Análisse
No pensé que la actitud de ese hombre, tan frío y déspota, me haría sentir tan miserable. ¿Cómo es posible que alguien pueda tener tanto poder sobre los demás solo por tener dinero? Pero no tengo opción. No ahora. No con mamá enferma. Necesito aguantar. Tengo que seguir, aunque me cueste el alma. Llevo apenas una semana trabajando ahí, y ya siento que me estoy rompiendo por dentro.
Tomo pastillas todos los días por la alergia. No es el perfume lo que me afecta, sino los químicos de los productos que usan en esa maldita empresa. Mi piel se enrojece, mi respiración se agita… pero ¿qué otra opción tengo? ¿Renunciar y buscar trabajo en algún bar o meterme en cualquier otro lugar que ni siquiera tenga seguridad? No. No mientras mamá me necesite.
Mamá… verla así, tan débil, me parte el corazón. El médico todavía le está haciendo estudios, pero al ser un hospital público, los exámenes tardan semanas, incluso meses. Últimamente se ha quejado de dolores en el pecho, de mareos. Tengo miedo. Mucho miedo. Y si resulta ser algo grave… con nuestra situación económica, ¿qué podría hacer yo? Papá nos dejó cuando ella se enfermó. Dijo que no le servía una esposa enferma. Cobarde. La abandonó justo cuando más lo necesitábamos.
Mamá tiene apenas 45 años, no es una anciana. Pero la vida le ha golpeado tan duro que parece mayor. Y yo… soy su única esperanza.
Me recuesto en la cama con la pastilla antihistamínica ya disolviéndose en mi estómago. La garganta me pica un poco, y los párpados me pesan. Mañana será otro día más en esa estúpida empresa, con ese jefe que se cree rey del mundo. Un idiota arrogante, millonario, al que el dinero le robó la empatía.
***
Desperté temprano. Lo primero que hice fue mirarme en el espejo. Por suerte, el enrojecimiento de mi rostro había bajado un poco. Me metí en la ducha, aunque aquí, en este departamentito viejo, el agua caliente era un lujo que solo a veces se dignaba a salir. Pero hoy, por milagro, sí funcionó.
Salí envuelta en la toalla y me vestí con mis jeans de mezclilla un poco ajustados —esos que siempre me hacen sentir más segura de mí misma, a pesar de mis curvas—, una camiseta blanca y una chaqueta de mezclilla que me regaló mamá hace unos meses. Soy gordita, lo sé, pero aprendí a amar mi cuerpo así como es. Curvilínea, de caderas anchas y muslos fuertes. No encajo en los estándares de belleza de esa empresa, pero ¿quién dijo que quiero encajar? Solo quiero trabajar, ganar dinero y cuidar de mi mamá.
Me maquillé rápido. Un poco de polvo compacto para disimular los granitos rojos de la alergia, algo de rubor y un labial suave color vino que me encanta. Luego recogí mi cabello oscuro en una cola alta. Mamá dice que así me veo más madura.
Fui a la cocina y la encontré allí, de pie frente a la estufa.
—Mami, pensé que estabas dormida…
—No te preocupes, cariño. Estoy preparando el desayuno —respondió con esa voz suave que siempre me da calma.
—¿Estás trabajando aquí preparando flores y cocinando? No me gusta que hagas todo eso —le dije acercándome a ella.
—Tú sabes muy bien que es mi deber. No te preocupes, solo estoy haciendo café. Tú necesitas alimentarte antes de salir.
—Deberías descansar. ¿Ya te sientes mejor?
—Sí, cariño, me siento bien. Ya no te preocupes tanto por mí. Solo hay que esperar los resultados… seguramente no es nada.
Yo asentí, aunque por dentro una tormenta de ansiedad me revolvía el estómago. Me da miedo que lo que tiene sea serio. Ella fingía estar bien para no preocuparme, pero yo la conozco. Sé cuándo algo no está bien.
—Mamá, pero... te estas tomando el tratamiento. — asintió soltando un suspiro.
—¿Y en el trabajo, cómo te va?
Tragué saliva. Si ella supiera que mi jefe es una bestia sin alma, incapaz de esbozar una sonrisa. Frío. Altanero. Con razón los empleados susurran que ni el sol lo derrite. Pero no le dije nada.
—Todo bien, mami. No te preocupes.
Terminé el desayuno, me cepillé los dientes, me retoqué el labial y salí de casa. En la calle, el aire estaba húmedo y gris, como si el cielo compartiera mi ánimo. Subí al metro y me acomodé cerca de la ventana. Miré la ciudad pasar con nostalgia, deseando estar en otro lugar, en otro cuerpo, en otra vida.
Un día más. Un día menos. Que esta semana sea mejor… o al menos no peor.
***
Al llegar toque el botón para dejar mi huella, varias chicas estaban entrando por loquera me apresure. Apenas entré al gran salón, el olor penetrante de los perfumes y cremas me golpeó como una bofetada. Ya estaba acostumbrándome, o eso quería creer. Entré a la sala a buscar algunos productos que utilizaremos, tome algunos frascos, ya etiquetadas, con el mismo tono de color, caminé con paso firme por el pasillo hacia la sala de preparación. Varias chicas se encaminada hacia el laboratorio, pero no percato cuando voy entrando.
Y paso lo peor.
Tropecé con una esquina de la alfombra que alguien había dejado mal puesta, y todo se me fue al suelo: la bandeja, las botellas de perfume, los frascos con químicos… uno tras otro se estrellaron contra el piso, rompiéndose en mil pedazos. El aire se llenó de una mezcla fuerte, empalagosa, de esencias. Me arrodillé con rapidez para intentar recogerlos, el corazón golpeándome en la garganta, las mejillas ardiendo de vergüenza.
Las risas comenzaron. Primero una, luego varias.
—¡Ay, cuidado que la gorda rueda! —dijo una voz burlona, aguda.
Levanté la vista. Era Dinora. Alta, delgada como un hilo, con el maquillaje impecable y el ego más grande que su cabello liso planchado. Detrás de ella, otras dos chicas se tapaban la boca fingiendo no reírse, pero sus ojos me perforaban como agujas.
—¿Y ahora qué? ¿Te comiste el equilibrio o qué? —añadió otra, soltando una carcajada.
Me mordí los labios con fuerza para no soltar una lágrima. Las palmas me ardían por haber caído sobre algunos vidrios, pero eso no me dolía tanto como el nudo en la garganta.
Entonces la puerta de la sala se abrió con fuerza.
—¿Qué demonios está pasando aquí?
La voz profunda y cortante hizo que todas se callaran de inmediato. El señor hielo, apareció.
Entró como un torbellino, alto, impecable, con ese maldito porte de superioridad que nunca se le cae. Me miró, luego al suelo, luego a mí otra vez. Sus ojos ámbar se detuvieron en mi rostro, luego bajaron a mi cuerpo con desprecio.
—¿Tienes idea de cuánto cuesta cada uno de esos frascos? —dijo con frialdad—. ¿Tienes idea del precio de esos químicos? Esto no es una tiendita de barrio, señorita. Aquí no se viene a hacer alborotos.
Tragué saliva. Sentí las miradas clavadas en mi espalda.
—Lo siento… fue un accidente, yo…
—¡Pues tu accidente lo pagarás! —me interrumpió, tajante—. Todo. Cada centavo. No me interesa tu excusa.
Luego giró sobre sus talones y salió de la sala sin esperar respuesta, cerrando la puerta con un golpe seco que me hizo estremecer. El olor en el aire ya me estaba mareando. Cerré los ojos por un segundo para calmar el vértigo.
Pero no tuve ni un respiro.
—Ay, pobre… ahora tendrá que trabajar un mes entero solo para pagar eso —murmuró Dinora con tono venenoso, acercándose a mí—. ¿Qué haces aquí, Analisse? Este no es lugar para gorditas sentimentales que no saben ni caminar derecho. ¿No te das cuenta? Aquí se necesita elegancia, presencia, equilibrio… y tú no tienes nada de eso, aparte eres una alérgica.
Sentí que me tragaba la tierra. Me levanté con torpeza, intentando recoger los últimos vidrios con las manos temblorosas.
—Ya déjala, Dinora… —susurró una de las chicas, pero ni siquiera tuvo el valor de alzar la voz.
—No, que aprenda. El mundo no es de cristal —respondió ella, dándome una mirada por encima del hombro como si yo no valiera ni la suciedad en sus tacones.
Apreté los puños. No podía llorar. No ahí. No frente a ellas.
Tragué mis ganas de gritar, de correr, de desaparecer. Solo respiré hondo, recogí los restos, y seguí con mi día.
Porque por más que doliera… tenía que aguantar.
Leonard Observo cada uno de los documentos frente a mí mientras firmo la entrega de varias cajas de perfume de la marca Paco Rabanne, junto con algunos frascos pequeños para pruebas. Lee todo lo escrito y firmo, una vez termino, recuesto la cabeza en el respaldo de mi silla giratoria, cerrando brevemente los ojos. Sigo dándole vueltas al mismo maldito asunto. ¿Cómo demonios voy a conseguir un hijo, un heredero digno de mi apellido? Casarme no es opción. Ya lo hice una vez, y juro por todo lo que poseo que jamás volverá a suceder. El matrimonio es una cadena... y yo nací para mandar, no para encadenarme a nadie.Me incorporo lentamente y camino hasta el gran ventanal de mi oficina. Desde aquí, tengo una vista privilegiada de la ciudad, esa jungla de concreto que se rinde a mis pies. Miro la hora: las 3:07 de la tarde. Pronto saldré. Pero, aún ahora, no puedo dejar de pensar en esa mujercita que provocó el caos de esta mañana. Por su culpa, tendré que cubrir un mes de trabajo extra p
Analisse Mientras caminaba rumbo a la empresa, tras bajar del metro, decidí detenerme en un pequeño cafetín a comprarme unos panecillos dulces y un café. Me sentía desanimada, vacía… ni siquiera sabía qué hacer ahora. Mamá había recibido las noticias y, aunque sonrió con ternura y acarició mi cabeza antes de entrar a su habitación, yo sabía que se encerró a llorar, a liberar ese dolor que la carcomía por dentro. Pobrecita.Tengo que hacer todo lo posible para que al menos pueda acceder a un tratamiento. Le propuse ir al hospital, pero ella solo me respondió con dulzura:—No te preocupes, hija. Ve al trabajo, yo veré qué hacemos después.No puedo perder más tiempo, pero tampoco puedo darme el lujo de dejar este trabajo. Lo necesito. Si lo dejo, no podré pagar las quimioterapias ni los tratamientos… Por lo menos quiero esperar a que llegue la quincena para sacar adelante ese tratamiento. Esta tarde la acompañaré a un hospital privado, uno donde el doctor Julio me asignó una cita. Tal v
LeonardCuando la chica salió de mi despacho, me quedé pensativo. Algo no encajaba. Aparentemente, alguien quiere molestarla… y eso no está bien. No tolero el desorden ni las injusticias, pero tampoco los errores encubiertos. Tendré que poner orden en este lugar. Aunque... también cabe la posibilidad de que ella se haya equivocado y ahora quiera lavarse las manos. No tengo idea de qué está pasando, pero no me quedaré de brazos cruzados.Me levanté del asiento y me dirigí al salón donde se llevaría a cabo la reunión. Allí estarían los ejecutivos de ventas y los socios. El producto estaría a mano y, apenas entraran, percibirían el aroma. Mi asistente personal caminaba detrás de mí, atenta a cada detalle, como siempre. Observé los uniformes del personal: limpios, bien puestos, sin una arruga. Todo estaba impecable, como a mí me gusta.Al entrar, vi a hombres y mujeres en formación, preparados para la presentación. Todos me saludaron con respeto y yo respondí con un gesto de la mano. Tomé
Analisse.Salí de la empresa con un nudo en la garganta, deseando desaparecer, deseando que todo fuera solo una pesadilla. Caminé rápido, ignorando las risas contenidas y las miradas de burla de algunas compañeras. Incluso esa mujer alta, la que siempre me miraba por encima del hombro como si yo no valiera nada, me lanzó una mirada arrogante que me quemó por dentro. Subí a un taxi queriendo llorar, pero me lo tragué todo. Me tragué las lágrimas, el orgullo, el miedo. No podía quebrarme. No ahora.Después de una hora atrapada en el tráfico, llegué al apartamento que comparto con mi mamá. Subí las escaleras con el cuerpo arrastrando, sin fuerzas, sin alma. Ni siquiera me di cuenta cuando ya estaba frente a la puerta con la llave en la mano. Solté un bufido y me prepare para decirle a mi madre que me había quedado sin trabajo.***Había pasado ya una semana… en la pase dias enteras buscando trabajo como una loca, y no encontraba absolutamente nada. Me sentía frustrada, desesperada. Cami
Leonard Me senté en la mesa del restaurante con la vista fija en la entrada, esperando a que llegara mi primo con los documentos firmados. El ambiente era elegante, silencioso, con música suave de fondo que no lograba distraerme de mis pensamientos. Pedí una copa de vino tinto apenas llegué, solo para matar el tiempo, incluso creo que ella ya se ha realizado varios exámenes para ver si sería fértil para quedar embarazada. Deslicé el dedo por la pantalla de mi teléfono una vez más. Las fotos de ella estaban ahí. Imágenes tomadas desde varios ángulos, con diferentes expresiones. Observé cada detalle: sus ojos, sus labios, su cuerpo. No podía negar que era atractiva, a pesar de estar un poco pasada de peso. Pero eso no me importaba. Nunca me ha importado el físico en estos asuntos. Lo único que me interesa es que cumpla con lo estipulado en el contrato.Estoy seguro de que lo leyó de principio a fin. Nadie en su posición rechazaría tres millones. Tres millones que no cualquiera ve en s
AnalisseEstaba dispuesta a hacerlo, aunque me aterraba. Me daba miedo, un miedo que se enredaba en el estómago y me subía por la garganta como un nudo de incertidumbre. No sabía realmente quién era ese hombre… no el que se presentó con ese contrato, sino el otro, con quien tendría que acostarme. Porque sí, había un contrato, un sello, una firma… todo legal, supuestamente. El tipo que me lo hizo firmar me aseguró que, si algo salía mal, yo misma podía tomar medidas. Que estaba protegida. Pero, ¿qué protección hay realmente cuando estás vendiendo tu cuerpo y posiblemente tu alma?Había hecho una llamada unos días antes, queriendo asegurarme de que todo esto no era una trampa, una mentira disfrazada de oportunidad. Y sí, el hombre existía. Era parte de una familia poderosa, reconocida… intocable. El tal Vicenzo Rodríguez si venia de una gran familia. Pero él no era el que me preocupaba. No era con él con quien tendría que compartir una cama esta noche.Me miré en el espejo, con el rostr
AnalisseLo único que puedo hacer ahora es quedarme en silencio. Este momento… no sé cuántas horas llevamos ya teniendo sexo. Solo sé que hemos descansado apenas unos minutos, y aún así siento mi cuerpo al límite. Estoy recostada, sin saber qué decir ni qué hacer. Leonard, se tomo una copa del vino que quedó sobre la mesita de noche y luego se coloca un shorts y salió de la habitación. Al ver que sale al balcón, me levanto con dificultad y camino hasta el baño. El agua comienza a correr y yo me meto bajo la ducha. El agua caliente no calma la tensión; al contrario, me hace soltar un suspiro cargado de vergüenza y confusión. Lo que acabo de hacer… lo que acabamos de hacer… Es algo que no me creo ni yo misma. ¿Cómo terminé aquí?—¿Quieres que te acompañe? —escucho su voz detrás de mí. Me sobresalto, no lo esperaba. Pero él no espera mi respuesta. Entra, sin más.Se acerca por detrás y siento su cuerpo, su dureza contra mí. Me estremezco, no por deseo, sino por el conflicto que me carcom
LeonardMe encontraba en mi oficina, sumergido entre papeles, observando las proyecciones de ventas para el próximo trimestre, cuando escuché la puerta abrirse, si mi asistente no me aviso. Sabia que era mi madre, la única que entraba sin permiso. Ni siquiera me moleste en levantar la mirada, sabía que me miraba con esa expresión molesta que parecía haberse tatuado en su rostro desde que tengo memoria.—No entiendo qué haces con tu vida, Leonard —dijo, cruzando los brazos con la misma rigidez con la que cruzaba cualquier emoción humana.Creo que jamás amó a mi padre. Estoy casi seguro de que se embarazó por obligación, por presión familiar o por no quedarse sola en su carrera hacia la cima. Y ahora, por supuesto, quiere que yo repita su historia: que me sacrifique, que me obligue, que cree un heredero por deber, no por deseo.—A que viniste Devora. — Espete mirando mi computadora.—Lo sabes muy bien.Lo que ella no sabe —lo que casi nadie sabe— es que ya estoy en ese proceso. Le daré