Leonard
Observo cada uno de los documentos frente a mí mientras firmo la entrega de varias cajas de perfume de la marca Paco Rabanne, junto con algunos frascos pequeños para pruebas. Lee todo lo escrito y firmo, una vez termino, recuesto la cabeza en el respaldo de mi silla giratoria, cerrando brevemente los ojos.
Sigo dándole vueltas al mismo maldito asunto. ¿Cómo demonios voy a conseguir un hijo, un heredero digno de mi apellido? Casarme no es opción. Ya lo hice una vez, y juro por todo lo que poseo que jamás volverá a suceder. El matrimonio es una cadena... y yo nací para mandar, no para encadenarme a nadie.
Me incorporo lentamente y camino hasta el gran ventanal de mi oficina. Desde aquí, tengo una vista privilegiada de la ciudad, esa jungla de concreto que se rinde a mis pies. Miro la hora: las 3:07 de la tarde. Pronto saldré. Pero, aún ahora, no puedo dejar de pensar en esa mujercita que provocó el caos de esta mañana.
Por su culpa, tendré que cubrir un mes de trabajo extra para reponer los frascos y los químicos dañados en el laboratorio. Tal vez fue un error enviarla allí. Tal vez debí dejarla en la sala de etiquetado, como una obrera más, sin importancia. Aunque... si lo pienso bien, ella decidió quedarse ahí. Incluso sabiendo que tenía una reacción alérgica. ¿Por qué lo haría? ¿Masoquismo? ¿Estupidez? No lo sé, ni me importa. Es irrelevante. Sigo perdiendo el tiempo pensando en basura.
Cierro los papeles con un golpe seco y salgo de mi oficina. Me dirijo a Lisandra, mi asistente, sin mirarla siquiera.
—Cancela todo lo de esta tarde. No quiero reuniones. Todo se pospone. ¿Entendido?
—Sí, señor Leonard —responde con voz temblorosa. Buena chica, sabe que no se discute conmigo.
Subo al elevador. Cuando llego al vestíbulo, camino directo hacia mi coche. Sin embargo, en la salida, mis ojos la detectan de inmediato. La chica. Ella.
Tiene un cuerpo... interesante. Curvas marcadas, reales. No como esas modelos esqueléticas que pululan por aquí como fantasmas con tacones. Y sin la mascarilla, su rostro no es desagradable. Bonito, incluso. Pero no deja de ser una inútil. Inexperta. Molesta. Su presencia me irrita.
La veo caminar con rapidez, seguramente buscando un taxi. Espero a que el portero le abra la puerta, pero me detengo al oír su voz.
—Sí, doctora... ahora mismo iré para allá. Está bien, no se preocupe. Gracias por todo.
Cuelga y cruza la calle con decisión. Va hacia el metro. ¿Una empleada mía tomando el metro? Me encojo de hombros. No es de mi incumbencia.
Subo a mi coche, pero apenas enciendo el motor, suena el teléfono. Mi primo. Perfecto.
—¿Qué quieres? —respondo con fastidio.
—Solo quería saber cómo vas, querido. ¿Ya conseguiste a la mujer?
—No —respondo cortante—. Ni siquiera lo había pensado. Lo había olvidado. Tengo otras prioridades.
—Pues escuché comentarios de mis papis...
—Tus "papis" son unos hipócritas —lo interrumpo con desdén—. Igual que mi madre.
—¡Uy! Me ofendes, Leonard.
—No serás igual tú que ellos...— Lo atacó.
—Sabes muy bien que no lo soy. Yo no me oculto tras máscaras ni falsas sonrisas.
— Bien, Soy directo. Frío si es necesario. Y no acepto que nadie tome decisiones por mí.
—Bueno... deberías apurarte o te buscarán esposa ellos mismos. Y me imagino que eso es lo que menos deseas.
—Obviamente no voy a permitir que nadie se meta en mis asuntos. Buscaré a alguien si me da la maldita gana. Pero ahora no. Voy al hospital capitalino.
—¿Al hospital?
—Sí. Necesito ver a una persona.
—Bien, bien. Nos vemos. Adiós.
Cuelgo sin despedirme. No me interesa su opinión. Pongo en marcha el coche y acelero hacia el hospital capitalino...
***
Llego al hospital capitalino. El olor a desinfectante, el ambiente cargado de enfermedad me resulta insoportable. Detesto estos lugares. Son la antesala del fracaso del cuerpo humano. Y, sin embargo, aquí estoy. No por cariño. No por afecto. Por deber... o tal vez por cerrar cuentas pendientes.
Camino por los pasillos sin prisa, guiado por una enfermera que me reconoce apenas menciono mi nombre. Qué eficiente. Al menos alguien aquí sabe quién soy.
—La señora Carranza está en la habitación 312 —me dice con voz suave, casi como si temiera molestarme. Bien entrenada.
Subo en el ascensor y camino hasta la puerta. La abro sin tocar. Nunca me ha interesado fingir cortesía.
La habitación es simple. Demasiado blanca. Hay una máquina emitiendo pitidos suaves, constante, como si se aferrara a la vida por ella. Y ahí está ella: la madre de mi exesposa. La única mujer que alguna vez me enfrentó sin temblar... y la única que, en el fondo, mereció algo de respeto.
—Leonard... —murmura, al verme entrar. Su voz es apenas un suspiro, débil, apagada por la enfermedad.
—Señora Carranza —digo con un leve asentimiento, sin acercarme demasiado—. Vine porque me informaron que su estado... empeoró.
—No necesitabas venir. Sigues enviando la pensión puntualmente, como siempre.
—Sí. Lo hago porque así lo acordamos. No por compasión. Usted sabe que no creo en esa basura sentimental.
Ella sonríe, aunque le cuesta. Siempre lo hacía. Sabía perfectamente cómo soy, pero nunca esperó algo diferente de mí. Quizá por eso la toleraba.
—Sigues igual... frío como el mármol. Pero agradezco que no hayas fallado. Mi hija... ya no sé ni dónde está.
—Tampoco me interesa saberlo. Su hija fue un error en mi vida. Un error que no pienso repetir.
La mujer cierra los ojos unos segundos. Está cansada. La enfermedad le roba hasta las palabras. Me acerco un poco, por cortesía mínima.
—La pensión seguirá llegando hasta su último aliento. Puede estar tranquila en eso. No dejaré cabos sueltos.
—Nunca los dejas, ¿verdad?
—No me lo permito.
Silencio.
Por un momento, hay algo parecido a la humanidad flotando en esa habitación. Pero no me pertenece. Es de ella. No mío.
—¿No has pensado en rehacer tu vida, Leonard? —pregunta de pronto, con la poca fuerza que le queda.
—No necesito rehacer nada. No busco amor, ni compañía. Solo necesito un heredero. Una extensión de mi imperio.
—Qué vacío suena eso...
—Vacío, sí. Pero funcional. Como debe ser.
Mira por la ventana, o al menos lo intenta. Sus ojos están apagados, pero su espíritu sigue ahí, aferrado a lo poco que le queda.
—Si algún día decides tener un hijo, espero que no herede tu corazón... o tu ausencia de él.
No respondo. Solo la observo unos segundos más, con ese respeto frío que uno tiene hacia un rival digno que está a punto de caer.
—Descansa, señora Carranza. Nos veremos… o quizá no.
Salía del hospital rumbo a la entrada principal cuando me detuve en seco. A pocos metros, vi a una de mis empleadas, sentada en una de las bancas. Lloraba desconsoladamente, con el rostro enrojecido y un papel arrugado entre sus manos. Se cubría la boca como si intentara contener el llanto, pero era evidente que algo la había destrozado por dentro.
Fruncí el ceño. ¿Por qué lloraba de esa manera? ¿Qué pudo haberle pasado?
Por un instante, me encogí de hombros. No era asunto mío. Estaba a punto de seguir caminando, cuando escuché la voz de un médico que se acercaba a ella con expresión preocupada.
—Es urgente que la lleves a un hospital privado para que empiecen la quimioterapia —le dijo un medico con seriedad—. No puede perder más tiempo.
—¿Pero cómo podría hacerlo si no tengo ni un miserable centavo? —sollozó ella.
El médico intentó calmarla, pero su angustia era más fuerte.
—Doctor, ¿cómo voy a hacerlo? Apenas gano para sobrevivir. Esta situación me está sobrepasando. He pensado incluso en dejar mi trabajo porque no me siento bien ahí, pero... ¿dónde voy a conseguir otro empleo? ¿Cómo voy a pagar todo esto? —se llevó las manos a la cabeza, desesperada—. Doctor, me duele la cabeza… no puedo más…
El médico la observó con pesar. Puso una mano sobre su hombro en un intento de consolarla.
—Quisiera ayudarte, de verdad, pero es complicado. Lo único que puedo hacer es darte una recomendación para que otro médico la valore… aunque, como te dije, eso requiere mucho dinero. Entiendo tu situación y lo lamento.
—Yo haría lo que fuera por el bienestar de mi mamá… lo que fuera —murmuró Analisse entre lágrimas.
Y en ese momento, una idea descabellada y absurda cruzó mi mente.
Sonreí apenas, de lado. ¿Y si…?
¿Y si ella podía ser una buena candidata? Una madre de alquiler. Solo necesita dinero. Yo, en cambio, necesito un hijo. Ella no me interesa como persona, y yo a ella probablemente tampoco. Pero tenemos algo que el otro quiere: ella desesperadamente necesita dinero, y yo… quiero un hijo. Podría ocultarla durante el embarazo, asegurarme de que todo esté bajo control… y cuando nazca el bebé, simplemente me lo entrega y desaparece.
¿Frío? Quizás. ¿Egoísta? Probablemente.
Pero ¿acaso no sería una solución para ambos?
Me giré y comencé a caminar hacia el vestíbulo, con esa idea en la cabeza, tan absurda como tentadora.
Analisse Mientras caminaba rumbo a la empresa, tras bajar del metro, decidí detenerme en un pequeño cafetín a comprarme unos panecillos dulces y un café. Me sentía desanimada, vacía… ni siquiera sabía qué hacer ahora. Mamá había recibido las noticias y, aunque sonrió con ternura y acarició mi cabeza antes de entrar a su habitación, yo sabía que se encerró a llorar, a liberar ese dolor que la carcomía por dentro. Pobrecita.Tengo que hacer todo lo posible para que al menos pueda acceder a un tratamiento. Le propuse ir al hospital, pero ella solo me respondió con dulzura:—No te preocupes, hija. Ve al trabajo, yo veré qué hacemos después.No puedo perder más tiempo, pero tampoco puedo darme el lujo de dejar este trabajo. Lo necesito. Si lo dejo, no podré pagar las quimioterapias ni los tratamientos… Por lo menos quiero esperar a que llegue la quincena para sacar adelante ese tratamiento. Esta tarde la acompañaré a un hospital privado, uno donde el doctor Julio me asignó una cita. Tal v
LeonardCuando la chica salió de mi despacho, me quedé pensativo. Algo no encajaba. Aparentemente, alguien quiere molestarla… y eso no está bien. No tolero el desorden ni las injusticias, pero tampoco los errores encubiertos. Tendré que poner orden en este lugar. Aunque... también cabe la posibilidad de que ella se haya equivocado y ahora quiera lavarse las manos. No tengo idea de qué está pasando, pero no me quedaré de brazos cruzados.Me levanté del asiento y me dirigí al salón donde se llevaría a cabo la reunión. Allí estarían los ejecutivos de ventas y los socios. El producto estaría a mano y, apenas entraran, percibirían el aroma. Mi asistente personal caminaba detrás de mí, atenta a cada detalle, como siempre. Observé los uniformes del personal: limpios, bien puestos, sin una arruga. Todo estaba impecable, como a mí me gusta.Al entrar, vi a hombres y mujeres en formación, preparados para la presentación. Todos me saludaron con respeto y yo respondí con un gesto de la mano. Tomé
Analisse.Salí de la empresa con un nudo en la garganta, deseando desaparecer, deseando que todo fuera solo una pesadilla. Caminé rápido, ignorando las risas contenidas y las miradas de burla de algunas compañeras. Incluso esa mujer alta, la que siempre me miraba por encima del hombro como si yo no valiera nada, me lanzó una mirada arrogante que me quemó por dentro. Subí a un taxi queriendo llorar, pero me lo tragué todo. Me tragué las lágrimas, el orgullo, el miedo. No podía quebrarme. No ahora.Después de una hora atrapada en el tráfico, llegué al apartamento que comparto con mi mamá. Subí las escaleras con el cuerpo arrastrando, sin fuerzas, sin alma. Ni siquiera me di cuenta cuando ya estaba frente a la puerta con la llave en la mano. Solté un bufido y me prepare para decirle a mi madre que me había quedado sin trabajo.***Había pasado ya una semana… en la pase dias enteras buscando trabajo como una loca, y no encontraba absolutamente nada. Me sentía frustrada, desesperada. Cami
Leonard Me senté en la mesa del restaurante con la vista fija en la entrada, esperando a que llegara mi primo con los documentos firmados. El ambiente era elegante, silencioso, con música suave de fondo que no lograba distraerme de mis pensamientos. Pedí una copa de vino tinto apenas llegué, solo para matar el tiempo, incluso creo que ella ya se ha realizado varios exámenes para ver si sería fértil para quedar embarazada. Deslicé el dedo por la pantalla de mi teléfono una vez más. Las fotos de ella estaban ahí. Imágenes tomadas desde varios ángulos, con diferentes expresiones. Observé cada detalle: sus ojos, sus labios, su cuerpo. No podía negar que era atractiva, a pesar de estar un poco pasada de peso. Pero eso no me importaba. Nunca me ha importado el físico en estos asuntos. Lo único que me interesa es que cumpla con lo estipulado en el contrato.Estoy seguro de que lo leyó de principio a fin. Nadie en su posición rechazaría tres millones. Tres millones que no cualquiera ve en s
AnalisseEstaba dispuesta a hacerlo, aunque me aterraba. Me daba miedo, un miedo que se enredaba en el estómago y me subía por la garganta como un nudo de incertidumbre. No sabía realmente quién era ese hombre… no el que se presentó con ese contrato, sino el otro, con quien tendría que acostarme. Porque sí, había un contrato, un sello, una firma… todo legal, supuestamente. El tipo que me lo hizo firmar me aseguró que, si algo salía mal, yo misma podía tomar medidas. Que estaba protegida. Pero, ¿qué protección hay realmente cuando estás vendiendo tu cuerpo y posiblemente tu alma?Había hecho una llamada unos días antes, queriendo asegurarme de que todo esto no era una trampa, una mentira disfrazada de oportunidad. Y sí, el hombre existía. Era parte de una familia poderosa, reconocida… intocable. El tal Vicenzo Rodríguez si venia de una gran familia. Pero él no era el que me preocupaba. No era con él con quien tendría que compartir una cama esta noche.Me miré en el espejo, con el rostr
AnalisseLo único que puedo hacer ahora es quedarme en silencio. Este momento… no sé cuántas horas llevamos ya teniendo sexo. Solo sé que hemos descansado apenas unos minutos, y aún así siento mi cuerpo al límite. Estoy recostada, sin saber qué decir ni qué hacer. Leonard, se tomo una copa del vino que quedó sobre la mesita de noche y luego se coloca un shorts y salió de la habitación. Al ver que sale al balcón, me levanto con dificultad y camino hasta el baño. El agua comienza a correr y yo me meto bajo la ducha. El agua caliente no calma la tensión; al contrario, me hace soltar un suspiro cargado de vergüenza y confusión. Lo que acabo de hacer… lo que acabamos de hacer… Es algo que no me creo ni yo misma. ¿Cómo terminé aquí?—¿Quieres que te acompañe? —escucho su voz detrás de mí. Me sobresalto, no lo esperaba. Pero él no espera mi respuesta. Entra, sin más.Se acerca por detrás y siento su cuerpo, su dureza contra mí. Me estremezco, no por deseo, sino por el conflicto que me carcom
LeonardMe encontraba en mi oficina, sumergido entre papeles, observando las proyecciones de ventas para el próximo trimestre, cuando escuché la puerta abrirse, si mi asistente no me aviso. Sabia que era mi madre, la única que entraba sin permiso. Ni siquiera me moleste en levantar la mirada, sabía que me miraba con esa expresión molesta que parecía haberse tatuado en su rostro desde que tengo memoria.—No entiendo qué haces con tu vida, Leonard —dijo, cruzando los brazos con la misma rigidez con la que cruzaba cualquier emoción humana.Creo que jamás amó a mi padre. Estoy casi seguro de que se embarazó por obligación, por presión familiar o por no quedarse sola en su carrera hacia la cima. Y ahora, por supuesto, quiere que yo repita su historia: que me sacrifique, que me obligue, que cree un heredero por deber, no por deseo.—A que viniste Devora. — Espete mirando mi computadora.—Lo sabes muy bien.Lo que ella no sabe —lo que casi nadie sabe— es que ya estoy en ese proceso. Le daré
AnalisseHa pasado una semana desde que me mudé a esta casa. No puedo negar que vivo cómodamente. Me levanto y siempre hay comida. El agua que sale del grifo es calientita, refrescante. Esta mañana iré a buscar a mamá. Lleva una semana internada en el hospital privado recibiendo su tratamiento. Anoche vine a quedarme aquí porque me sentía agotada, y aún no le he contado exactamente nada sobre lo que hice para conseguir el dinero que nos permitió internarla allí. Sé que cuando la traiga a esta casa me hará muchas preguntas… y no tengo idea por dónde empezar.Lo único que ella necesita saber, por ahora, es que estará bien. Que ya no tendrá que trabajar ni preocuparse por el dinero. Con el dinero que me dio ese cretino… ese tirano, lo primero que he hecho es apartar una parte para ahorrar. No sé qué haré exactamente con mi vida, pero necesito pensar en opciones. Me cuesta creer que al… venderme, haya terminado viviendo en una casa enorme, con empleada seguridad y todo incluido. Y aunque