Leonard
Después de haber salido del cementerio, directo me fui a la comisaría. Según me habían informado, ya tenían a Diana ahí, justo donde yo quería que estuviera. Incluso me tomé la molestia de contactar a su esposo, ese pobre desgraciado, para que viniera. Que vea él mismo lo que hará con su querida esposa. Aunque siendo sincero, si fuera por mí, la refundiría en la cárcel por todo lo que ha hecho.
Al llegar, observo cómo la interrogan. Ella, como siempre, negándolo todo con esa cara de falsa inocencia. Apenas me ve, se pone de pie como si quisiera correr hacia mí, pero el guardia actúa rápido, la sujeta firmemente y la obliga a sentarse de nuevo.
—¿Por qué me detuvieron? —me pregunta desesperada—Tú tienes que decirles a ellos que yo no tengo nada que ver con esto.
La miro fijamente, sin pestañear.
—Pues sí tienes mucho que ver —le respondo con frialdad—Intentaste acabar con la vida de mi hijo... y con la de su madre.
—¡Es mentira! Tu esposa está loca. ¡Es una envidiosa!
Su voz me