Capítulo 5

Leonard

Cuando la chica salió de mi despacho, me quedé pensativo. Algo no encajaba. Aparentemente, alguien quiere molestarla… y eso no está bien. No tolero el desorden ni las injusticias, pero tampoco los errores encubiertos. Tendré que poner orden en este lugar. Aunque... también cabe la posibilidad de que ella se haya equivocado y ahora quiera lavarse las manos. No tengo idea de qué está pasando, pero no me quedaré de brazos cruzados.

Me levanté del asiento y me dirigí al salón donde se llevaría a cabo la reunión. Allí estarían los ejecutivos de ventas y los socios. El producto estaría a mano y, apenas entraran, percibirían el aroma. Mi asistente personal caminaba detrás de mí, atenta a cada detalle, como siempre. Observé los uniformes del personal: limpios, bien puestos, sin una arruga. Todo estaba impecable, como a mí me gusta.

Al entrar, vi a hombres y mujeres en formación, preparados para la presentación. Todos me saludaron con respeto y yo respondí con un gesto de la mano. Tomé asiento frente a ellos y hablé con voz firme:

—Muy buenas tardes. Ya estamos todos. Vamos a comenzar con la presentación de los nuevos perfumes de la marca Victoria's Secret. Esta línea tiene una combinación de lavanda con notas florales. Todos los frascos deben tener el mismo aroma, sin excepciones. Vamos a lanzarlo con un descuento inicial — mencione, y luego dirigí mi mirada hacia Manuel—. ¿Te has preparado con las encargadas del laboratorio? Que pasen en fila para que cada ejecutivo de ventas pueda percibir la fragancia.

—Sí, señor —asintió Manuel, y se acercó al grupo para dar paso a las demostraciones.

Mientras los aromas eran presentados uno a uno, observé a las chicas del laboratorio. Estaban visiblemente nerviosas. Me quedó claro que al menos una de ellas no era responsable directa del error. Pero eso no significaba que dejaría el asunto sin resolver.

Cuando llegó el turno de uno de los perfumes, varios fruncieron el ceño. Hubo un murmullo incómodo. El aroma era distinto. Más fuerte. Y no en buen sentido.

—Este huele diferente —comentó uno de los socios—. Tiene más olor a alcohol que a la esencia.

—Fue un error en la preparación, señor —respondió Analisse rápidamente—. Pero hicimos todo lo posible para que saliera bien. Tengo una explicación…

—No des explicaciones ahora. Luego hablaremos en privado —interrumpí, mirándola con firmeza—. Señores, los errores suceden, pero en esta empresa no se tolera la falta de competencia. A veces, el problema no es el producto, sino quien lo prepara.

Algunos ejecutivos asintieron en silencio. Uno incluso murmuró:

—Si una mujer en preparación no es competente, debería ser despedida.

—Tomaré mi decisión —respondí con voz seca—. Ahora, volvamos al punto. ¿Qué les pareció el porcentaje de concentración del producto?

—Excelente —respondió otro ejecutivo—. Muy buen porcentaje, pero, como le digo, el fallo fue en la preparación.

—Eso lo aclararemos después. Si el error es de ella, los demás no deberían verse afectados.

—Exactamente, eso pienso — mencionó uno de los socios.

—Esperemos que no vuelva a ocurrir cuando el producto se entregue al mercado.

—No se preocupe, señor. Le doy mi palabra que no volverá a pasar —aseguró Manuel, algo nervioso.

La reunión continuó con normalidad, pero yo no podía dejar de observar a la chica. Estaba tensa, casi al borde del colapso. No dije más. Dejé que todo siguiera su curso.

Al terminar la reunión, me acerqué a Manuel.

—¿Qué pasó en el laboratorio?

—Se lo juro, señor, hicimos lo mejor. No entiendo qué falló. Analisse preparó bien el lote…

—Pues tienes que averiguar quién entra y sale del laboratorio cuando estás ocupado. Y más vale que no vuelva a pasar, porque si no, tú y tu grupo se van a la calle. ¿Entendido?

—Sí, señor.

—¿Puedo hablar con usted? —escuché la voz de Analisse la chica en cuestión.

—Estoy ocupado por ahora. Quizás más tarde —le respondí sin mirarla, y salí de la sala con paso rápido.

Mi asistente se acercó.

—¿Desea que ejecute alguna orden, señor?

—Después te diré qué hacer. Por ahora, no.

—¿Y cómo vio a los compradores señor, ¿Cree que quedaron satisfechos?

—Quizás… Pero con ese error, no lo sé. Luego te diré qué hacer. Tengo otras prioridades en este momento.

Dicho eso, entré a mi despacho, cerré la puerta y me senté, apoyando los codos sobre el escritorio. Miré fijamente la pared, pensativo. Muevo la cabeza en negación. 

Quizá, sería bueno despedirla, y listo. 

Llamo al señor Derek, el contesta al primer pitido.

—Señor Blackwell ya tengo información, en seguida se lo mando al correo.

—Perfecto, me averiguaste de momento lo del hospital.

—Sí señor, todo.

Asentí y luego cuelgo la llamada, para entrar a mi correo y ver lo que mandé a investigar.

Observo con atención los documentos de esa chica. Su perfil es interesante. Según su madre tiene cáncer senos, o de mamas, no sé, nunca me ha interesado mucho la diferencia. El punto es que está en una situación vulnerable, y quizás eso pueda servirme. Todavía no me decido del todo, pero algo me dice que podría ser justo lo que necesito. Sería beneficioso para ella, por supuesto, y evidentemente también para mí.

Lo que estoy buscando es simple: un hijo.

Sonrío de par en par mientras decido que es momento de hacer mi primera jugada. Tomo el teléfono y llamo a Vicenzo. Al primer pitido, responde, como siempre, con su sarcasmo característico.

—¡Que deseas mi primo bello! —dice con esa risa burlona—. ¿Qué puedo hacer por ti? Porque yo, sinceramente, no tengo nada bueno para ti… A ti lo que te encantan son las mujeres.

—Vicenzo, deja las bromas —le digo con seriedad, harto de su estilo tan poco refinado—. No sé para qué te pusieron ese nombre, no va contigo.

—Está bien, está bien —responde entre risas—. Dime, ¿en qué te puedo servir?

—Necesito que hagas algo por mí.

—¡Vaya! ¿Sirvo para algo al fin? —bromea otra vez.

—Deja ya tus bromas, por favor. Podemos hablar en serio un momento.

—Sí, sí, listo. Me comportaré como todo un hombre —cambia el tono de voz al instante.

—Necesito que visites a una chica. Creo que ya encontré a la mujer que será la madre en alquiler para el futuro heredero del CEO.

—A ver, a ver, a ver… ¿De verdad, primito?

—Sí. Necesito que la visites este fin de semana. Le vas a entregar un contrato. En él se estipulará todo. Y antes de eso… voy a echarla de la empresa.

—¿Qué? ¿De verdad vas a hacer eso?

—Así mismo es. La voy a sacar. Quiero que acepte el dinero, y para eso necesito cortarle cualquier otro camino. Obviamente no pienso decirle todos los detalles. Ni mucho menos que yo estoy detrás. Por ahora no debe saber con quién se acostará.

—Eso suena… bastante mal, ¿no crees? Ten piedad primo.

—¿Por qué tendría que tener piedad?

—No sé, Leonard… no todos son... Ella es una chica…

—¡Basta! No quiero hablar de eso. Es mi orden. Y si no la cumples, ya sabes lo que eso significa.

—Está bien, está bien. Ya voy en camino a tu empresa para que me des más información. También quiero conocerla. 

—Tengo aquí sus documentos, alijerate.

Cuelgo la llamada sin despedirme. Doblo los papeles, me acomodo en la silla de cuero, cruzo las piernas y giro suavemente mientras pienso. Esa chica… tiene una cara bonita, aunque también algo turbulenta. Me gustaría verla fuera de aquí. Necesito una excusa. Ya la tengo. Le daré mucho dinero a cambio. Lo suficiente como para que no tenga que volver a preocuparse en su vida.

¿Quién no aceptaría una suma tan grande solo por una noche? Solo necesito embarazarla. Eso es todo.

El único detalle es que acepte. Pero dudo que se niegue. El dinero lo puede todo.

Mis pensamientos se ven interrumpidos por el sonido del intercomunicador.

—Dime, Lisandra.

—Señor, la señorita Analisse, solicita verlo.

Vaya. Eso está mejor de lo que pensé.

Le pedí a mi secretaria que la hiciera pasar. La puerta se abrió con suavidad y ella entró con paso firme, aunque notoriamente inquieta.

—Muy buenas tardes, señor —me saludó, manteniendo la compostura—. Me gustaría hablar con usted sobre el error que acaba de suceder. No fue mi culpa, y se lo dejé claro hace unas horas. Necesito que me ayude con esto, porque sé que no fui yo quien cometió el fallo. Preparé todo conforme a las instrucciones del señor Manuel. Seguí cada paso al pie de la letra. No podría haber cometido un error.

La observé en silencio durante unos segundos. Era, sin duda, hermosa. Un cuerpo con curvas pronunciadas, pechos redondos que llenaban su blusa con naturalidad. Su cabello rubio brillaba como oro bajo la luz artificial de mi oficina, y sus ojos… sus ojos eran de un azul profundo, como si guardaran secretos. Podría ser la madre perfecta para mi futuro heredero.

—Lamento decirte esto —interrumpí, cortando de golpe su intento de defensa—. No quiero escuchar más explicaciones. Estás despedida.

—¿Cómo? —preguntó, atónita.

—Lo lamento... aunque en realidad, no. No hay pruebas de que haya entrado otra persona. Ese lugar es restringido. Solo ustedes tienen acceso. No necesito más excusas.

Ella intentó hablar, justificar, pero levanté una mano para detenerla. No le permitiría arruinar mi excusa perfecta. Necesitaba aprovechar este momento.

—Estás despedida. Alanisse, espero que entiendas eso. Recoge tu paga esta misma tarde y retírate de mi empresa. No eres una mujer competente. Además, estás enferma. Esa alergia no es un problema para mí, pero no tengo intención de lidiar con asuntos ajenos. Tal vez encuentres algo mejor allá afuera.

—¿Me está echando de esa manera? —dijo ella, con un tono entre el dolor y la indignación.

—Tómalo como una señal de que algo mejor vendrá para ti.

—Pensé que era un hombre de palabra, un hombre justo. ¿No puede siquiera investigar qué pasó realmente? ¿Va a condenarme así de fácil?

—Las órdenes las doy yo. No permito que nadie venga a decirme cómo manejar mi empresa. Estoy siendo amable. Retírate. Estoy ocupado.

Bajó la cabeza, derrotada. Vi una lágrima deslizarse por su mejilla. No dijo nada más. Solo murmuró:

—Está bien. Me iré. Solo espero que no se arrepienta de esto.

—¿Arrepentirme? —solté una risa seca—. No estamos en el mismo nivel social. Gracias por tu tiempo. Hasta luego.

—Gracias por la humillación. Hasta luego —respondió con dignidad, antes de salir.

Bufé apenas se cerró la puerta. Algo dentro de mí se revolvió. ¿Por qué me sentía mal? Ella tendrá una mejor vida, debería estar agradecida. Pero en fin… aún no sabe lo que le espera.

Me recosté en el sillón y esbocé una sonrisa ladeada. Todo esto… solo para asegurarme de conseguir un hijo. Espero que mi primito cumpla bien con su parte.

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