Analisse
Mientras caminaba rumbo a la empresa, tras bajar del metro, decidí detenerme en un pequeño cafetín a comprarme unos panecillos dulces y un café. Me sentía desanimada, vacía… ni siquiera sabía qué hacer ahora. Mamá había recibido las noticias y, aunque sonrió con ternura y acarició mi cabeza antes de entrar a su habitación, yo sabía que se encerró a llorar, a liberar ese dolor que la carcomía por dentro. Pobrecita.
Tengo que hacer todo lo posible para que al menos pueda acceder a un tratamiento. Le propuse ir al hospital, pero ella solo me respondió con dulzura:
—No te preocupes, hija. Ve al trabajo, yo veré qué hacemos después.
No puedo perder más tiempo, pero tampoco puedo darme el lujo de dejar este trabajo. Lo necesito. Si lo dejo, no podré pagar las quimioterapias ni los tratamientos… Por lo menos quiero esperar a que llegue la quincena para sacar adelante ese tratamiento. Esta tarde la acompañaré a un hospital privado, uno donde el doctor Julio me asignó una cita. Tal vez, con una recomendación suya, puedan hacernos algún descuento.
Suspiro hondo. Limpio con disimulo las lágrimas que están por salir y me decido a entrar al edificio.
Miro a mi alrededor y, al llegar a la entrada de la procesadora, coloco mi huella en el lector. La puerta se abre con un pitido leve. No veo a mis compañeras de siempre, solo a otro grupo. Dejo mi café y los panecillos a un lado, me pongo el traje blanco, la mascarilla y la gorra.
—Viniste temprano —me dice el encargado.
—Buenos días. Sí, ya vamos a empezar.
—Sí, empezaremos. Por favor, no cometas el error de ayer.
—No se preocupe, haré lo mejor que pueda.
Apenas empieza la jornada, el fuerte olor de los químicos me golpea. Frunzo el rostro, me coloco los guantes y me acerco a la máquina.
—¿Cuántos años tienes? —me pregunta de pronto uno de los supervisores.
—¿Por qué la pregunta?
—Eres muy hermosa.
Sonrío, apenas.
—Gracias… se lo agradezco por su buen gesto.
Sigo trabajando. Me concentro en las combinaciones, mientras él pasa los frascos con los nuevos aromas. Me sorprende cómo puede resistir tanto olor sin marearse.
—Bueno, esta parte ya está. Ahora hay que pedirles a las demás que los prueben — menciona él.
Observo la sala. Hay varias trabajadoras más, pero parece que por ahora él solo trabaja conmigo. Y eso me pone algo nerviosa… o tal vez es el cansancio, el peso emocional de todo. Me siento presionada, frágil.
Después de casi dos horas, salgo al comedor para tomar un respiro. Saco mis panecillos y mi café, dispuesta a recobrar energías.
Dinora camina con pasos elegantes y se sienta a mi lado.
—Hola, ballena —dice en voz alta, con sorna.
La ignoro. No tengo ni fuerzas ni intención de prestarle atención.
—¿Te hablo a ti o a otra ballena? Porque que yo sepa, no hay más ballenas en esta empresa que tú —continúa con desprecio.
No le respondo. Me limito a tomar un sorbo de mi café.
—Te estoy hablando —insiste.
De repente, siento algo frío sobre mí. Ella me ha lanzado su bebida.
—¡¿Pero qué demonios te pasa?! —reclamo, con voz temblorosa.
—Ay, pero si eres una puerca. ¡Mira, pusiste tu mano y me botaste mi bebida encima! No lo puedo creer, lo estas haciendo por gusto.
Las risas se expanden por la sala. Siento las miradas clavadas en mí. Rápidamente intento limpiarme.
—Cuando uno te habla, quieres responder.
—¿Te crees la dueña aquí? ¿Te crees importante? Déjame en paz —vociferó con furia.
—¡Por favor! No puedes estar a mi altura, eres una incompetente, una ballena que salio del mar ya que tampoco te quieren ahí.
Me levanto. Estoy temblando de rabia y vergüenza.
—Si yo soy una ballena, tú eres una jirafa. ¿Qué te parece? —digo, tratando de mantener la calma.
—¿Crees que por tener cuerpo ya eres la belleza de este lugar? ¡Por favor!— Está vez dije sin chistear.
Entra más gente al cafetín. Decido ir al baño para limpiarme. Me quito la blusa manchada de bebida dulce. Una compañera se me acerca con amabilidad.
—No deberías dejar que te humille así. ¿Por qué no le das quejas al Ceo?
—No lo haré —le respondo mientras me pasa unas toallitas húmedas.— Muchas gracias
—Bueno, te dejo. Cuídate — se despide, y sale.
Yo continúo limpiándome. Mi piel está pegajosa. Me echo agua. Miro hacia abajo. De pronto, entran varias chicas al baño. Dinora también entra, con aire desafiante.
—¿Cómo se te ocurre hablarme así delante de las demás? —me grita, y me jala del cabello.
La empujo con fuerza y ella se tambalea.
—¡Maldita, estúpida! ¿Quién te crees? Eres una gorda, un espanto. Una supuesta alérgica que solo quiere llamar la atención. Si yo fuera el jefe, ya te habría echado.
—¡No me vuelvas a hablar así!
—Claro que sí. Me das asco. Eres una gorda insípida.
Dicho eso, se va.
Me quedo ahí, sola, con los puños apretados, harta, dolida. ¿Quién se cree ella para hablarme así?
Salgo del baño. Ni siquiera tengo hambre ya. Guardo los panecillos y termo del café en mi bolso y regreso a la procesadora. Varias chicas ya están ahí.
—¡Viene el CEO! ¡Pónganse a trabajar, mujeres! —anuncia el encargado.
Asiento, me coloco la mascarilla y los guantes. Me obligo a enfocarme. No puedo perder este empleo. No ahora.
Estoy nerviosa cuando entra el CEO. Su sola presencia hace que el aire pese más. Observa todo con detalle, sin perderse nada. Apenas da la orden, su asistente comienza a tomar fotografías mientras los técnicos colocan los aromas en los frascos químicos.
No entiendo por qué este hombre me hace sentir así… Desde aquella vez. Desde que dijo frente a todos que personas "enfermas" como yo no deberían trabajar aquí. Desde entonces, hay algo en su voz que me sacude por dentro. Me hace sentir pequeña, humillada.
Mientras habla con tono déspota y riguroso, se acerca unos pasos hacia mí. Me mira fijo.
—¿Qué sucede? ¿Sigues con tu supuesta alergia? —pregunta. Las demás sueltan una risita. Bajo la mirada.
—Estoy tomando analgésicos, sí… discúlpeme, señor.
—No bajes la cabeza —responde cortante—. Continúa trabajando. Como te dije: si sientes que no puedes con la alergia, las puertas de esta empresa están abiertas. Recuérdalo. Y no vayas a cometer el mismo error que antes, quebrando productos importantes. Esto no cuesta un dólar, cuesta muchos. Que no se te olvide.
—No, señor. No volverá a suceder.
—Eso espero. Mezclen bien eso. No quiero errores cuando me pasen la muestra. Quiero el mismo aroma, ya lo saben.
Dicho eso, me echa una última mirada y se va.
Suelto un suspiro, negando con la cabeza. ¿Qué puedo hacer? Trato de concentrarme, de no prestar atención a esas cosas, porque sé que igual me irá mal. Necesito este trabajo… aunque me humillen, aunque me degraden por mi cuerpo. No tengo otra opción.
Termino lo mío y salgo a lavarme las manos. En breve tendremos que ir a la sala donde él y los demás evaluarán las muestras.
Pero entonces noto algo raro. Una de las esencias no tiene el mismo color. Me acerco con disimulo. Huelo. No es la misma fragancia. Algo está mal.
No quiero problemas. No quiero que piensen que fui yo. No otra vez.
Tomo aire. Me seco las manos y camino directo a la oficina del CEO. Toco la puerta. Su asistente me mira con sorpresa, pero él autoriza mi entrada con un gesto.
—¿Qué quieres ahora? —pregunta sin mirarme, revisando unos documentos.
—Señor —respondo con la voz firme, aunque por dentro tiemblo—. Vengo a decirle algo que noté. En la zona de procesamiento de las fragancias. Una de las mezclas no es la misma. No quiero que luego haya confusiones ni que se me culpe de un error que no fue mío. Preferí avisar, antes de que pase a la siguiente etapa.
Levanta la vista, por fin.
—¿Insinúas que alguien cometió un error?
—Solo le digo lo que observé. Algo no está bien en esa mezcla.
Guarda silencio unos segundos, sin mostrar emoción alguna. Luego asiente levemente.
—Está bien. Puedes irte.
Replicó señalando la puerta de Cristal.
Salgo a toda prisa, no sé si me creyó. No sé si hará algo. Pero al menos esta vez no me quedaré callada.
LeonardCuando la chica salió de mi despacho, me quedé pensativo. Algo no encajaba. Aparentemente, alguien quiere molestarla… y eso no está bien. No tolero el desorden ni las injusticias, pero tampoco los errores encubiertos. Tendré que poner orden en este lugar. Aunque... también cabe la posibilidad de que ella se haya equivocado y ahora quiera lavarse las manos. No tengo idea de qué está pasando, pero no me quedaré de brazos cruzados.Me levanté del asiento y me dirigí al salón donde se llevaría a cabo la reunión. Allí estarían los ejecutivos de ventas y los socios. El producto estaría a mano y, apenas entraran, percibirían el aroma. Mi asistente personal caminaba detrás de mí, atenta a cada detalle, como siempre. Observé los uniformes del personal: limpios, bien puestos, sin una arruga. Todo estaba impecable, como a mí me gusta.Al entrar, vi a hombres y mujeres en formación, preparados para la presentación. Todos me saludaron con respeto y yo respondí con un gesto de la mano. Tomé
Analisse.Salí de la empresa con un nudo en la garganta, deseando desaparecer, deseando que todo fuera solo una pesadilla. Caminé rápido, ignorando las risas contenidas y las miradas de burla de algunas compañeras. Incluso esa mujer alta, la que siempre me miraba por encima del hombro como si yo no valiera nada, me lanzó una mirada arrogante que me quemó por dentro. Subí a un taxi queriendo llorar, pero me lo tragué todo. Me tragué las lágrimas, el orgullo, el miedo. No podía quebrarme. No ahora.Después de una hora atrapada en el tráfico, llegué al apartamento que comparto con mi mamá. Subí las escaleras con el cuerpo arrastrando, sin fuerzas, sin alma. Ni siquiera me di cuenta cuando ya estaba frente a la puerta con la llave en la mano. Solté un bufido y me prepare para decirle a mi madre que me había quedado sin trabajo.***Había pasado ya una semana… en la pase dias enteras buscando trabajo como una loca, y no encontraba absolutamente nada. Me sentía frustrada, desesperada. Cami
Leonard Me senté en la mesa del restaurante con la vista fija en la entrada, esperando a que llegara mi primo con los documentos firmados. El ambiente era elegante, silencioso, con música suave de fondo que no lograba distraerme de mis pensamientos. Pedí una copa de vino tinto apenas llegué, solo para matar el tiempo, incluso creo que ella ya se ha realizado varios exámenes para ver si sería fértil para quedar embarazada. Deslicé el dedo por la pantalla de mi teléfono una vez más. Las fotos de ella estaban ahí. Imágenes tomadas desde varios ángulos, con diferentes expresiones. Observé cada detalle: sus ojos, sus labios, su cuerpo. No podía negar que era atractiva, a pesar de estar un poco pasada de peso. Pero eso no me importaba. Nunca me ha importado el físico en estos asuntos. Lo único que me interesa es que cumpla con lo estipulado en el contrato.Estoy seguro de que lo leyó de principio a fin. Nadie en su posición rechazaría tres millones. Tres millones que no cualquiera ve en s
AnalisseEstaba dispuesta a hacerlo, aunque me aterraba. Me daba miedo, un miedo que se enredaba en el estómago y me subía por la garganta como un nudo de incertidumbre. No sabía realmente quién era ese hombre… no el que se presentó con ese contrato, sino el otro, con quien tendría que acostarme. Porque sí, había un contrato, un sello, una firma… todo legal, supuestamente. El tipo que me lo hizo firmar me aseguró que, si algo salía mal, yo misma podía tomar medidas. Que estaba protegida. Pero, ¿qué protección hay realmente cuando estás vendiendo tu cuerpo y posiblemente tu alma?Había hecho una llamada unos días antes, queriendo asegurarme de que todo esto no era una trampa, una mentira disfrazada de oportunidad. Y sí, el hombre existía. Era parte de una familia poderosa, reconocida… intocable. El tal Vicenzo Rodríguez si venia de una gran familia. Pero él no era el que me preocupaba. No era con él con quien tendría que compartir una cama esta noche.Me miré en el espejo, con el rostr
AnalisseLo único que puedo hacer ahora es quedarme en silencio. Este momento… no sé cuántas horas llevamos ya teniendo sexo. Solo sé que hemos descansado apenas unos minutos, y aún así siento mi cuerpo al límite. Estoy recostada, sin saber qué decir ni qué hacer. Leonard, se tomo una copa del vino que quedó sobre la mesita de noche y luego se coloca un shorts y salió de la habitación. Al ver que sale al balcón, me levanto con dificultad y camino hasta el baño. El agua comienza a correr y yo me meto bajo la ducha. El agua caliente no calma la tensión; al contrario, me hace soltar un suspiro cargado de vergüenza y confusión. Lo que acabo de hacer… lo que acabamos de hacer… Es algo que no me creo ni yo misma. ¿Cómo terminé aquí?—¿Quieres que te acompañe? —escucho su voz detrás de mí. Me sobresalto, no lo esperaba. Pero él no espera mi respuesta. Entra, sin más.Se acerca por detrás y siento su cuerpo, su dureza contra mí. Me estremezco, no por deseo, sino por el conflicto que me carcom
LeonardMe encontraba en mi oficina, sumergido entre papeles, observando las proyecciones de ventas para el próximo trimestre, cuando escuché la puerta abrirse, si mi asistente no me aviso. Sabia que era mi madre, la única que entraba sin permiso. Ni siquiera me moleste en levantar la mirada, sabía que me miraba con esa expresión molesta que parecía haberse tatuado en su rostro desde que tengo memoria.—No entiendo qué haces con tu vida, Leonard —dijo, cruzando los brazos con la misma rigidez con la que cruzaba cualquier emoción humana.Creo que jamás amó a mi padre. Estoy casi seguro de que se embarazó por obligación, por presión familiar o por no quedarse sola en su carrera hacia la cima. Y ahora, por supuesto, quiere que yo repita su historia: que me sacrifique, que me obligue, que cree un heredero por deber, no por deseo.—A que viniste Devora. — Espete mirando mi computadora.—Lo sabes muy bien.Lo que ella no sabe —lo que casi nadie sabe— es que ya estoy en ese proceso. Le daré
AnalisseHa pasado una semana desde que me mudé a esta casa. No puedo negar que vivo cómodamente. Me levanto y siempre hay comida. El agua que sale del grifo es calientita, refrescante. Esta mañana iré a buscar a mamá. Lleva una semana internada en el hospital privado recibiendo su tratamiento. Anoche vine a quedarme aquí porque me sentía agotada, y aún no le he contado exactamente nada sobre lo que hice para conseguir el dinero que nos permitió internarla allí. Sé que cuando la traiga a esta casa me hará muchas preguntas… y no tengo idea por dónde empezar.Lo único que ella necesita saber, por ahora, es que estará bien. Que ya no tendrá que trabajar ni preocuparse por el dinero. Con el dinero que me dio ese cretino… ese tirano, lo primero que he hecho es apartar una parte para ahorrar. No sé qué haré exactamente con mi vida, pero necesito pensar en opciones. Me cuesta creer que al… venderme, haya terminado viviendo en una casa enorme, con empleada seguridad y todo incluido. Y aunque
LeonardMiraba desganado a los demás. Mi madre como siempre, tratando de llamar la atención. A su alrededor, varios hombres y mujeres de la alta sociedad sonreían, satisfechos, mientras la mesa rebosaba de buena comida Gourmeth vinos de los más caro. Su esposo, ese hombre que había ocupado el lugar de mi padre, saludaba como si fuera un gran señor, como si de verdad perteneciera a ese círculo de élite.Yo, en cambio, los miraba con molestia. Consulté mi reloj; el aburrimiento me carcomía. Ya quería que todo terminara. Me repugnaba estar entre tantas falsedades, entre sonrisas plásticas y palabras vacías.Se hacercaron varios hombres, sonrientes, y me rodearon como si fuera un trofeo.—Aquí está el distinguido señor Blackwell —dijo uno de ellos, tendiéndome la mano—. Es un honor verlo en esta cena familiar.—Muchas gracias —respondí con frialdad, estrechando su mano apenas.—Su madre es una mujer muy distinguida y refinada —añadió el señor George —. Nos ha invitado a este evento con l