré, señor. Necesito el trabajo — finalmente acepto la tal Alanisse
—Muy bien. Retírense hacia el área de procesadora.
Salí del lugar con paso elegante, dejando claro quién mandaba.
—No vuelvas a contratar gente enferma —le dije a Lísandra.
—Señor, fue usted quien aprobó los currículos.
—¿Yo? No recuerdo haberlo hecho.
Me encogí de hombros entrando a mi despacho. Encendí la computadora. Busqué a la chica llamada Analisse Carter. Leo detalladamente, y si esta confirmada que tiene alejaría a los químicos que se utiliza para el proceso.
—¿Por qué viniste aquí si no puedes oler un maldito perfume? —mascullé. Cerré la laptop con fastidio.
Mi móvil vibró. Un mensaje. Leticia.
Fruncí los labios. Ella no sería buena madre. Solo sirve para las noches vacías. ¿Qué se supone que debía hacer para tener un heredero sin arruinarme la vida casándome?
—Señor, Vincenzo solicita verlo —anunció Lísandra.
—Hazlo pasar.
Mi primo entró, siempre con su estúpido aire de modelo europeo.
—Hola, Leonard. ¿Cómo estás?
—Bien. ¿Qué quieres?
—Escuché lo del testamento… ¿qué harás?
—¿Vienes a darme consejos?
—Primo, primo… ¿por qué no contratas una madre de alquiler?
—¿Qué dijiste?
—Una mujer. Que no ames. La embarazas. Tiene tu hijo. Te lo quedas. Y listo.
Lo miré con asco.
—¿Crees que existe una mujer que solo se preste para eso?
—Sí, y muchas. Te daré unos tips.
—No quiero hacer eso.
—¿Y Leticia?
—Leticia no es material de madre. Solo sirve para otras cosas —dije sin pensarlo.
—Tú no crees que ninguna mujer lo es…
—Porque ninguna lo es. No para mí.
—Son tus modos, primo. Eres tan frío que ni el sol te derrite.
—Dame tus malditos tips. Quizás me sirvan.
Vincenzo sonrió, orgulloso. Sacó su tableta y empezó a mostrarme lo que significaba tener una madre de alquiler.
Quizás tenía razón. No me interesa el amor, ni el compromiso, ni el sentimentalismo barato. Pero un heredero…
Un heredero sí.
***
Encendí un cigarro. La conversación con Vincenzo me había dejado más irritado de lo que ya estaba. Odio que crean tener soluciones para mi vida, como si pudiera confiarle el futuro de mi legado a una mujer cualquiera solo por su capacidad biológica de engendrar. Estupideces. Debo buscar una mujer, bonito, con cualidades y sobre todo que no tenga ningún tipo de enfermedad.
Me puse de pie, ajusté mi saco y salí sin decir nada. El ruido de mis zapatos golpeando el mármol del pasillo fue suficiente para que los empleados supieran que debía abrirse paso. Así siempre ha sido. El silencio de mi presencia impone más que cualquier grito.
—Señor Leonard—mi secretaria caminó a mi lado mientras bajábamos por el ascensor privado—, ya están todos en la tienda principal. Le esperan en la sección de fragancias de alta gama.
—Perfecto. Espero que no me hayan traído más incompetentes —repliqué sin mirarla.
Ella tragó saliva, como siempre hacía cuando percibía mi mal humor. No es que me importara, pero al menos sabía su lugar.
Al llegar al showroom, el espacio brillaba como debía: mármol blanco, vitrinas de cristal pulido, frascos de perfume iluminados como si fueran joyas. La élite en esencias. Las mejores narices del país habían creado cada uno de esos aromas. Y todos, absolutamente todos, llevaban mi firma.
Los diseñadores, asistentes y gerentes estaban reunidos. Saludaron con una reverencia apenas perceptible. No dije palabra.
—Empecemos —ordené, tomando asiento en la silla de director frente a la larga mesa de cristal.
Uno de los encargados, nervioso, se acercó con una bandeja de muestras.
—Este es el nuevo aroma inspirado en las flores de oriente, con un fondo amaderado…
—¿Inspirado? —lo interrumpí con desdén—. No necesito inspiración. Necesito perfección. Si quisiera flores, me iría a un jardín.
El hombre titubeó, tragó saliva y retrocedió sin protestar. El siguiente perfume fue presentado por una mujer rubia, joven, con voz segura. Al menos tenía carácter.
—Este es Obsidiana Nocturna, con notas de tabaco, cuero y almizcle. Un aroma para hombres dominantes, sin escrúpulos.
Levanté una ceja. ¿Dominantes? Me incliné hacia la muestra, rocié un poco en el papel y lo olí. No era malo. En realidad… era excelente.
—Este podría tener potencial —dije, sin felicitarla—. Regístrenlo y mándenlo a revisión sensorial internacional. Quiero cifras, no aplausos.
La chica sonrió, pensando que eso era un cumplido. Pobres ilusos.
Volví a tomar asiento mientras los demás seguían hablando de campañas, estrategias, embajadoras de marca, colaboraciones… Tonterías que me cansaban, pero necesarias.
Y entonces la vi.
Analisse Carter
Estaba en la esquina, cerca de las vitrinas. No debía estar ahí, porque, no estaba en el laboratorio, la muy insolente se había atrevido a no seguir mis ordenes. Observaba los frascos como si realmente supiera lo que hacía. Ni siquiera había cumplido con mi orden.
Me puse de pie, caminé hacia ella mientras con una señal indique que siguieran los demás. Todos me conocen demasiado bien para interrumpirme.
—¿Te gusta este aroma? —pregunté seco, sin mirar el frasco, solo a ella.
Ella se sobresaltó, su rostro se tensó. Tragó saliva.
—Es… interesante, señor. Tiene un fondo dulce al final que no esperaba.
—¿Dulce? —me burlé—. Este perfume tiene notas de oud y ámbar negro. No hay dulzura en él. Como tampoco la hay en esta empresa, te di una orden, que haces aquí.
Ella bajó la mirada, avergonzada, pero no dijo nada. Volvió a mirarme, y por un instante, noté algo en sus ojos. Orgullo. Y eso me incomodó más que su presencia misma.
—Lo siento es que una de las chicas mando a qué tomara fotos a estos que están en la vitrina.
—Debí despedirte esta mañana —le dije con frialdad—. Pero quiero ver hasta dónde llega tu resistencia. Ve a la sala de preparación. Ahora. Y si tienes un ataque por tu “alergia”, simplemente no vuelvas.
Ella asintió y se alejó, sin decir una palabra más. Exactamente como debe ser.
LeonardYa habíamos llegado a la mansión. Eran las diez de la noche y el cansancio nos caía encima. Analisse caminaba con los pies arrastrados, agotada, casi sin fuerzas. La ayudé a subir al cuarto y, apenas entramos, se dejó caer sobre la cama.—Estás muy cansada —le dije acariciando su rostro—. ¿Quieres cenar algo?—No... No quiero cenar nada —respondió apenas en un susurro—. Solo quiero acostarme.—Entonces acostémonos —le propuse con una sonrisa suave, y me recosté a su lado.Nos quedamos abrazados, en silencio, dejando que el ritmo de nuestras respiraciones nos arrullara. La sentí relajarse poco a poco hasta que noté que se había quedado profundamente dormida. La besé suavemente en la frente y me levanté con cuidado, sin despertarla.Entre a mi habitación, y le pedí a Paul, un té de manzanilla bien cargado, mientras esperaba prendí la televisión y busco algún anime que me distrajera, sin embargo, no había nada que llamara mi atención, pero de repente me acordé que tenía que abrir
AnalisseCon el rostro encendido por la vergüenza, acepté la propuesta de Leonard. Era una mezcla de nervios, sorpresa y una profunda felicidad. En ese momento, lo único que deseaba era ser feliz con él.—No puedo creer que hayas hecho todo esto, Leonard… —le dije con la voz entrecortada por la emoción.Él me miró con esa ternura que aún me cuesta creer que sea real.—Lo hice para complacerte, para demostrarte cuánto te amo y que realmente quiero pasar el resto de mis días a tu lado —me respondió, tomándome las manos con firmeza—. Una boda real, Analisse. Una boda que valga la pena, con declaraciones sinceras, no como la que tuvimos antes.Me acerqué a él sin pensarlo y lo besé suavemente en los labios. A nuestro alrededor, los demás comenzaron a bailar, pero yo solo podía mirar hacia el cielo estrellado, adornado por una aurora que parecía prometer nuevas oportunidades, como un susurro del destino diciéndome que esta vez todo estaría bien.La verdad es que jamás imaginé que este homb
LeonardFinalmente habíamos llegado. La embarcación quedó anclada mientras los turistas bajaban emocionados, listos para explorar aquel lugar de ensueño. La isla llamada Aurora, un paraíso escondido con un enorme río cristalino que la atravesaba como si fuera una joya líquida. La gente venía aquí para nadar, surfear o simplemente admirar la belleza natural del entorno. Podías ver hasta el fondo del agua con total claridad. Por suerte, no había tiburones, si no, estoy seguro de que nadie se atrevería a lanzarse. Pero lo que sí abundaba eran ballenas, focas y otras criaturas marinas hermosas que parecían sacadas de un documental.—¿Te gusta este lugar, Analisse? —le pregunté, observando su rostro fascinado.—Es un lugar tremendo… no lo puedo creer —dijo, con los ojos bien abiertos—. Desde el barco se veía tan pequeño, pero ahora… es inmenso. Y hay de todo aquí.—¿Sabías que aquí la gente casi no duerme? —le dije con una sonrisa.—¿Qué? ¿Por qué?—Porque aquí casi no anochece. A las onc
LeonardDespués de aquel baile bajo la luz de la luna, la tomé de la mano y entramos a la habitación. El ambiente era acogedor, cálido… como si nos invitara a olvidarnos del mundo y solo existir el uno para el otro. Comenzamos a desnudarnos lentamente. No podía apartar mis ojos de ella. Deseaba hacerle el amor sin descanso, aunque sabía que no podíamos exigirle tanto a su cuerpo, especialmente en su estado. Pero el deseo me ardía en la piel. No podía resistirme más.—Analisse, muero por hacerte cosas — declare haciendo un guiño.—¿Entonces qué esperas? —susurró con timidez, mordiéndose el labio inferior.Me acerqué a ella, sin dejar de mirarla, y empecé a besar con suavidad su hombro desnudo, sintiendo el calor que irradiaba su piel. Mis labios descendieron hasta sus pechos hinchados, que me volvían loco con solo rozarlos. Ella, con rapidez, deslizó sus manos por mi cuello y me quitó la pajarita. Luego, con torpeza dulce, desabotonó mi camisa hasta dejar mi torso al descubierto. Pront
AnalisseEra tan increíble, tan mágico, que parecía un sueño… como esos cuentos de hadas que leía de niña. Estar aquí, en este inmenso barco de lujo, rodeada de personas elegantes y adineradas, me hacía sentir como una princesa cumpliendo su más anhelado deseo. Solo espero que esto sea real que no sea una ilusión de mi mente.Me apoyé en la barandilla del crucero, observando el mar con atención. El viento helado acariciaba mi rostro, colándose entre mi ropa, calándome hasta los huesos… pero no me importaba. Estaba en paz. Estaba feliz.A lo lejos vi a Vicenzo conversando animadamente con un chico, mientras Leonard se mantenía un poco apartado, observando el entorno con atención. Se acercó sin decir palabra y me dio un beso suave en la espalda, al tiempo que tomaba fotografías del paisaje. Sentí una oleada de calma, de alegría. Todo se sentía tan correcto, tan perfecto. Llevé mis manos a mi vientre y lo acaricié con ternura. Estaba segura de que mi bebé también podía sentirlo… esa vibr
LeonardMi madre seguía molesta incluso cuando firmé los papeles de la herencia. Lo noté en su rostro, en su silencio forzado y en la forma en que evitaba mirarme directamente. Sé que esperaba recibir un porcentaje mayor. Aunque logró quedarse con un 20%, sigue sintiéndose derrotada porque yo recibí el resto. Esta vez no pienso dejarla ganar.Firmé los documentos frente al abogado, y cuando me entregó el portafolio con mi parte, no pude evitar reírme. Me giré hacia ella y le dije con ironía:—Bien, me alegro que al menos te quedaras con el 20%… por haber puesto ese maldito video. Sin embargo, la herencia de mi padre… dudo mucho que logres quedarte con ella. Porque yo me quedaré con todoMis palabras resonaron con fuerza en la sala. Mi madre palideció y me lanzó una mirada cargada de rabia y orgullo herido. Algunos de mis tíos y cuñados se miraron entre ellos, escandalizados.— Eres un inepto ¿Cómo puede un hijo hablar así de su propia madre?Pero yo, sin inmutarme, le respondí:—Y yo
Último capítulo